Los perros fueron claves para lograr el hallazgo del cuerpo en el río Chubut. Foto: Web |
Por FEDERICO GONZÁLEZ Director de la consultora de investigación y marketing político González y Valladares.
(U24) - La noticia conmocionó a la opinión pública: el cuerpo de Santiago Maldonado habría aparecido sobre las aguas del río Chubut. Luego, la autopsia verificó en acto lo que hasta ese entonces era potencia. Pero lo que aún subsiste sumergido es la verdad de lo ocurrido.
La gente necesita saber la verdad. El pueblo quiere saber de qué se trata. Pero, ¿Qué verdad es la que realmente se quiere? ¿La Verdad verdadera o la que nos gustaría que fuera? Acaso no sea la Verdad. Acaso sea apenas aquella “verdad” que nos conviene mejor.
Lo sabemos: la búsqueda de la verdad es una de las grandes pasiones humanas. Pero no la única. Ciertamente, necesitamos tanto conocer la verdad como que ésta se nos revele a la medida de nuestra ilusión.
Dilema y paradoja suelen poblar el tráfico de nuestras mentes y corazones. Declamamos la necesidad de verdad, pero —a veces— algo nos traiciona. Porque queremos la verdad pero —extravío narcisista— también necesitamos tener razón. Será porque tener razón justifica nuestra cosmovisión del mundo. Y eso nos justifica a nosotros mismos.
Con la justicia ocurre algo análogo. Tenemos sed de justicia pero, de antemano, ya elegimos a nuestro culpable favorito. Y si la verdad determina que el culpable es otro o ninguno, quizás sucumbamos a la tentación de sostener que la justicia no es entonces auténtica.
La ciencia forense sentencia que los cadáveres hablan. Pero ningún indicio nos resultará revelador si no estamos preparados para escuchar. La psicología cognitiva nos enseña sobre la tendencia a incurrir en el sesgo confirmatorio. Estamos más preparados para considerar las evidencias favorables a nuestro punto de vista que para atender a las contrarias.
Nuestra mente tiene voracidad de ejemplos, pero se revela ciega a los contra-ejemplos. La sabiduría popular sostiene lo mismo en refranes cristalizados: “Buscamos llevar agua para nuestro molino”.
En magistrales estudios el psicólogo Jerome Bruner esclareció sobre la dinámica de nuestras percepciones. Percibimos bajo el tamiz de las hipótesis. Cuando sostenemos fuertemente una hipótesis necesitamos muchas evidencias contrarias para refutarla. En cambio, cualquier indicio vale para alcanzar certezas incontrovertibles.
El filósofo de la ciencia Thomas Kunh destacó la importancia de los paradigmas para comprender por qué la ciencia misma también está determinada por cosmovisiones inadvertidas de las comunidades científicas. Dentro de las burbujas lógicas donde estamos situados vemos lo que nos interesa e ignoramos el resto.
La ceguera paradigmática determina el tránsito inexorable hacia la insensibilidad apática. O, lo que es peor: hacia el odio irracional. El odio irracional suele dar pie a interpretaciones antojadizas. El odio visceral tiende un puente relámpago entre la sospecha cauta y la fabulación delirante. Ya lo sabemos: el odio libera el filtro de la razón para alcanzar su propia dinámica. Los espíritus escépticos también revelan sus apetencias.
“Nunca se sabrá la verdad. ¡En Argentina nunca se sabe la verdad!”. La sospecha escéptica es prima hermana de la suspicacia malévola: “Cuándo el río suena, agua trae”.
Los buscadores de coincidencias significantes no podrán resistir la tentación de identificar patrones: Las mentes conspirativas elucubrarán febriles hipótesis paranoicas, donde lo tangible es apenas la punta del iceberg de un entramado siniestro de perversas causas.
Los espíritus optimistas, en cambio, acaso piensen que tarde o temprano la verdad se revela saliendo a la superficie. Quizás lo único verdaderamente cierto sea que, al fin y al cabo, el cuerpo de Santiago Maldonado apareció flotando en un río.
Un río que es agua y ya es símbolo.
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