Por Silvana Melo
(APe).- En el camino que se cayó de pronto, que se cortó como de una dentellada, le quedó escrito lo que no fue. El pedazo de futuro puesto para ella, como un multiple choice del libre albedrío: poner a andar la primavera en el aire envenenado del Doque; transformar la vida sucia de plomo y madera y chapa y escasez, en una buena vida al alcance de todos; subvertir todos los órdenes establecidos, encender las estrellas aun con el sol en pleno mandato, robarles a los poderosos el fuego sagrado para los vulnerables, para los muchos, para los tantos, para los que no se ven, ser Prometeo en la injusticia brutal del conurbano, ser, crecer e insistir con poblar el mundo de los pobres, traer niños para la rebeldía, parir para las mayorías, ser más y más, multitud de anónimos para la transformación. Todo eso podía elegir. O resignarse. Le daba opciones el destino pero se cortó de pronto, se agotó como la canilla que gira y gira pero nada brota en la siesta de enero. Se calcinó, se consumió. Se acabó como se acaba la vida en las casitas de chapa y madera de Dock Sud. Sin transformarse, la vida. Sin ser buena, sin ser digna, sin revoluciones. Así se acaba la vida incipiente.
La noticia fue brevísima en todos los medios. Apenas líneas para la mujer de 30 años y su bebé de nueve meses que dormían en la agonía de la Navidad cuando se prendió fuego la pieza de conventillo que era su casa en Dock Sud. Ahí donde las casas son de chapa y madera, se arman una tras otra, una sobre otra, en la telaraña de los cableríos por donde a veces llega la luz y otras veces se puede atrapar un chisperío que ilumine. Clandestino, marginal. Como es la vida de los que no alcanzan el vagón final. De los que siempre pierden el tren de la justicia porque el mundo que está no fue pensado para ellos. Porque los cables no fueron hechos para su luz. Ni la ciudad para su destierro. Ni el barrio para su llegada tres días atrás.
Dicen que murieron en el incendio que se desató a las seis de la mañana, seis horas después de cerradas las puertas de la Navidad. Cuando lo que podía nacer ya había nacido pero no para ellas. Apenas días atrás también hubo fuego en otras casas de chapa y madera. Pero la muerte, acaso desprevenida, esa vez no se llevó a nadie. Pero todos saben –todos- que la madera y el cablerío y el calor de diciembre se asocian contra la desnudez de los invisibles. Y esta vez fueron dos. Ella, de treinta años, y su bebé de nueve meses. Un pedacito de futuro en ciernes, pensada para resistir, para rebelar, para nacer cada día y sobrevivir en un mundo que no la incluía.
Muchas batallas tendría por delante. Nacida mujer, que no es poco. Estirando piernitas para dar un primer paso en Dock Sud. Donde el Polo Petroquímico esparce su veneno, el agua se toma con plomo y el aire quema en los pulmones. Mucha batalla la esperaba y sólo tenía nueve meses. Pero era una ficha que su madre jugaba, que su padre jugaba, que la vida había puesto sobre un damero yermo. Una ficha frágil, vela en el viento.
Dicen que ella y su madre murieron en el incendio de Navidad, entre chapas y maderas. Pero que nadie les crea. Ellas murieron de olvido, de desigualdad, de profunda injusticia. Solas y apartadas de la fiesta de los otros.
Solitas ahora irán, en alguna aurora donde lo que nazca sea bueno. Con panes tiernos a mano y un ramito del futuro que tal vez se salvó del fuego. |
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