OPINIÓN / GASTOS PÚBLICO
Por AGUSTÍN MONTEVERDE
Economista. Socio cofundador de la consultora de análisis macroeconómicos Massot & Monteverde y de su newsletter InC.
CIUDAD DE BUENOS AIRES (InC.) La prédica de políticos y economistas de los diferentes partidos instaló hace tiempo en la sociedad la idea de que el desequilibrio fiscal obedecía a los llamados subsidios económicos —dirigidos a empresas— y a que los recursos son insuficientes por la elevada porción de economía informal.
< La postura de que el déficit fiscal obedecía a los subsidios a empresas está entroncada en la idea de que hay una parte de las erogaciones que conforman el llamado gasto social, que debiera ser intocable.
< Por ello, los subsidios económicos eran candidatos ideales para cargar con la culpa del desequilibrio porque —supuestamente— derivaban fondos públicos hacia empresas privadas, con fines de lucro y sin propósitos sociales.
< Los candidatos, y economistas de sus respectivos equipos, explicaban a los votantes que el déficit podía ser eliminado recortando exclusivamente esos subsidios.
• Hoy los subsidios económicos tienden a desaparecer y, sin embargo, el déficit no ha hecho más que crecer. La razón es sencilla: los subsidios económicos equivalían en su apogeo a 3% del PBI, mucho menos que el desequilibrio que arrastran las cuentas públicas.
< Lo que ha estado errado es la misma concepción de partida. No hay tal diferencia entre gasto social y otro que no lo es por la sencilla razón que todo el gasto es social. No hay porción alguna de gasto en que su eliminación no afecte a gente que se beneficia de él directa o indirectamente.
< Los beneficiarios indirectos de los subsidios económicos eran millones de clientes de las empresas de energía y de transporte, que sufrieron y siguen sufriendo el golpe a los bolsillos que significó el final —por supuesto, necesario— de esa subvención.
< Esto significa, en última instancia, que no hay modo de poner fin a la exhuberancia del gasto sin incomodar en alguna medida a quienes son beneficiarios directos o indirectos de cada partida de gasto.
• Otro sofisma es la idea de que si toda la economía se formalizara, no habría desequilibrio.
< En primer lugar no hay razón para asumir que, si se ensanchara el universo de contribuyentes efectivos, no aumentaría también la apetencia por gastar. De hecho , los últimos 25 años así lo confirman.
< Por otro lado, se pierde de vista que eliminar la economía informal sería incluso contraproducente.
< La existencia de la economía informal no es casual ni es simple resultado de una vocación por no pagar.
< Tiene, más bien, directa relación con los niveles de carga fiscal, costo y productividad argentinos.
• Para ser concretos: a estos niveles de presión impositiva una multitud de actividades lícitas que componen la economía informal, si se formalizaran, se volverían literalmente inviables. Llegado ese punto, la actividad económica colapsaría; y con ella, el Estado.
< La adicción por gastar el dinero de los contribuyentes y el crónico desequilibrio fiscal constituyen el corazón de todos nuestros problemas (inflación, recesión, endeudamiento, atraso cambiario, etc); su solución requiere, necesariamente, abordar la integralidad del presupuesto estatal.
< No queda hoy renglón de gasto que no esté desbordado y que no deba ser puesto en caja.
• Para lograr una mejora real y sostenible debe encararse una reformulación del Estado, su estructura y la forma en que gasta, poniendo límites claros a la capacidad de aplicar impuestos.
< La metástasis estructural es la que llevó el gasto ordinario a escalar alturas nunca vistas.
< Y es el grueso del gasto ordinario el que resulta, precisamente, más inflexible a la baja y que tiene una tendencia natural a su crecimiento vegetativo.
• Las erogaciones que presentan mayor flexibilidad para ser recortadas componen apenas una quinta parte del gasto total; entre ellas se cuentan las obras de infraestructura y equipamiento, renglones muy atrasados que necesitan más bien crecer.
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