(APe).- -Hubo muchas presiones y la comisión no se reunió nunca más decían los funcionarios de las ciudades y pueblos que integraban, hasta 1986, la llamada Comisión Intermunicipal del Gran Rosario en defensa del río Paraná. Habían estudiado los efectos de las fábricas que tiraban sus desperdicios a las aguas marrones y sus conclusiones eran terminantes: la mayoría de las empresas envenenaban al Paraná y también el aire de la región.
Pero aquel informe nunca más se repitió.
Rosario, Villa Gobernador Gálvez, San Lorenzo, Puerto General San Martín, Granadero Baigorria, Capitán Bermúdez y Fray Luis Beltrán, entre otras poblaciones, fueron el territorio arrasado por la desocupación y extranjerización de la economía pero también atravesado por distintas contaminaciones.
El sojalismo impune agregó lo suyo de la mano de los agroquímicos y la zona pasó a formar parte de un paisaje con olores muy fuertes y desagradables y con enfermedades nuevas y terminales.
Un cuarto de siglo después, entonces, no es casual que el Atlas del Medio Ambiente elaborado por la Defensoría del Pueblo de la Nación haya marcado la zona como una de las más contaminadas del país.
Rosario es “una gran ciudad donde conviven amenazas ambientales que son mayores respecto de otros lugares del país…Se combinan todos los factores de riesgo, como el uso de agrotóxicos en la actividad agrícola, la actividad industrial y la gran cantidad de población que vive bajo la línea de pobreza, a lo que se suman las amplias zonas con déficit en materia de servicios cloacales. Esto reclama una política ambiental muy activa”, dijo el abogado Leandro García Silva, uno de los integrantes de la Defensoría y difusor de la investigación.
Agregó que “hace falta mucho cuidado entre quienes se dedican al cultivo de verduras y hortalizas, y quienes trabajan en los mercados centrales. Hay que pensar en formas más saludables de producir los alimentos”, apuntó el profesional.
Para el intendente de la ciudad, Miguel Lifschitz, las conclusiones del citado informe tienen que ver con una intencionalidad política y no con una investigación seria.
Sin embargo, la historia reciente de la zona, modificada a consecuencia de una dolorosa metamorfosis de su tradicional perfil industrial, obrero, portuario y ferroviario, demuestra que el medio ambiente también ha sido víctima de la voracidad de los sectores que concentraron y extranjerizaron la riqueza en los últimos veinte años.
Más allá de las postales políticas de exportación que muestran las “bellezas” de la ciudad, permanentemente comparada con la Barcelona de América del Sur, la realidad existencial de sus mayorías demuestran que las islas de la fantasía son para pocos y que los problemas ambientales están entre las preocupaciones cotidianas de los que son más.
Rosario es una ciudad archipiélago y el informe de la Defensoría del Pueblo de la Nación, precisiones más, precisiones menos, lo demuestra.
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