martes, 26 de julio de 2011

LOS CREADORES LITERARIOS: RELATO


LA POLÍTICA

El bisabuelo había sido radical cuando el radicalismo era un movimiento casi revolucionario, cuando el caudillo de ese movimiento era Leandro Alem, y el conservadorismo era el caballo del comisario, jineteado por la alta sociedad de Buenos Aires, que no tenía casi ninguna contra en todo el espectro político de aquellos años.


El abuelo fue radical por herencia política de la familia, pero los tiempos habían cambiado; los radicales habían accedido al poder por el voto popular, democrático y el liderazgo de don Hipólito Yirigoyen, uno de los últimos caudillos de las generaciones políticas que se insertaba casi revolucionariamente en los poderes públicos, ahora en manos de la clase media de la sociedad nacional.

Su padre, también fue radical, como un sello sanguíneo de todos los varones de la familia, pero ahora había otro partido aún más popular que accedió a los estrados del poder de la mano de un hombre genial y controvertido, que siendo milico se alzó con su simpatía a toda la masa trabajadora, no sólo de Capital, si no también de la provincia de Buenos Aires y el país entero.

Luego los pasajes radicales de Frondizi e Illia, acosados siempre por la sombra maléfica de las fuerzas que los defenestraron, mientras proscribían al otro partido grande, por el sólo hecho de haberle acercado demasiadas esperanzas a los humildes de nuestra Patria; en ese enredo casi anárquico creció él, viendo como todo desembocaba en un caos que sumió a la ciudadanía mansa y humilde, conformada por los verdaderos trabajadores argentinos, que observaban el proceso pasivos, decepcionados, y sin odios ni rencores.

Creció viendo desmembrarse la democracia bajo el peso monstruoso de tanques, jinetas, comunicados, fusiles, desaparecidos, estadios mundialistas, autopistas, incremento de un endeudamiento que agobiaba, dejando sin salida al pueblo noble que resistía a puro hambre,  sacrificio y esperanza; porque el pueblo sometido nunca pierde la esperanza, o mejor dicho lo último que pierde es la esperanza.

Y la esperanza llegó de la mano de las hermanitas perdidas; la mala estrategia castrense que pensaba eternizarse en el poder, se pegó un tiro a si misma y la salida fue más que rápida; entonces la esperanza era ahora una nueva Patria, una nueva democracia; las urnas eligieron a Alfonsín como el redentor de algo que había parecido hasta ayer irredimible; todo pasó a mano de  civiles, los milicos se esfumaron, y las banderas rojas de una nueva libertad flamearon sobre las cabezas de los orgullosos radicales que creyeron que habían  salvado a la Nación de la salvaje opresión interna.

Pero el monstruo dormido pero siempre latente de la opresión foránea, comenzó a levantar la cabeza y finalmente asestó un golpe mortal con la colaboración de los traidores de turno, los traidores de siempre, esos que para que no se los señale como viles traidores se adornan con la escarapela azul y blanca y se escudan en ella, mientras esconden la filosa daga de la inmoralidad, los intereses personales y la desidia, con la que agreden al sufrido pueblo que impotente no puede hacer nada contra ellos.

Se podía decir entonces que llevaba el radicalismo en la sangre que corría por sus venas, por convicción, por tradición, por devoción, porque anhelaba ser un buen político dentro de las filas de un partido clásico, frente al otro partido ya clásico también, que era mayoritario en muchos sectores, a pesar de sus repetidas  contramarchas, de sus peligrosas internas, de su eterna rivalidad entre los modernos caudillos que lo arreaban a los tumbos pero apoyados por esa inmensa fuerza popular que los sostenía a pesar de todo.

Su mejor amigo siempre le pedía que abandonara el camino de la  política, diciéndole: “La política es sucia, no te conviene, vos venís de una familia arraigada a un sentimiento popular que hoy tiene un destino incierto y desfavorable”; y lo incitaba con estas palabras:

-- Largá, Juan, vos sos una buena persona... y... ¡la política es una basura!

