OPINIÓN
Por CARLOS E. CUÉ
CIUDAD DE BUENOS AIRES (El País). Los agoreros lo dijeron desde las primeras horas de aquel 18 de enero: nunca sabremos quién mató a Alberto Nisman, el fiscal de la causa AMIA, el peor atentado de la historia de Argentina y uno de los más sangrientos del mundo, con 86 muertos.
Tres meses después, la mayoría de los argentinos piensa que lo mataron, y no se suicidó, pero también creen que nunca se sabrá quién fue.
El pesimismo se ha instalado en la sociedad con noticias constantes sobre el caso que generan aún más confusión. Y sin embargo el asunto sí ha tenido un efecto claro: ha puesto en primer plano la parte oscura de un país donde los servicios secretos están más cuestionados que nunca; la justicia libra una profunda batalla interna entre jueces y fiscales K (cercanos a los Kirchner) y todos los demás, y se produce en público, casi a diario, una guerra entre la fiscal del caso, Viviana Fein, y la exmujer de Nisman, la juez Sandra Arroyo Salgado.
Esto impide tres meses después saber mucho más de lo que se conocía el primer día. Los agujeros negros que vinculan la política, la justicia y los servicios secretos, de los que siempre se hablaba en privado, han quedado en un primer plano.
La única certeza de momento es que el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha conseguido sobrevivir de manera notable al caso Nisman. La imagen del fiscal, designado para la causa AMIA por los Kirchner, está hundida después de que se supiera que tenía una nutrida cuenta bancaria no declarada en Nueva York y se conocieran detalles de su vida privada, filtrados por la propia policía. Su demanda contra la presidenta por el pacto con Irán agoniza en los tribunales, y ahora ha recaído en un fiscal cercano a los Kirchner.
“La presidenta cayó cinco puntos en febrero por Nisman y los recuperó en marzo. El asunto ha ido perdiendo relevancia para la sociedad”, explica Eduardo Fidanza, director de la encuestadora Poliarquía. “La estrategia de embarrar la cancha ha funcionado. Es como el tango de Discépolo Cambalache, todo se iguala por abajo. El prestigio del fiscal está hundido con las revelaciones. Además, el poder judicial tiene bajo prestigio en Argentina”, sentencia Fidanza.
De hecho el oficialismo, y su candidato más fuerte, Daniel Scioli, recupera fuerza día a día en este año electoral clave. La muerte de Nisman descolocó al Gobierno y le hizo pasar uno de sus peores momentos, pero ha conseguido darle la vuelta y ahora quien está siendo investigado es el propio Nisman y su familia, por posible lavado de dinero —el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, ha llegado a aconsejar públicamente a la fiscal que detenga a la madre del fallecido— y también un personaje clave, Antonio Stiusso, el todopoderoso hombre fuerte de los espías argentinos.
Su relación con Nisman era muy estrecha —el fiscal intentó llamarle varias veces antes de morir— y la presidenta atribuyó la denuncia del fiscal contra ella, presentada la misma semana en la que murió, a una maniobra de Stiusso, al que ella había despedido un mes antes.
Ahora todo el poder se ha vuelto contra él, y tiene varias causas pendientes en la justicia, una de ellas iniciada nada menos que por un amigo del Papa, Gustavo Vera, un concejal de Buenos Aires. Stiusso se ha marchado de Argentina y está ilocalizable. Ha mandado ya el mensaje de que no volverá con este Gobierno.
El caso Nisman ha dado pues un giro completo y ahora perjudica a quienes lo iniciaron, pero sobre todo ha dejado claro a todos los argentinos que los agujeros oscuros de los que siempre se habló en privado están bien a la vista.
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