Por CARLOS DEL FRADE
(APe).- “Mayor protección social, privaciones y brechas de desigualdad”, es el título del último informe del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, publicado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina, dependiente de la llamada Pontificia Universidad Católica Argentina, a fines de agosto de 2015.
En el capítulo dedicado a “Crianza y socialización”, comienza diciendo que “existe amplio consenso en torno a la importancia del clima familiar y el medio ambiente de vida en el desarrollo humano y social de la niñez y adolescencia. Al tiempo que se reconoce una extensa normativa que busca regular las responsabilidades de crianza, la protección al/a la niño/a contra toda forma de perjuicio o abuso, así como el derecho a la participación en la vida cultural y social, y el acceso a la información”, sostiene la investigación.
Agrega que “la crianza consiste en la provisión, por parte de los adultos de referencia del/de la niño/a en el contexto familiar, de una base segura de alimentación física y emocional. Los climas familiares inadecuados (entorno psicosocial y afectivo alterado) y la falta de estimulación emocional e intelectual suelen contribuir a la construcción de un medio ambiente de vida poco favorable para el desarrollo de aptitudes cognitivas, sociales y emocionales saludables”.
El informe añade que “es fácil advertir, que estos procesos de socialización en las grandes ciudades se encuentran cada vez más condicionados por los niveles de seguridad del espacio público. Los entornos barriales inseguros, con problemas de contaminación, hacinamiento, falta de servicios de saneamiento, carentes de espacios públicos para la recreación, el esparcimiento, el deporte, desalientan la interacción social entre los/ s chicos/as, el juego autónomo, el desarrollo en el campo del deporte, las actividades artísticas y culturales, y los procesos de socialización en general”.
En ese sentido, aparecen datos que deberían destacarse a la hora de discutir en serio qué está pasando con las chicas y los chicos en el país que, en algún momento, sostuvo que eran los únicos privilegiados.
Un ejemplo está dado por la presencia de los cuentos y las narraciones orales en la vida de las pibas y los pibes argentinos. Señala el estudio que “en reiteradas ocasiones se ha señalado la relevancia que tiene para el desarrollo humano del/de la niño/a, el compartir cuentos e historias orales con otros miembros de su grupo familiar y el tomar contacto directo con el libro en el proceso de estimular la imaginación, multiplicar el vocabulario, desarrollar historias, e ir alimentando el comportamiento lector de textos impresos”, destaca el documento.
“No obstante, el panorama no es muy alentador. En efecto, el 42,9% de los/as chicos/as menores de 13 años no suele compartir cuentos ni narraciones orales con otros miembros de su entorno familiar. Asimismo, el 39% no tiene libros infantiles en su hogar. La tendencia a no leer cuentos o narrar historias a los/as chicos/as es claramente regresiva”, sostiene el Barómetro.
En buen romance esto quiere decir que alrededor de cuatro millones de chicas y chicos menores de trece años no frecuentan la idea que una historia puede empezar mal y terminar bien. Es decir que cuatro millones de futuros adolescentes no tienen en su horizonte cotidiano la idea que se puede transformar la realidad, cambiarla para mejorar la vida.
La ausencia del cuento, la distancia con los mayores que supone la inexistencia de la narración oral o la lectura de un texto, también colabora para profundizar ciertas soledades que pesarán, inevitablemente, en el crecimiento de las chicas y los chicos. Los datos de la investigación vuelven a ratificar una de las peores consecuencias del saqueo sufrido por el pueblo argentino, el robo de las palabras.
La UNESCO sostenía que hacia 1975, los argentinos manejaban 8 mil palabras como promedio; tres décadas después, el número se había reducido a 800. Una fenomenal reducción de las principales herramientas que sirven para pensar, imaginar y defender lo que se quiere y sostener el por qué no se quiere tal cosa.
Casi cuatro millones de chicas y chicos menores de trece años, en la Argentina del presente, no han recibido narraciones orales en los últimos tiempos. Una pedagogía de la resignación, una ingeniería social que prepara cientos de miles de adolescentes a ser testigos de una realidad que, sin cuentos, es presentada como inmodificable.
Fuentes: Banco Mundial; Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, UCA, agosto de 2015.
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