jueves, 16 de febrero de 2012

NOTA DE OPINIÓN

La voz de Dios
-por Silvana Melo (APe)-


(APe).- Agua Rica se llama el nuevo megaemprendimiento minero lanzado en 2009. Ahí cerquita no más de Andalgalá. Dicen que será dos veces más grande que Bajo la Alumbrera. Agua Rica, tan rica como el agua que sorberá hasta secar la vida de los andalgalenses. Como el agua que dejará de ser rica para los pueblos y volverá como ya vuelve, en gas y balas de goma y dientes feroces en el cuerpo de las mujeres y en los ojos aterrados de los pibes.


Catamarca vive, en estos días, el gesto violento del poder cuando se le acaba la paciencia y sospecha en peligro la inmensa y festiva caja que brota de los vientres de la tierra. A los 13 Juan supo lo que era un calabozo cuando la policía rompió el acampe de Belén. Y Facundo, en brazos de su madre, atontados los dos por los gases y los golpes, pasaron efímeros y neblinosos por las cámaras de televisión. En Tinogasta miles de gentes del pueblo, hartos de que los cerros les desaparezcan frente a los ojos, puestos a defender la identidad y la vida, una historia de arraigo en la tierra que pisan, se sentaron al paso de los camiones que alimentan el Bajo la Alumbrera. Las mujeres y sus niños fueron infantería de musculosa y ojotas, bajo el sol lacerante, por el agua que les sacan, por la que les contaminan, por el saqueo del suelo que es suyo, el que habitan desde hace siglos y en el que quieren quedarse a vivir y a morir.


Pero las empresas canadienses y suizas no tienen de qué preocuparse. No necesitan ensuciar sus manos con el sudor terroso de la gente de pie. Tienen gobiernos que les ofrecen con avidez sus aparatos represivos, sus estructuras judiciales y sus leyes fláccidas para que sea feliz y sin ripio el camino del despojo.

La represión de madrugada en la tucumana Amaicha del Valle –la oscuridad es una vieja aliada del terror-, los perros feroces lanzados contra la gente en Tinogasta, la mujer que muestra la mordedura tan cerca de uno de sus pechos, balas de goma contra la espalda de cualquiera, gases que asfixian a los niños, golpes y palos y patadas en la cara de los viejos, Facundo en brazos de su madre que se desvanece, las amenazas contra los medios comunitarios, las casas allanadas, las listas, el piquete pro minero de gerentes, empleados, familiares de empleados y policías que sitia Andalgalá y no permite la entrada de sospechosos. Y la gente como blanco móvil. Terroristas de los pueblos de la cordillera –dentistas, boticarios, almaceneros, peones rurales, limpiadoras de casas y sus criaturas, maestras, cosecheros- que subvierten el orden establecido por los superpoderes económicos que siguen gobernando en las sombras. En sombras que, de vez en cuando, cuando es necesario, descorren y muestran sus incisivos listos para clavarse en cualquier yugular con pretensiones libertarias.



Decenas de miles de pobladores anónimos resisten junto a sus cerros. Una voz del pueblo que no es voz de dios para la Jefa del Estado. Que sí cree en la voz divina cuando llega desde el proscenio propio, desde la escena que torpemente suele armarse para la difusión de un discurso tan distante ya del interés genuino de la gente lejana. La de los cerros, la de las tierras enajenadas a prepotencia y sangre, la que dejó de tener un patio donde morirse bien. Serán las posturas “dogmáticas y cerradas” que dice la Jefa del Estado que tienen las gentes de los pueblos. El día anterior habían desalojado a golpes la plaza de Belén. Por eso aplaudió tanto a un hombre con nombre que no era, a un trabajador que no era político pero que vicepreside un PJ, a un hombre que no era sindicalista pero fue interventor de AOMA en San Juan, a un hombre que “no tiene pinta de ser de la Barrick” pero se fotografió con Gioja y su AOMA, la que intervino, presentó con la Barrick el pedido de inconstitucionalidad de la Ley de Glaciares, el hombre que era un obrero raso pero fue elegido por la cementera de Olavarría para que representara a los trabajadores (Armando Domínguez “Antonio” dixit) en la teleconferencia con la “compañera presidenta”, el hombre que definió como seudoambientalistas a la gente que al otro día la policía (avalada indudablemente por el discurso político nacional y provincial) barrería a balas, perros y golpes. “La lógica implacable del pueblo”, dijo ella que él era. La voz de dios para la Jefa del Estado es la voz de otros dioses. La que representa el Antonio que no era. Y no la de decenas de miles de nadies enclavados en los pies de sus cumbres, en sus valles milenarios, en el agua que es el oro para los que vendrán, en el cianuro tan amenazante como los dientes de la policía catamarqueña. Como los incisivos del poder que emerge de las sombras.


