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(TP) - Era la hora de la verdad. Habían quedado atrás los malos resultados ante Islandia y Croacia. Olvidadas quedaron las internas entre los jugadores y el cuerpo técnico. Era momento de tirar todos para adelante e ir por la clasificación a los octavos de final del Mundial de Rusia 2018. Y así se hizo. Poniendo lo que hay que poner, apareciendo cuando hay que aparecer, la Selección argentina le ganó 2-1 a Nigeria y clasificó con agonía a la próxima ronda.
Así es otra cosa. Así podés ilusionarte. Porque no se puede jugar brillantemente siempre en un Mundial. Cuando no se puede deslumbrar, hay que ser eficaz. Y dejarlo todo. Y así ocurrió en el primer tiempo.
Porque el equipo nacional mostró otra cara, otro sacrificio, otra voluntad. Tuvo la pelota ante un rival que pareció dormido, como sabiendo de antemano cuál era su destino. Los dirigidos por Jorge Sampaoli mostraron firmeza y orden cuando tuvieron que defender, y electricidad a la hora de atacar.
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Con un Lionel Messi enchufado desde el arranque pisando el área y siendo imán de todas las pelotas. Y fue precisamente él, el mejor, el capitán, el salvador, el que abrió el marcador a los 14 minutos después de un gran pase de Éver Banega(a quien Messi pidió entre los titulares), bajándola de zurda y cruzando el remate de derecha para hacer explotar a todo el estadio.
Después, Messi también estrelló un tiro libre en el palo después de una gran corrida de Ángel di María, que fue derribado cerca del área. El equipo se contagió de su capitán, el capitán se contagió de la gente, la gente se contagió del equipo.
Un círculo que funcionó como una rueda que avanza. Siempre para adelante. Pero apenas iban cinco minutos del complemento cuando el semblante cambió. Un penal insulso e infantil de Javier Mascherano modificó la historia, porque Victor Moses igualó y tiró todo por la borda todo lo bueno hecho hasta ése momento.
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La Selección dejó de jugar y se puso nerviosa. El reloj la consumía, los pases se erraban, el VAR nos salvó de otro penal y una muy clara que tuvo Gonzalo Higuaín terminó en las nubes. Quedaban cuatro minutos y nadie lo podía creer.
Y vino la heroica: centro de la derecha de Gabriel Mercado y Marcos Rojo, que se había quedado en el área, metió un derechazo que nos puso en octavos.
"Otro Mundial empieza ahora", habían dicho en la conferencia de prensa previa a este partido. El sábado ante Francia, en octavos de final, hay que volver a demostrar que la cabeza cambió, que la suerte volvió a estar de nuestro lado y que esta generación de jugadores se merece una despedida mejor que la que se estaba dando.
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