Pocos de sus vecinos saben que Gumersindo Avelino de Olivera se llama así. La mayoría de ellos lo conocen por su apodo: Mbiguá. Lleva tantos años viviendo en Colonia Pepirí, -algunos kilómetros aguas debajo de los Saltos del Moconá-, que el lugar donde está instalado se llama precisamente Paraje Mbiguá, con cartel identificatorio incluido.
Es uno de los colonos de esa zona, riquísima en paisajes turísticos, pero de flaca calidad de vida para ellos. Por eso, aunque su lote linde con la belleza del río Uruguay, lo rudimentario de su rancho y de su rutina, marca que vive en la pobreza.
Pero ese estado natural ya asumido desde siempre, ahora está alterado. Y lo mismo les ocurre a la mayoría de los habitantes de Colonia Pepirí.
La intención de sacarlos de sus tierras les terminó de perturbar la vida. Pero aseguraron que todo empezó hace unos años. "Nos persiguen y asustan porque quieren echarnos de acá", aseguró uno de los vecinos, "Marinho" Rodríguez.
Denunciaron amenazas, presiones y acciones directas de hostigamiento como el traslado de la escuelita y el envenenamiento del agua que consumían.
Son casi 40 familias que ocupan desde hace décadas, unas 1.500 hectáreas de la reserva Yabotí, cerca del límite con el Parque Provincial Moconá. Las tierras forman parte de unas 16 mil hectáreas de los Lotes 8 y 9, según los planos catastrales. El primero es una extensa propiedad de Juan Alberto SA, y el segundo de El Moconá SRL, ambas firmas relacionadas con familias que integran el grupo de las que terminaron como grandes propietarios de las tierras de Misiones, con dominios desde el río Paraná al Uruguay.
Los vecinos de Pepirí no hacen distinción entre El Moconá SA y Juan Alberto SA. Para ellos se trata de "La Compañía", y "La Compañía" volvió a fijar su atención en esa pequeña franja de territorio misionero.
Décadas atrás era una zona de explotación forestal, que había sido devastada de especies nativas, y perdido su valor productivo.
Hoy todo cambió y el olvido se transformó en interés. Es que el flamante asfalto de la ruta Costera 2 que llega hasta el Moconá, ahora puso en valor turístico esas tierras ocupadas desde siempre por los postergados colonos.
Solo un ejemplo de ello es el lugar donde hoy vive Mbiguá. El río Uruguay bordea uno de los laterales de su chacra, y la ruta asfaltada el otro. Inmejorable lugar para invertir en la industria del turismo. El caso de este colono se multiplica, -calcado-, entre sus vecinos. El río y el asfalto pasan por sus chacras.
"Quedá con un lugarcito"
Mbiguá, -Gumersindo Avelino de Olivera-, llegó hace unos 60 años a Colonia Pepirí. Hoy tiene 74, y todas las marcas del sacrificio diario en la colonia, reflejadas en las arrugas del rostro. Es uno de los ocupantes del Lote 8.
Explicó que "vine porque mi novia era de acá. Me casé y me quedé". La novia, luego su mujer, es Aurora Gómez Pereira, a esta altura de su vida con notorios problemas para desplazarse por sí sola. Aunque tuvieron ocho hijos, hoy viven solos en su casita de madera, donde las grietas entre las tablas de las paredes permiten que el frío se adueñe del rancho.
"Acá quedan más de treinta familias. Cuando empezamos eran pocas, pero después entró mucha gente, y últimamente "La Compañía" se ocupó de ir sacando a varias. Tres de mis hijas siguen en la zona, todas nacidas y criadas acá, y ya ni sé cuantos nietos tengo".
Mbiguá apuró otro cigarrillo, y agregó: "Hace sesenta años todo era solo actividad maderera. Se tumbaban los árboles con hacha, porque no había motosierras; y con buey o algún tractor viejo los llevaban hasta el río. Armaban las jangadas, que llevaban hasta San Javier o Santo Tomé. Me crié trabajando en eso".
Mbiguá remarcó el hecho por el que se quedó hasta hoy en ese lugar. "Cuando terminó la maderera, mi patrón que era el encargado de "La Compañía" en el lugar, me dijo: ‘quedá con un lugarcito para vivir’. Así hice y desde entonces viví y vivo del trabajo de la tierra, de la chacra. Hago citronela hasta hoy, que da plata para subsistir. También hago mandioca, batata dulce, maíz, gallinas, chanchos".
Mbiguá está al tanto de las nuevas pretensiones de desalojo. "Estoy enterado, pero no me preocupa por que no me van a sacar de acá. Hay algunos vecinos que le convencieron, le pagaron una platita y se fueron. Yo me quedo".
Con las botas
Colonia Pepirí tenía una primera escuela en el Lote 8, que luego fue trasladada de lugar, una parroquia y un cementerio. El mismo Mbiguá se encarga de mostrar la única tumba que queda visible. "Había más, pero esta es la única porque es de hierro. De las que tenían cruz de madera solo quedó el hueco en el suelo".
El movimiento en los restos del cementerio atrajo a otro de los vecinos de Colonia Pepirí, Albino Mello. El hombre se fue y volvió varias veces al lugar. "Hace cincuenta años vivía mi hermano y yo ya circulaba por acá y conozco desde entonces. Unos 20 años atrás me quedé viviendo, nacieron mis hijos que son vecinos. Es una vida muy sufrida, trabajaba y destilaba mi citronela y tenía que llevar a lomo para conseguir algo para mis hijos.
Hace un par de años vino la propuesta de "La Compañía" para que me vaya, porque decían que era tierra privada y que de alguna manera me iban a sacar. Hablé con ellos y les dije que tenía tres chicos y que no los quería criar en la ciudad. Pero me contestaron que si no salía de al lado del río, nos iban a echar a todos. Por las buenas o dentro de cinco o seis años te vamos a sacar con los de botas, me amenazaron".
Mello contó que "me apretaron y medio pichado les vendí mis mejoras, tuve que darles sí o sí mi tierra. Hice un acuerdo con ellos y me pagaron una platita. Ahora estoy de vuelta en Pepirí, en la chacra de mi hijo, por una sola causa: este, al lado del río, es mi lugar. No me hallo en otro, no quiero otro".
Mientras las preocupaciones de estos colonos y sus familias aumentan por el miedo al desalojo y a las amenazas, el río Uruguay que siempre los acompañó, corre constante a pocos metros de sus casas. Antes bajaban jangadas, y hoy atrae turistas e inversiones. Durante décadas, se llegaba a Colonia Pepirí solo por botes, hoy el asfalto que pasa por sus propiedades, trajo progreso y trae visitantes.
Ellos, los ocupantes de los Lotes 8 y 9, jamás imaginaron que el río y el asfalto se conjurarían en su contra, alentando desalojos; ni que las hectáreas de tierra que trabajan desde hace décadas, olvidadas por el resto, ahora se hayan vuelto un tesoro de valor incalculable. "Yo voy a pelear por lo mío, pero para mí que ningún juzgado me va a poder sacar de acá", dejó como última frase Mbiguá.
Se fue caminando por el borde de la ruta Costera, con sus arrugas, su cigarrillo y sus preocupaciones.
APE -
(Publicado por Misiones Online)
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