El Antonio que no era y que satisfizo la necesidad de legitimación que la Jefa del Estado buscaba en el obrerío hostil, intervino la AOMA de San Juan cuando OSMA (un gremio alternativo perteneciente a CTA) se le había quedado con la mayor parte de los afiliados. A fuerza de conquistas, no más. Y de la denuncia de accidentes de los trabajadores, amenazas políticas y daño ambiental. La Barrik, como Cementos Avellaneda de Olavarría, felices con su obrero fiel.

En Catamarca, los “seudoambientalistas” que no dejan trabajar en paz al Antonio que no era, saben que Bajo la Alumbrera dejará un desierto yermo. Y pretenden evitar el avance de Agua Rica, ahí cerquita no más de Andalgalá. “La campaña publicitaria de la empresa (Bajo la Alumbrera) y los políticos de turno prometía la construcción de un barrio para cinco mil personas, nuevas escuelas, un hospital de alta complejidad, rutas asfaltadas, 6000 puestos de empleo. Ninguna de esas obras se plasmó. La compañía asegura, aún hoy, que emplea a 1800 personas del lugar y, de forma indirecta, creó 8200 puestos laborales. Los vecinos lo desmienten: afirman que en la mina no trabajan más de 90 personas de Andalgalá”, escribió hace cinco días Darío Aranda.



En la mañana del 9 de febrero Facundo apenas podía respirar en los brazos de su madre. Semidesvanecida, intentaba esquivar las balas de goma y los escudos que le golpeaban la cara. En la tarde del 9 de febrero tres militares y dos civiles quedaban presos por decisión de los jueces que tratan de determinar quiénes y por qué persiguieron y asesinaron a Carlos Alberto Moreno 35 años atrás. El abogado de AOMA defendía a los obreros de la embolsadora de Loma Negra, condenados a aspirar un polvillo que levantaba paredes de cemento en los pulmones. Y se morían cuando todavía no había que morirse. Tratando de respirar. La dictadura tuvo aliados incondicionales. Y poderes con incisivo feroz en cualquier yugular con intenciones libertarias. Una hora después de esa misma tarde del mismo 9 de febrero la Jefa del Estado oía embelesada la Voz de Dios. Con voz de AOMA y de Cementos. Pero con el silencio estruendoso de los muertos. Y la ausencia multitudinaria de los vivos.
Vaya uno a saber qué dios hará oír su voz en estas horas por los rincones de Tinogasta, de Belén, de Andalgalá, de Famatina, de Chilecito, de Jáchal, de Amaicha. Acaso sea la de Atahualpa, el inca secuestrado por Pizarro. Por cuya cabeza pedía una habitación llena de oro hasta los cielos rasos. Dicen que la gente de Andalgalá juntó todo el oro de la tierra y armó una cadena con eslabones tan gruesos como el puño cerrado de los fuertes. Se la echaron a la espalda y caminaron a la Casa de la Serpiente. Enterados del crimen del inca, arrojaron el oro en la laguna que baña los pies del nevado de Aconquija. Por las noches Atahualpa la vela, por si regresan los conquistadores. Su murmullo se escucha al alba, cuando explotan los cerros.


Acaso sea ésa la voz de Dios.



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