domingo, 31 de julio de 2011

NOTA DE OPINIÓN

Haití en la Argentina del tercer milenio
  
(APe).- Hubo un tiempo, hace mucho, cuando recién amanecían las revoluciones en la tierra americana que la palabra “negro” era sinónimo de libertad, igualdad y dignidad humana.

Para la constitución de la República de Haití, del año 1805: "Todos los ciudadanos, de aquí en adelante, serán conocidos por la denominación genérica de negros”.

Esta frase “es el artículo 14 de la Constitución Haitiana de 1805, promulgada por Jean-Jacques Dessalines sobre los borradores redactados por Toussaint Louverture en 1801, pero cuya institucionalización tuvo que esperar a la Declaración de Independencia de 1804, con Toussaint ya muerto en las cárceles napoleónicas cuando la primera, la más radical y la más inesperada de esas revoluciones se llevó a cabo en 1804 y no en 1810. La más radical, digo, puesto que allí son directamente los ex esclavos africanos -es decir, la clase dominada por excelencia, y no las nuevas élites “burguesas” de composición europea blanca- las que toman el poder para fundar una república llamada, justamente, negra", dice el notable investigador Eduardo Gruner.

El artículo 12 advierte: “Ninguna persona blanca, de cualquier nacionalidad, podrá poner pie en este territorio en calidad de amo o propietario, ni en el futuro adquirir aquí propiedad alguna”. Y aquel artículo 14, sostiene que “todos los ciudadanos haitianos, de aquí en adelante, serán conocidos por la denominación genérica de negros”.

En aquellos días revolucionarios, lo malo era lo blanco.

El sistema jamás permitió la continuidad del ejemplo haitiano. De hecho, el presente del país parece ser la permanente condena que sufre aquel pueblo por semejante transformación ante el imperio francés.

La aniquilación de aquella revolución fue también la invención del racismo en todas sus formas, entre otras, el color del desprecio y lo despreciado sería -desde el saqueo- el negro.

En la Argentina, hablar de cosas de negros, es hablar de cuestiones que no merecen respetarse.

Al decir de los haitianos, los blancos se han hecho cargo de las distintas formas de propiedad, entre ellas, la vida de los que son más, la suerte de los que trabajan.

En estos arrabales del mundo, por otra parte, hay otra realidad: Buenos Aires sigue siendo la cabeza de Goliath de una nación federal en los papeles y profundamente unitaria en los hechos de la vida cotidiana.

Por eso no sorprende que lo despreciado, lo de menor valor, lo condenado a no tener nunca el nivel de vida mínimo para ser feliz, tenga que ver con lo negro y la Argentina llamada del interior. (Queda claro que muchos porteños son y se sienten el exterior).

La lección de Haití continúa en el presente.

Lo oscuro de la vida se impone para que nadie más ose vivir con dignidad y declarar lo negro como sinónimo de futuro mejor.

De acuerdo a los datos de la Encuesta Anual de Hogares Urbanos, realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo, el 42 por ciento del empleo en negro se verifica, especialmente, en los pueblos del interior argentino.

Vidas precarizadas, ninguneadas, a las que les cuesta realizar sus sueños porque están pintadas a través de la historia cotidiana por el color del desprecio según la visión de las minorías dominantes.

Para el  Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA),  esta es "una evidencia concreta de las consecuencias negativas que tiene pensar y formular políticas públicas a medida de la Capital Federal, menospreciando al Interior del país".

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