SOCIEDAD / RELIGIÓN
Se trata de una fiesta de reunión familiar, que celebra justamente el fin de la esclavitud y consagra el encuentro, la convergencia y la unión de la libertad y la ley.
Se dice en la tradición judía que la noche de Pesaj es distinta a todas las noches.
En ella se vive y se relata el paso de la esclavitud a la libertad, y se comen sus símbolos, como el pan sin leudar o las hierbas amargas.
En la cena de Pesaj se rememora la opresión vivida por el pueblo judío en Egipto y también el trabajo arduo que exigió y que exige alcanzar la libertad.
Ese relato, que tiene como centro a los niños de cada familia, tiene una profunda actualidad y subraya que el compromiso con la libertad debe renovarse en cada generación, en cada persona. Es que en la vida moderna, también puede haber faraones.
Con la liberación del pueblo judío en Egipto comienzan también a instituirse prescripciones humanistas, como el llamado en el libro que narra el Éxodo a "no engañar a los extranjeros ni a oprimirlos, porque fuiste un extranjero en Egipto".
Se trata entonces de una festividad fundacional para el pueblo judío y su identidad.
Marca prácticamente el nacimiento de la mayor reivindicación humana, el derecho a ser libre, a vivir como personas, a ser respetados y a respetar.
La huida de Egipto, 3.300 años atrás, fue desesperada y plena de avatares.
En su esencia, Pesaj recuerda ese tiempo, ese pasaje, pero con un motivo central: el de significar la libertad, el de valorar su búsqueda, que alcanza sentido pleno con su encuentro con la ley, la Torá.
La noche de Pesaj es distinta a todas porque la mesa que reúne a la familia es más que una mesa.
El escritor brasileño Moacyr Scliar la describió como una mágica embarcación que navega por las brumas del pasado en busca de las memorias de un pueblo.
Sobre el mantel hay mucho más que alimentos: está el pan de la pobreza que comieron los judíos en Egipto, con su legado ético.
Y el mensaje de renovar el compromiso con la libertad, en cada tiempo y en cada hora, que viene a decirnos que el desierto que hoy es necesario atravesar ya no es una extensión de arena estéril, sino el de la hostilidad entre los seres humanos, la desconfianza y la violencia. (Télam)
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