Franco Cervi definió el partido en su comienzo. (Foto La Capital/Héctor Río)
Allá por agosto de 1995, un viernes por la noche y en Avellaneda, Ángel Tulio Zof lo mandó a la cancha a los 69’ con el resultado 1 a 0, a favor de Independiente, a un tal Eduardo Germán Coudet.
Y fue Coudet quien empató el partido sobre la hora: Independiente 1 - Rosario Central 1. Fue su debut como jugador de Central.
Y casi 20 años después, también un viernes por la noche y en Avellaneda, pero en cancha de Racing, Eduardo Germán Coudet tuvo otro estreno exitoso, esta vez como técnico auriazul. Central llegó hasta Avellaneda con una clara intención: meter un buen arranque. Lo hizo sin dudas.
Tal vez toda esa expectativa de equipo punzante, que presione, que hostigue y a la vez juegue quede para otra oportunidad, aunque algunos de esos puntos se cumplieron. Lo que ocurrió fue que se impuso una manera determinada de jugar por el gol tempranero de Cervi.
Durante una buena parte del encuentro la apuesta no menguó, pero el utilitarismo se imponía. Y ahí Central también aprobó el desafío. El brillo del juego no fue tan evidente como el lustre que Central le sacó a su primera presentación en el torneo, nada menos que ante Racing, el último campeón, con un triunfo inconmensurable, sólo entendible desde ese festejo alocado cuando Pitana marcó el final. Y no era para menos.
Un técnico debutante, un equipo nuevo, algunas bajas importantes. Elementos imposibles de soslayar a la hora de intentar ponerle palabras o sentimientos a esta victoria en el Cilindro de Avellaneda. Es que se vio sólo una parte de ese fútbol que Coudet tiene en la cabeza, pero otros atributos salieron en auxilio para hacer de la excursión un verdadero tour de alegría.
Poquito mostraba el campeón. No mucho más Central, que lucía más atento al análisis del partido que a tratar de imponer su juego. Había ataduras de un lado y del otro. Pero hubo mucha convicción por parte del Canalla, que tuvo su toque de suerte también. Por qué negarlo. Fue cuando la monotonía se empezó a romper en el Cilindro.
Iban sólo 3' cuando Saja intentó salir jugando y la sacó baja y corta, a los pies de Barrientos, a quien le rebotó la pelota quedando a tiro para Cervi, que le dio de primera, con inteligencia y picardía, para meterla por encima de la humanidad del Chino.
Otro partido. Por donde se lo mire. Porque las urgencias de Racing se acrecentaron en la misma medida en que el Canalla ganó en tranquilidad. Y eso fue lo que le permitió al equipo de Coudet otear de otra manera el juego. Y en esa primera mitad lo hizo con inteligencia. Resguardándose lo justo y necesario, pero buscando aún más, aunque sin desesperarse.
Por eso Jonás Aguirre retrocedía y se paraba cerca de Elías Gómez, mientras que Cervi hacía lo propio con Pablo Álvarez por el otro sector. Y no hubo demasiado para destacar en los primeros 45 minutos. Apenas un tiro libre de Jonás Aguirre que Lollo no llegó a conectar de cabeza y a Saja se le fue la pelota entre las piernas, pero rápidamente se repuso.
Hubo mucho de desconcierto por parte de Racing, pero también un buen abroquelamiento defensivo por parte de Central, lo que hizo que la única chance del local llegara en la última jugada, con un cabezazo de Pillud tras un centro de Acuña. Eso relativamente poco que hizo Central en la primera etapa no varió demasiado.
Es cierto que la historia pudo empezar a definirse mucho antes si José Luis Fernández se hubiera impuesto en el mano a mano con Sebastián Saja tras el pase magistral de Cervi cuando transcurría el primer minuto del complemento. Hubiera sido un golpe de nocaut, como el del comienzo. Y no hubo más de Central en ofensiva. O casi nada.
Es que de ahí en más, en parte por el ir a ciegas de Racing, el equipo tuvo que parapetarse de otra manera, retrasando un poco las líneas e intentando buscar algún contragolpe letal y noqueador. Ese golpe nunca llegó al cabo, pero el haber mantenido la guardia alta facilitó muchas cosas.
Ese cerrojo hizo que Racing sólo pudiera intentar con centros bien resueltos por la zaga auriazul y un par de remates desde afuera del área, pero todos murieron en las manos de Caranta, que dio algún rebote pero hacia los lados.
Y así, entre el fastidio del local, que no acertaba una, y la sabiduría canalla, se fue cerrando un primer capítulo con un sabor especial. Porque se trató de un verdadero batacazo en la casa del campeón, que alimenta, oxigena y entrega confianza. Y no sólo eso, sino tres puntos enormes. Tan enorme como el golpe que pegó el Canalla.
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