(APe).- Pocas veces hay algo que festejar hasta inflarse el alma. La última vez que lo vio campeón tenía nueve años. En tres años le pasaron demasiadas cosas en el cuerpo y en los ojos, que ya ven más. Mucho más. Demasiado más. El domingo gritó tres goles y alucinó que él también daba la vuelta. Y se fue a la calle, con la vida azul y oro por un rato. A los doce y con poco para festejar.
Cuando llegó la ambulancia, de madrugada, a la plaza de Trelew, ya estaba muerto. Sus compañeros lo vieron convulsionar pero nadie cree en la muerte como certeza cuando se empieza a vivir. El aerosol de tapa azul e imágenes bucólicas ofrece perfumar el ambiente. Los niños se lo llevan subrepticiamente bajo los brazos cuando descubren la conciencia de lo amargo. Cuando la lucidez del no futuro se les planta delante y no hay forma de fuga. No hay hendija por donde colarse y salir al amanecer. (Porque dicen que en algún lado, alguna vez, amanece).
En los últimos cuatro años al menos cinco pibes murieron en el sur del país intoxicados con poett, ya casi tan famoso como el poxiran, que cedió su marca como nombre masivo. Quince años, muerto en su casa de Comodoro. Dieciséis años, muerto en un baldío de Puerto Madryn. Otros dos de catorce en plazas de Trelew. Alrededor siempre tres, cinco, veinte envases vacíos.
Es la conciencia de lo amargo, de la negación de todos los espacios, del escaso valor de la vida. Es la soledad, intensa y dominante. El abandono en la basura de una fiesta que es ajena. La conciencia terrible que hay que anestesiar porque devora el alma. Con el paco cómplice y milico en el conurbano, con los gases perfumados del poett de lavanda más al sur. Con cualquier cosa que anestesie la conciencia porque ya ni quedan resquicios para la rebelión.
Un trapo sucio empapado tapando la nariz o la bolsa sobre la cabeza y el rocío adentro o el aerosol directamente sobre la respiración. Un estar ajeno durante minutos. Horas. Y la cabeza que se rompe. Y el corazón que estalla. Si total la vida es un sueño modesto, un sabor ácido prendido a la lengua.
No habrá campañas hipócritas ni operativos mentirosos ni despenalizaciones de la marihuana que salven a los pibes de la hondura de la muerte. No los habrá mientras la conciencia de lo amargo se aparezca un buen día a los 7, a los 8, a los 12 y les comunique, con el cinismo de los tiempos, que no hay lugar para ellos en un mundo que dejó de incluirlos con intenciones de parasiempre. No habrá nada que los salve si siempre habrá algo para ponerse en la nariz que les duerma la angustia de no ser. El decreto sistémico de no ser, firmado resueltamente para su exterminio.
Acaso no sea tan tarde todavía. Acaso lleguemos a tiempo para ofrecerles a sus narices el polen de esta primavera rebelde, que llena los pulmones y acelera las piernas. Llenos de vida y energía para empujar de un golpe las ventanas y descubrir que amanece. Para que la conciencia de lo amargo se vuelva conciencia de la esperanza. Y perfume revolucionario de jazmines sin necesidad de aerosoles de tapa azul.
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