APE / OPINIÓN
Por IGNACIO PIZZO
(APe).- Desde muy temprana edad se puede calzar la adicción a las zapatillas de lona.
Desde los primeros pasos puberales, se puede entrar en contacto con las sustancias que de una u otra forma serán el certero disparo para borrar sueños, cuando ni siquiera la muerte se sabe cómo se pronuncia.
Es una injusticia por mano propia de este entuerto que irónicamente llamamos democracia.
Lo que nadie imaginaba es que ni siquiera cuando los escarpines están en la sala de partos, un síndrome de abstinencia por paco puede establecer la tortura de un cachorro humano. Ese que apenas tuvo el roce de un rayo de luz solar asomado por alguna hendija hospitalaria piadosa.
Es eso lo que relata el diario La Nación el 18 de junio, al describir que en la provincia de Jujuy, en su ciudad capital, Carla es adicta al paco, vive en situación de calle y está embarazada. A los 19 años, su salud y la de su beba de más de siete meses de gestación son muy delicadas.
Laura, la mamá de Carla, hizo lo imposible para retenerla y para que recibiera atención médica mucho antes de saber que iba a ser abuela. Peregrinó por reparticiones públicas, por centros de salud y por distintos juzgados. En los últimos meses, aparecieron algunas luces de esperanza. Pero en los hechos Carla siguió siempre allí, entre el barrio Azopardo y San Francisco de Alava, prostituida y dominada por una droga.
El mismo diario señala: “la evidencia del narcotráfico y de su crecimiento en el país se revela de forma dramática: adolescentes y mujeres adictas que quedan embarazadas y dan a luz bebes con síndrome de abstinencia, problemas metabólicos, sífilis congénita o prematuros”.
Los cuerpos de nuestros bebés sometidos a los balazos crónicos del sistema, se descubren a sí mismos con una tensión muscular, con rigidez, hasta con convulsiones.
Experimentan ansiedad, insatisfacción, se comerán sus puños, se provocarán escoriaciones con las sábanas. Ese es su debut en el primer escenario de la vida. De la muerte.
No es algo nuevo, ya lo sabemos. En 1987, escribía sobre esto Milagros Pérez Oliva en el diario El País, desde Barcelona: “Durante el embarazo, el feto recibe de la madre la misma dosis de droga que ésta toma. Por eso, los efectos del síndrome en el recién nacido son idénticos a los de la madre, con el agravante de que ella es consciente de lo que le ocurre, mientras que el pequeño los sufre en medio de un desamparo total. El síndrome de abstinencia provocó en los bebés problemas nerviosos, circulatorios, respiratorios, metabólicos y gastrointestinales, con irritabilidad, llanto incesante, trastornos de sueño y temblores”.
Las meras descripciones clínicas pueden ser un interesante artículo para un journal médico o pueden imprimirse en el show de papel, más nunca serán titulares. Las almas caritativas pueden espantarse mientras se atragantan con el té y los escones.
Carla quizá será una menos, su vientre conlleva la creciente semilla de quien viene a renovar el mundo, aunque no gozará plenamente de su privilegio de ser niño. Las excrecencias de las drogas y en este caso su falta, ya tienen hecha la sucesión para prolongar un calvario, que el estado omnipresente se encarga de perpetuar. Como Carla no aceptó la internación voluntariamente se la dejó ir. Un consentimiento informado no firmado, esa es la excusa. El top del progresismo saludable.
Antes el encierro. Hoy no hace falta, ya que dejarla librada a su suerte es otra forma de encierro. Su orfanato es su cerebro. Antes los manicomios ahora las internaciones “voluntarias”. El resultado: el mismo. Niños, mujeres, niñas madres, adolescentes, rodando en la ruleta rusa de los vencidos, cuando deberían estar intentando sacar la sortija para una nueva vuelta en una calesita de barrio.
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