OPINIÓN / FEMICIDIOS
Por GABRIELA RENAULT - Decana de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador.
(U24) - En el 2018 hubo 1 femicidio cada 34 horas, en lo que va del 2019, ya es cada 30 horas. En enero de 2019 hubo 32 mujeres muertas por un varón, el 90% de los varones eran parejas de la víctima o lo habían sido, y estos son solo los casos que aparecen registrados, muchos más serán los ocultados, los del silencio, los que se esconden.
La evidencia no puede quedar registrada en números, o puesta sólo en los medios, la evidencia exige que reflexionemos y que no, apenas, continuemos sumándonos a propuestas para erradicar esta práctica.
Vivimos en una nueva época, se rompió un colectivo cultural, y los roles, los lugares, las creencias en cuanto al género se modifican, impactando en diferente manera en las mujeres y en los hombres.
No está bien dar excusas de por qué ese golpe se recibió, de por qué esa paliza dejó marcas en su rostro, si esa mujer sufre en silencio el no poder expresarse, si es violentada en sus tratos, si es controlada o tomada como trofeo casi fetiche; si todo eso ocurre, eso no es amor, eso es dominio posesivo, que terminará mal porque todo ser busca ser libre o ser escuchado.
Los cambios para que se hagan efectivos necesitan de tiempo, de tolerancia, de conocimiento, debemos ser cautos, pero saber que este cambio de época vino para quedarse, que no es una moda o algo excéntrico, pero que, de ninguna manera, se debe tolerar la violencia, el destrato, el maltrato, el abuso o el homicidio.
En los casos de femicidios, hay un primer valor que no se cumple: nadie puede matar, nadie debe matarnos; en segundo lugar, hay una ira, una violencia que desentramar y que no debemos dejar que se siga propagando, hay que develar lo que sumerge y provoca la muerte, no se nace femicida, no se nace homicida.
Dentro de la fractura de ese colectivo en cuanto al género, lo que se rompe es el concepto de posesión y de toma de la mujer como objeto sexual o que debe cumplir mandatos sociales, que son de subordinación y de sumisión.
Esta ruptura trae consecuencias, deja al desnudo un lugar que no debió de ser alojado, ni mantenido, que se puso en el orden de lo natural, pero en ningún gen, por suerte -y obvio que no viene en el femenino-, la mujer debe hacer lo que su pareja quiere, ni debe perder la libertad de su propia persona, para entrega de otro.
Como todo cambio, debemos trabajar en la prevención: desde pautas de detección temprana de violencia y manipulación, hasta trabajar desde el comienzo de la sociedad en las pautas de crianza.
Desde que se concibe, sigue persistiendo aún la creencia de que si nace mujer tendrá que sufrir y que si nace varón será para que ejecute el poder de supremacía. Es desde ahí que podremos reconstruir una cultura, es desde el lugar de nuevos aprendizajes donde debemos restaurar un sistema de creencias que llevó a distorsionar el amor con la toma de dominio, la libertad como sujeción a hacer lo que el hombre dice.
Generando una sociedad que se reinicie, que recalcule el tipo de hombre y de mujer que ha de formar, es que tendremos un futuro más esperanzador.
El no es no y no matar, no maltratar, debe ser una consigna introyectada, de tal manera que el otro evidencie que no puede ni debe hacerlo, porque ese otro es un par que no nació para ser de su dominio, sino para estar en libertad, con el otro.
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