jueves, 24 de septiembre de 2015

CRÓNICAS DEL NORTE SANTAFESINO (II)

APe / NOTA DE OPINIÓN 


Por CARLOS DEL FRADE 

 (APe).- El Fortín Olmos, dice un profesor de historia, se llama así porque en la avanzada de la llamada civilización en el norte santafesino y sur chaqueño, un oficial del ejército de Manuel Obligado, el fundador de Reconquista, de apellido Olmos, fue enviado hasta allí para someter a un grupo de familias guaycurúes. No le salió bien. Olmos fue matado por aquellos pueblos que no querían ser parte del progreso que decían traer los hombres blancos.



 A la entrada de Fortín Olmos hay un matadero que parece ser el recuerdo de una vieja planta frigorífica. “Hoy los pibes van al matadero para volarse las cabezas. Al matadero o a las alcantarillas”, dicen las profesoras de la escuela secundaria. Tremenda síntesis que va más allá de la metáfora. El matadero hoy es el sitio en que la pibada se reúne para drogarse.

Y aunque el teatro está ausente en la vida de las chicas y los chicos de estos pueblos el norte santafesino, en la Feria del Libro de Intiyaco son ellos los que tocan el acordeón de una manera sublime ante la sorpresa de muchos que no pueden creer semejante capacidad artísticas en muchachas y muchachos que vienen del medio del monte, de pueblos que ni nombre tienen y apenas son señalados con un número de paraje.

En la escuela secundaria de Vera, mientras tanto, ya no hay demasiada paciencia para los pibes más díscolos. Algunos profesores suelen decir que no los quieren ver más. Que les manden el título por correo. Sin embargo, esos mismos chicos son capaces de integrarse en campamentos junto a otros que vienen de otras comunidades y crear desde juguetes a tortas en beneficio de los demás.

Las pibas y los pibes de Vera cuentan que tienen hermanos y hermanas, madres y padres que son consumidores habituales de cocaína y marihuana. Que algunos padres les dejan hacer de todo y otros papás, si se enteran de lo que hacen sus hijos, son capaces de echarlos y pegarles. Desconfían de la policía y sienten que hay pocos espacios y pocas personas que las que pueden confiar.

Dos bandas parecen resumir la atención de las chicas y los chicos adolescentes de Vera, “los Monos”, nombre que parece ser una copia de la banda rosarina de tanta fama en los últimos años, y “los duendes de la noche”. Grupos que suelen armarse con tumberas y enfrentarse en distintos barrios de la ciudad.

En una caja de madera, casi un botiquín pero con una ranura que permite llamarla urna, las chicas y los chicos de la escuela secundaria de Vera dejaron preguntas para el cronista que viene a contarles sobre el negocio del narcotráfico.

La caja urna tiene un afiche que sostiene: “Dudas y preguntas sobre el flagelo de la droga y la violencia”. En muchas de esas anotaciones, hechas a mano y con distintos colores, caligrafías y ortografías, se adivina la desconfianza de las chicas y los chicos en torno a lo que les dicen oficialmente.

“¿Por qué dicen que la droga es mala?”; “¿por qué la policía es injusta?, ¿por qué a los abogados traen la droga?, ¿por qué no hacen nada cuando todos lo saben?”; “¿Por qué hay tanta corrupción en la Argentina sobre la drogadicción?”; son algunos de esos cuestionamientos que, en realidad, denuncian las hipocresías, esas imposturas que los alejan de las instituciones.

Allí están ellos, hijas e hijos del tercer milenio, cargando la pesada mochila de los saqueos que perpetraron los que dejaron saquear a La Forestal y los que miraron para otro lado cuando se robaron los trenes y el trabajo.

Allí están estas chicas y estos chicos, habitantes del norte profundo santafesino, resistiendo a pesar de todo y apostando al juego, el acordeón, el fútbol y las ganas de rebelarse ante tanta mentira. Porque algún, más temprano que tarde, la necesaria insurrección de esta parte de la geografía argentina será protagonizada por ellos. Los que ya no aguantan tantas mentiras, tantos desprecios.

Fuentes: Entrevistas del autor en Reconquista, Intiyaco, Fortín Olmos y Vera.

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