jueves, 7 de julio de 2011

NOTA DE OPINIÓN

Quiero que gane

Por José Luis Milia


Siento ante la cer­ca­nía de las elec­cio­nes la misma desa­zón que expe­ri­menté en marzo de 1976 ante la inmi­nen­cia del golpe mili­tar. Veo que la urgen­cia por encon­trar una salida – la que sea — embarga a muchos que creía que pen­sá­ba­mos igual. Sal­vando tiempo y dis­tan­cia hemos caído en la misma estu­pi­dez de aque­llos que gol­pea­ban des­ca­ra­da­mente las puer­tas de los cuar­te­les. Lo que pasa es que el miedo no es zonzo, y por más que esta sea una de las tan­tas ver­da­des del amigo Pero­gru­llo, es la que mejor define a los argentinos.


En el fondo, a nadie le impor­taba en ese enton­ces si mata­ban a mili­ta­res o poli­cías, el “por algo será” en Argen­tina es un axioma de ida y vuelta. Ellos esta­ban para pelear, sacar­nos las papas del fuego y si morían eran cosas del “laburo” que habían ele­gido. Si ni siquiera nos importó cuando mata­ron a Genta o a Sacheri. Con solo mirar los obi­tua­rios de Cla­rín y La Nación se podía leer entre líneas que el mar­ti­rio, por Dios y por la Patria, era algo que ellos se lo habían bus­cado. Tam­poco impor­taba mucho, en 1976, si los gue­rri­lle­ros eran zur­dos, si el trapo de la ban­dera era rojo o si venían de Cuba. Menos aún impor­taba en ese enton­ces que siendo los terro­ris­tas una orga­ni­za­ción de tinie­blas, hubiera que apre­tar­los para que habla­ran ¡Que nos iba a impor­tar la posi­bi­li­dad de la tor­tura como arma si nues­tro miedo hacía que pidié­ra­mos patí­bu­los para todas las pla­zas del País!. Pero nues­tra preo­cu­pa­ción se hizo carne cuando la gue­rri­lla comenzó a matar a sim­ples civi­les — inge­nie­ros, eje­cu­ti­vos de finan­zas, eco­no­mis­tas — pobres tipos sin uni­forme ni polí­tica en el cora­zón que solo cum­plían con su fun­ción en las usi­nas del “capi­ta­lismo explo­ta­dor”. Y ahí sí, ahí empe­za­mos a acer­car­nos a los cuar­te­les y a son­reír­les a aque­llos que hasta ese enton­ces eran los “mili­cos”. Carne de des­pre­cio para los idio­tas ilu­mi­na­dos por la reforma uni­ver­si­ta­ria, la fatui­dad de una pre­sunta inte­li­gen­cia “civil” y las ban­das de polí­ti­cos cagones que la Repú­blica crió a su calor. Y, aun­que a escon­di­das dijé­ra­mos que ellos se lim­pia­ban el culo con la Cons­ti­tu­ción, era mejor que hicie­ran algo no fuera a ser que una bomba mal puesta o un dato erró­neo sobre nues­tra acti­vi­dad nos pasara al soca­vón eterno.

Y lo hicie­ron. Entra­ron en una gue­rra tan asque­rosa que hasta el menos avi­sado de ellos sabía que en ella la posi­bi­li­dad de per­der la vida era lo menos impor­tante por­que tenían la segu­ri­dad que lo que sí iban a per­der era el alma.

Y sin embargo la hicie­ron. Y la gana­ron. La hicie­ron y la gana­ron por noso­tros, por todos aque­llos que de golpe, cuando empe­za­ron a morir civi­les, nos ima­gi­na­mos una España redi­viva donde te fusi­la­ban por ir a misa o por pro­fe­sar otras ideas que no eran las de la zur­de­ría inter­na­cio­nal. Y los aplau­di­mos y los qui­si­mos hasta que nos sen­ti­mos segu­ros, hasta que tuvi­mos la segu­ri­dad que no los nece­si­tá­ba­mos más, no ya como gobierno, sino ni siquiera como ins­ti­tu­cio­nes fun­da­men­ta­les de la Repú­blica y aver­gon­za­dos de haber­les pedido ayuda, creí­mos las men­ti­ras que de ellos nos con­ta­ron, les dimos la espalda y los aban­do­na­mos a su suerte. Los entre­ga­mos, sin siquiera el beso en la meji­lla, a la saña de sus derro­ta­dos de otrora.

Todo lo demás es lo que esta­mos viviendo. Preo­cu­pa­dos, vol­ve­mos a mirar los cuar­te­les y están vacíos en cuerpo y alma. Pero ha vuelto la intran­qui­li­dad fatal que nos ate­na­zaba el cora­zón en 1976. En pocos meses habrá elec­cio­nes, y hay un sál­vese quien pueda que nos hace soñar con cual­quier sal­va­vi­das al que nos poda­mos afe­rrar. Cual­quier tronco que flote es bueno. Pero cuando los mira­mos con dete­ni­miento sabe­mos que ni siquiera son de cor­cho, son de puro plomo, por­que son los mis­mos que han here­dado la cobar­día de los que no tenían solu­cio­nes y que, a escon­di­das, pedían tam­bién el golpe de estado, son, con otros nom­bres, los mise­ra­bles de siem­pre. Son los após­to­les del “ani­mé­mo­nos y vayan”, la misma san­gre espu­ria de los que nos con­ven­cie­ron de aban­do­nar a aque­llos que gana­ron para noso­tros la gue­rra. Y la paz.

Ahora esta­mos solos, ahora vere­mos de que manera nos arre­gla­re­mos con lo que ven­drá, ahora vere­mos de que están hechos los que per­de­rán cami­sas y hacien­das, los que se cre­ye­ron los cuen­tos de los mili­ta­res demo­nía­cos, los que se han olvi­dado de sus cama­ra­das pre­sos, todos esos que, aco­va­cha­dos en la intran­qui­li­dad his­té­rica de que ellos habían zafado, saben que como se van a  dar las cosas tam­bién los van bus­car. Ahora, por fin ahora, des­pués de 30 años sabre­mos con que madera esta­mos hechos, si segui­re­mos apos­tando a las aga­cha­das apren­di­das o si, al menos por una vez, deja­re­mos de lado nues­tra cobar­día y pon­dre­mos el pecho.

En ver­dad, me ale­gra que Cris­tina pueda ganar.

Autor: José Luis Milia

josemilia_686@hotmail.com
 
Fuente: La Historia Paralela-publicado el 6 de julio de 2011.

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