Corazón de Darío
Con gol de Darío Rodríguez a los 45 de la primera parte, el carbonero ganó 1-0 y se llevó una ventaja fundamental pensando en la vuelta
Foto: Ignacio Chans - Texto: Nicolás Garrido
No digas la palabra, ¡carajo!, le gritó el tipo a su amigo mientras bajaban las escaleras de la Ámsterdam. Trataba de mantener la enésima cábala que fue construyendo desde febrero. Pero, aunque el tipo no se quisiese convencer, la palabra Copa aparece en el horizonte. Está ahí, a tres partidos. Y por algo más que por el 1-0 que consiguió este jueves en el Centenario. Está ahí porque, si hacía falta demostrar algo, Peñarol demostró el jueves por la noche que tiene eso que se necesita para ser campeón de América. Podrá serlo o no, y la semana que viene la tendrá bravísima contra un Vélez que demostró en el Centenario que es un equipazo, y que es guapo. Pero, aunque a esta altura suene a repetición, Peñarol tiene mística. Es esa mística que le permite, como esta noche, ganar un partido en el que fue dominado durante 75 minutos.
Es eso que tienen tipos como Darío. Tiene 36 años, es lento, le ganan las espaldas durante la temporada los defensas de Miramar Misiones o El Tanque Sisley, y hasta a veces los hinchas se preguntan si no será hora de que siga colaborando afuera de la cancha. Pero cuando se lo necesita aparece. De una manera inexplicable, enganchando, desbordando, metiendo tacos, mandando centros, pateando al arco, anulando delanteros famosos, como si fuera la versión 2011 del Negro Víctor Hugo Diogo. Ya había demostrado que era su noche, por eso cuando metió ese frentazo hacia abajo, al palo izquierdo de Barovero, los hinchas –después de enloquecerse con el festejo- se sonrieron: Darío lo había hecho otra vez.
Esa mística copera que le permitió que chiquilines como Mier, que no venía jugando bien, apareciese en el primer tiempo llevando peligro por izquierda. Que Martinuccio demostrara nuevamente que es un jugador con clase, que se agranda en las difíciles, bajando y haciendo de 10 por momentos. A Freitas a marcar a cuanta media blanca se le cruzara. Pero sobre todo, esa mística que permite apelar a otras cosas cuando las piernas ya no responden, cuando Silva y Ricky Álvarez –mirá si a la zaga de Peñarol lo va a clavar un Ricky- arrasaban en ataque y dejaban el gol a un pasito. Que le permiten a un Alejandro González, que hacía agua por todos lados con el 2-1 de los argentinos, pudiese capear el temporal y luego bancar casi sin aprietos la segunda parte.
Esas son las cosas que hacen que la palabra copa, sin quererlo, vaya apareciendo. La solidaridad de los zagueros, de Aguiar, de Freitas, para tapar ese sector y alivianarle la tarea al lateral. Bah, ¿solo de ellos? Cuando 60 mil personas no paran de gritar, no se puede decir que fueran solo piernas las que se le interponían a los de Vélez.
Sí, Peñarol no es más que Vélez. ¿Qué duda cabe? Apenas alcanza con mirar los planteles. Pero es precisamente eso. Cómo bancó en el segundo tiempo la zaga, como sacó cada pelota que llegó. Cómo, de a poco, fue apagando a unos delanteros argentinos que en el primer tiempo aparecían el Milan de Van Basten y que sobre el final se resignaron a probar centros y jugadas individuales. Cómo demostró que, le traigan a quien le traigan, este equipo de Aguirre ha sacado un poquito de todos esos que aparecen en los cuadros en blanco y negro de Los Aromos, y que le permiten seguir soñando.
Así fue el relato en vivo de El Observador
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