(APe).- Ella nació en Potosí. Su familia perdió todo en una inundación. A los 13 años viajó a la Argentina con dos de sus hermanos y al llegar a Buenos Aires la mujer que los acompañaba y que se hacía pasar por tía los vendió para trabajar de sol a sol en una quinta de frutas y verduras de Olmos. Sólo le permitían llamar a su padre una vez cada tres meses. A los 14 años quedó embarazada y parió a su hija en un galpón sin que nunca la viera un médico. Un mes más tarde madre e hija ingresaban desnutridas al Hospital Sor María Ludovica de La Plata.
Argentina decretó la libertad de vientres en 1813 pero pocos esclavos se enteraron. Brasil recién a fines del siglo XIX pasó de la propiedad de los cuerpos al alquiler de brazos “libres” para la cosecha del café. Y no fue producto de la evolución política ni de una maduración ética de la sociedad sino una mera cuestión económica. Los alimentos habían aumentado tanto que los latifundistas se dieron cuenta de que comprar y mantener esclavos era más caro que pagar jornales miserables de los peones golondrina.
Hoy las mafias compran y secuestran adolescentes hondureñas. Las sacan de sus casas, de las escuelas y de los orfanatos y las siembran como flores mortecinas en los bares y burdeles de Chiapas. Las autoridades de vez en cuando las rescatan y las devuelven a sus barrios donde vuelven a prostituirse.
En el mundo se compran por año alrededor de un millón de chicos. La mayoría pasan a ser obreros sexuales, a otros los absorbe la industria pornográfica y los que no sirven para eso van a trabajar de lo que sea mientras el cuerpo los sostenga.
Las esclavas modernas caminan entre nosotros con labios pintados, zapatos vacilantes y pollera corta. Otras entran en las casas de familia a cumplir jornadas de tiempo completo por un plato de comida, caen prisioneras en las quintas de verduras de Buenos Aires o se entierran en las textiles clandestinas donde nadie vuelve a ver la luz sin permiso del patrón.
Desde el siglo XIX, formalmente, todos somos libres. Los que tienen y los que no tienen. Los que mandan y los que obedecen. Los xenófobos y los desterrados. Los opulentos y los miserables.
Ese debe ser el problema: demasiadas libertades en el mismo lugar al mismo tiempo.
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