domingo, 29 de marzo de 2015

CUANDO EL FINO, STIUSO Y NÉSTOR K ANDABAN JUNTOS

AGENCIA / INVESTIGACIÓN-OPINIÓN 



 por CLARISA ERCOLANO 

 Mauricio Macri y Néstor Kirchner tenían al menos cuatro puntos en común: el gusto por el poder y las escuchas telefónicas, y el hecho de que en algún momento de sus vidas coincidieron en que Carlos Menem y el Fino Palacios eran el mejor presidente y el mejor policía del país, respectivamente.



"¿Pero el presidente habló con su esposa?", atinó a decir Palacios cuando Gustavo Béliz, que ya planificaba la transformación de las fuerzas, aunque aún le faltaban unos días para asumir como ministro de Justicia y Seguridad, le informó que Néstor lo nombraría al frente de la jefatura de la Policía Federal.

Corría mayo de 2003. Palacios tomó la novedad con escepticismo. Sabía que debía "barrer" a varios comisarios más antiguos que él y era consciente de que se iba a encontrar con la resistencia de la senadora Cristina Fernández y de un importante sector de la Secretaría de Inteligencia.

Al poco tiempo de ceñirse la banda presidencial, Kirchner lo citó en la Casa Rosada y le ofreció formalmente la jefatura de la Federal.

"Le agradezco, señor presidente, me pongo a disposición, pero creo que no es mi momento", fue la respuesta. El santacruceño le extendió secamente la mano para despacharlo, sin que medie ninguna otra palabra.

Béliz y el entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se quedaron mudos. Palacios salió de la Casa de Gobierno con un nudo en la garganta y con el presentimiento de que sus días en la fuerza estaban contados.

Jamás volvió a hablar con Kirchner. El Fino se manejó siempre como los perros de caza, por el olfato. Los años le fueron desgastando la sensibilidad y se volvió propenso a cometer errores.

"No sé por qué, pero el día que Néstor me lo propuso, olí algo que no me gustaba. Por eso le dije que no", dijo seis años después.

Extrañamente, la SIDE pidió que fuera el presidente quien relevara a sus espías la obligación del secreto. Néstor accedió y, a partir de allí, quedó decretada la caída libre del Fino.

Kirchner veía un ejército de fantasmas a su alrededor. Hablaba de la existencia de un complot. En la lista de los confabuladores, varios eran magistrados federales. Uno de ellos era Galeano. El expediente por las irregularidades en la investigación del atentado contra la AMIA estaba en el juzgado de Claudio Bonadío y la causa era vital para Kirchner.

 El 1 de octubre de 2003, durante el juicio por el atentado, Stiusso se presentó para prestar declaración. Con un portafolio repleto de documentación clasificada, Jaime comenzó a contar su verdad y, con total educación y un discurso cargado de sutilezas e ironías, llenó de lodo a Galeano, a sus camaradas de la Sala Patria y al Fino Palacios.

 El aporte del súper agente dio vuelta una causa que ya era un laberinto de mentiras y millonarios desmanejos. Faltaban minutos para que el reloj marcara las diez de la noche cuando Jaime colocó lentamente los documentos sobre la mesa y, con un hablar pausado, comenzó a desvincular a los ex policías bonaerenses que en ese momento estaban siendo juzgados por el ataque.

Aseguró que habían sido imputados por "la sociedad" que, a su juicio, había formado un sector de la central de inteligencia con Galeano, cuando se estaba profundizando la denominada 'pista siria'.

Jamás existió tal pista, pero Jaime eludió ese pequeño detalle que afirmaba el fiscal de la causa, Alberto Nisman.

 El director de Contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia había investigado la causa AMIA desde el momento de la explosión, cuando tenía el cargo de jefe de operaciones de Contrainteligencia.

Durante su declaración, dijo que los policías bonaerenses tuvieron la Renault Trafic en sus manos antes de que estallara contra la mutual judía, pero que ese escenario no se comparecía en sintonía con las investigaciones del organismo.

También contó que cuando expuso esas versiones ante Galeano en 1996, el juez lo apartó de la investigación en torno a la "conexión local", aunque le permitió seguir con la pista internacional.

Desde ese momento, el magistrado dejó de mantener contacto fluido con Contrainteligencia y les entregó la tarea a los agentes de la Sala Patria.

Stiusso se estaba dando una panzada.

Dijo que la "sociedad" entre la línea interna de la SIDE y Galeano "se quebró" cuando se conoció públicamente el video de las conversaciones entre el magistrado y Carlos Telleldín, en las cuales negociaba el pago de 400.000 pesos (N. de la R.: paridad US$1 = $1) al acusado, antes de que declarara contra el ex comisario Juan José Ribelli y los policías juzgados.

El video salió a la luz en el canal América, pero Jaime jura que no tuvo nada que ver con la filtración. (...) Aquel "enano de mierda", como llamaba Palacios a Stiusso, no fue el único en hablar frente al tribunal. También lo hicieron algunos de los "buenos muchachos" de la Sala Patria, que se explayaron sobre los supuestos vínculos entre "Jaimito el travieso" y la cúpula de la "mejor policía del mundo", dirigida en aquella época por el fallecido Pedro Klodczyk, que le legó a la bonaerense el mote de "la maldita policía".

 La llegada de Fernando de la Rúa a la presidencia devolvió a Stiusso su poder, a raíz de una serie de sumarios administrativos que se realizaron dentro de la SIDE.

Después llegó la purga que realizó Fernando de Santibañes como jefe del organismo. Los integrantes de la Sala Patria fueron eyectados de a uno: Brousson, Patricio Finnen y Héctor Maiolo, entre otros. Stiusso prolongó su crecimiento con las nuevas gestiones.

Fue designado a cargo de la Dirección de Operaciones por Carlos Soria, apenas Eduardo Duhalde llegó al poder y despidió a todos los jefes de las direcciones que habían quedado de la gestión de De Santibañes.

Nombró en su lugar a hombres de carrera. Luego, Miguel Ángel Toma, sucesor de Soria, lo ratificó en el cargo.

Kirchner no cambiaría las cosas. Se estima que durante el duhaldismo ingresaron más de 700 agentes a la secretaría.

Su actuación en la jornada de junio de 2002 en la que fueron asesinados los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, en el Puente Pueyrredón, en los límites de la Ciudad de Buenos Aires, volvió a poner al organismo en medio de todas las sospechas por "trabajos" de difamaciones, mentiras y operaciones sucias.

 Palacios contaba con el respaldo de Béliz y del secretario de Seguridad, Norberto Quantín. Muchos reclamaban a Kirchner esas dos cabezas, situadas en las antípodas ideológicas del gobierno. Sin embargo, el patagónico solía justificarlos en pos de un "pluralismo", para desacreditar a los núcleos rígidos del conservadurismo, que lo catalogaban como un "nostálgico setentista".

Pese al desplante que le había hecho en la Casa Rosada, Palacios logró ascender y pasó de ser el jefe de la DUIA (N. de la R.: Antiterrorismo) a dirigir la Superintendencia de Investigaciones.

Virtualmente, el tercer puesto de mayor importancia dentro de la fuerza. Quienes conocían lo estricto que se había puesto Néstor Kirchner a la hora de decidir un ascenso en una fuerza de seguridad o en las Fuerzas Armadas, no entendían por qué volvía a apostar por quien le había dado la espalda. La Más sorprendida seguía siendo la primera dama, la senadora Fernández. (...)

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