Pero estaba convencido que podía ser un buen político y como en la ciudad en que residía, como en tantas otras, el Justicialismo se había eternizado, comenzó a gestar en su mente una idea que le pareció una buena salida; la comentó con su amigo y este volvió a advertirle:

-- Largá, Juan, vos sos una buena persona... y... ¡la política es una basura!

No obstante el consejo de su buen amigo, comenzó a moverse lento pero seguro; la idea era pasarse al bando contrario que comandaba y comandaría por siglos la política local, y pensaba:

 “Que más da, trabajar por el bien común, con una bandera partidaria o la otra, creo tener futuro como político, soy una persona honesta, y en el partido tradicional al cual se aferró mi familia por más de cien años, en esta ciudad, no tengo, ni tendré chance jamás”.

Ya del otro lado, comenzó a destacarse en conversaciones en la sede partidaria, tenía talento, conocimiento político y una conversación atrayente, fluida y muy convincente.

Le había pedido a su buen amigo que lo acompañara en los primeros pasos que daría por la nueva corriente política que lo había aceptado sin ningún tipo de observaciones, casi como si lo hubieran estado esperando; a la salida de estas reuniones preguntaba al amigo, que no sentía simpatía por ninguna corriente política, y éste lo volvía a aconsejar siempre del mismo modo:

-- Largá, Juan, vos sos una buena persona... y... ¡la política es una basura!

Todo marchaba bien, cada vez se afirmaba más como un muy buen orador y pudo demostrarlo en una congregación partidaria junto a otros sectores distritales, con vistas a la campaña proselitista que se avecinaba; justamente el mes siguiente fue elegido para disertar en una asamblea popular del partido, donde habría altas autoridades de la región y la provincia, a efectuarse en un sector abierto de la ciudad.

Finalmente llegó el día esperado; reluciente y bien trajeado se aprestó a demostrar toda su habilidad oratoria frente a un público muy numeroso, entusiasta y partidista; los parlantes con subido volumen anunciaron su nombre, pero como aún no era muy conocido el aplauso de recibimiento de los presentes fue un poco más que tibio; no se amilanó, ascendió al palco junto a los dirigentes; detrás de él se colocó su fiel amigo como para darle el respaldo fraternal que se suponía necesitaría en ese momento.

Para comenzar su oratoria acomodó el micrófono, esbozó una sonrisa, y a modo de saludo levantó ambos brazos por sobre su cabeza, al mejor estilo del General y exclamó:

-- ¡Correligionarios!

Una cerrada silbatina se escuchó en el aire tibio de la noche, volaron monedas y otros objetos sobre el palco, los dirigentes con gesto de indignación se apuraron a bajarse del estrado y desaparecieron en pocos segundos; el numeroso público gritaba de todo, enardecido, amenazante, mientras se retiraban efectuando todo tipo de comentarios; en pocos minutos un silencio expectante se apoderó de esa ridícula escena.

¿Que había pasado?... lo había traicionado toda la corriente sanguínea radical que evidentemente llenaba sus venas desde que había nacido; o tal vez su bisabuelo, aquel hombre de Leandro Alem lo había inducido desde el cielo a pronunciar la palabra fatídica; o fue su abuelo el admirador de Hipólito Yrigoyen el que le envió un mensaje que obnubiló por un segundo su cerebro; o quizás fue su padre, seguidor de Frondizi, Illía y Alfonsín que lo condujo a equivocarse de esa manera; o fue su propia conciencia que se revelaba trágicamente al verlo transitar por un  andarivel equivocado...

Abatido, frustrado, giró lentamente como para retirarse, y en ese momento se dio cuenta de que no estaba totalmente solo, su amigo fiel aún estaba parado detrás suyo; se miraron con sorpresa primero, con amargura después y finalmente con un gesto de resignación; entonces Juan, el radical de sangre, de sana convicción, de legendario arraigo, devenido a justicialista por esos avatares de la política, exclamó:

-- Si... si... ya sé... no me digas nada... ¡la política es una basura!
  
JULIO JORGE FARAONI

No hay comentarios:

Publicar un comentario