Sudáfrica 2011 o las ruinas del Mundial 2010
La FIFA carece de criterio urbanístico. Sus preferencias no coinciden con las necesidades de la sociedad que hace el gasto. Hay que ponerle límites a las exigencias de la FIFA: 3 lecciones de Sudáfrica 2011 que debería comprender Brasil 2014.
por JAVIER BRANDOLI
CIUDAD DEL CABO (El Confidencial). Un año después de que Sudáfrica fuera anfitriona de la megafiesta del fútbol, el país se debate entre administrar un legado complicado de cemento demasiado costoso y cerrar heridas que sangran ahora más que nunca. El país, que ahora hace un año era una piña con llamadas constantes a la calma y al trabajo en equipo, es hoy un polvorín político donde no se respetan ni los aliados. Quizá la Copa del Mundo fue sólo un somnífero, un bello cuento. Quizá no.
De la Copa del Mundo hay un rastro inconfundible, que son sus estadios. Los mismos recintos que hace 365 días se llenaban de aficionados de todo el planeta y que hoy cuelgan el cartel de cerrados por falta de uso. “Tenemos que repensar lo que haremos con el estadio de Green Point”, reconocían las autoridades de Ciudad del Cabo tras comprender que 2 conciertos importantes y 1 partido amistoso al año no sirven para mantener una mole que costó más de € 400 millones. La empresa concesionaria, al menos, lo vio así y ha pegado la espantada.
El gasto que realizó el país en infraestructuras, en total, fue de más de € 4.000 millones (se incluyen gastos en aeropuertos y otras infraestructuras). El mantenimiento de los campos es un rémora ahora para un país que cuenta con una de las redes de los mejores estadios del mundo y que no cuenta con eventos para hacerlos rentables. Sudáfrica gasta € 7,1 millones en este aspecto. “Era previsible, había que hacerlos para tener el Mundial”, dicen desde la organización.
En la práctica, los 3 grandes, Johannesburgo, Durban y Ciudad del Cabo, sobreviven con inventos como hacer pasar por el medio del césped del estadio el Gran Premio de Fórmula 1 que se celebrará en Ciudad del Cabo en 2013, conciertos y algún partido de la liga de rugby o alquilar las instalaciones para bodas y cumpleaños. Eso los afortunados, que el resto de las sedes como Nelspruit o Polokwane cuentan con campos con capacidad para más de 40.000 personas y el mayor evento anual previsible es la fiesta de Nochevieja. “La Fifa ha dejado aquí muertos de cemento”, dicen los más críticos.
El turismo ha sido otro pequeño varapalo. “En la Copa del Mundo llegaron 350.00 personas”, datos de la organización. “Este año se espera una mejora en el sector turístico”, decían en el Ministerio de Turismo a final de 2010. Pues bien, la realidad es que los primeros datos contradicen esa afirmación. En Ciudad del Cabo, ciudad más turística del país, los niveles de ocupación están al 25%, peor que en 2009. “Se construyeron 14 nuevos hoteles por la Copa del Mundo y ahora hay un exceso de oferta”, reconocen las autoridades municipales. Se plantean ayudas para evitar cierres. Dos factores han podido contribuir a esa bache: el rand (moneda sudafricana) sigue muy alto y la crisis internacional.
Sobre el dinero recibido por el campeonato, no hay aún -un año después- cifras oficiales para hacer un balance de gasto ingreso. Lo que sí hay son algunos indicadores: “Grandes marcas internacionales, como la gigante de USA, Wall-Mart. preparan su desembarco y el banco HSBC ha manifestado que quiera instalarse aquí”, dicen en la consultora Grant Thornton, que señalan a la buena imagen del Mundial como responsable del logro. Ese es el principal activo, Sudáfrica dio una buena imagen lo que supone un lavado de imagen necesario para los mercados.
Sin embargo, un año después la situación política es más inestable que entonces. Justo antes de la Copa del Mundo hubo una serie de enfrentamientos raciales y políticos que quedaron aparcados durante el torneo. El presidente Zuma ordenó callar a todo el mundo cuando los micros y cámaras rondaban por el país. Hoy el partido gubernamental, la coalición del CNA, está casi en estado de guerra civil. Los jóvenes del partido quieren tomar las riendas políticas del país y exigen la nacionalización de las minas y quitar las grandes granjas a los blancos sin pagar ninguna compensación.
“Son nuestras, ellos nos las quitaron antes”, han declarado los nuevos protagonistas de la política sudafricana en su reciente congreso de este fin de semana. Su poder crece de manera exponencial y su mensaje está dividiendo el país y a su propio partido, donde nadie se salva de las críticas. “Iremos a la guerra”, han anunciado. Si el mensaje persiste, Occidente volverá a ver a Sudáfrica como otro ejemplo más de políticas inestables en las que no vale la pena invertir. Un nuevo Zimbabue y no un aliado. La World Cup habrá sido sólo el sueño de un mes de verano.
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