-por VÍCTOR INGRASSIA - LA NACION-
Hiela la sangre, aunque no sea invierno. Se corta la respiración, aunque sople un viento fresco. No salen las palabras y el alma parece hacerse añicos. Mil sensaciones recorren el cuerpo y la mente cuando uno sabe que va a ingresar al mayor escenario de horror que supo tener el planeta durante el siglo XX: el Campo de Concentración de Auschwitz, en Polonia.
LA NACION recorrió este horroroso lugar, construido por orden de Adolf Hitler, tras la invasión de la Alemania nazi a Polonia en 1939, que se erigió como el mayor campo de concentración y eliminación de personas en la historia.
Hoy, está convertido en un gran museo Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, para recordar siempre lo que aquí pasó y evitar que se repita.
Francisco visita hoy este lugar, pero a diferencia de sus dos predecesores, el polaco Juan Pablo II, con su sentida homilía, y el alemán Benedicto XVI, criticado por su discurso, el papa argentino guardará silencio.
Las barracas, dentro del campo de exterminio. Foto: LA NACION / Víctor Ingrassia |
Son 70 los kilómetros que separan a Cracovia, la más bella ciudad polaca y capital del país hasta el siglo XVII, de Oswiecim, la localidad que concentra los dos campos: Auschwitz I, el de concentración original, y Auschwitz II o Birkenau, construido posteriormente como lugar de exterminio de más de 1,1 millones de personas.
Y en cada uno de esos kilómetros recorridos, los pensamientos se profundizan y la angustia crece, mientras el conductor de la camioneta que nos lleva al "tour del horror", enciende un pequeño monitor y comienza a rodar un video para conocer un poco más de la historia de tan tétrico lugar.
La puerta hierro de acceso a Auschwitz con la tristemente famosa frase Arbeit Macht Frei (El trabajo los hará libres), es el comienzo de un recorrido lleno de profundas sensaciones, que nos hará el guía Manlio Beltrán, un colombiano que desde 2012 trabaja aquí y conduce dos visitas por día en español.
"La famosa frase de la puerta principal es el comienzo de un gran engaño porque aquí nunca se hizo realidad, ya que en Auschwitz nada te hacía libre, además de la muerte", explica Manlio a LA NACION y a un pequeño grupo de diez personas que ingresaban al campo de exterminio.
Fotografía de la última parada de los trenesLA NACION / Víctor Ingrassia |
Tras atravesar la puerta con la curiosa frase, los pasillos del complejo conducen a inmensas barracas, donde estuvieron amontonados los hombres y mujeres que luego iban a ser exterminados.
"Auschwitz fue construido en 1940 para albergar a los prisioneros políticos polacos que ya no cabían en las cárceles. Ellos fueron los primeros en llegar, pero no tardaron en seguir los miembros de la resistencia, intelectuales, homosexuales, gitanos y judíos", agrega Manlio.
Y agrega: "Además de apelar a la fuerza, el ejército nazi se encargaba de engañar a los judíos, como método alternativo para ingresar al campo de concentración, ya que les quitaban sus viviendas y les llegaban a ofrecer trabajos importantes para que dejaran atrás todo y llevaran sus más preciados bienes consigo. El viaje en camiones o en tren los dejaba exhaustos y cuando llegaban a Auschwitz eran separados para trabajar, si eran aptos, o directamente para ser ejecutados con diferentes técnicas".
El recorrido se sumerge en los distintos barracones abiertos como museos y en sus pasillos se observan largas filas de fotos de prisioneros que estuvieron allí alojados. En uno de ellos se puede leer la famosa frase del escritor George de Santayana: "Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla". Una leyenda como mensaje al mundo: que jamás se repita esta barbarie.
La entrada a Auschwitz, con la famosa frase El trabajo los hará libres. Foto: Archivo |
Tras cruzar un frío patio, ingresamos al barracón número 11, llamado "El bloque de la muerte", destinado para los prisioneros rebeldes donde se les aplicaban torturas y castigos en pequeñas celdas de 1 x 1 metros. Posteriormente, pasaban sus últimos días encerrados sin comida, hasta morir de hambre o eran colgados o ejecutados en una pared de fusilamiento contigua donde se destacan los orificios de bala grabados.
"Al ingresar a los distintos pabellones, los prisioneros que no servían para trabajar por ser débiles, lisiados, o muchas veces mujeres, debían despojarse de todas sus pertenencias y en otra sala, de sus ropas, con la excusa de tomar una ducha caliente e higienizarse tras un agotador viaje. Pero ya sabemos de qué se trataban esas duchas que no eran duchas, sino cámaras de gas", afirma el guía con voz calma pero que ahoga un grito de indignación.
Esa es la introducción a otro pabellón, donde se pueden observar distintos bloques vidriados, en donde se apilan en cada uno de ellos, valijas o bolsos; en otro, anteojos; en otro, distintas prótesis, bastones y muletas; en otro, artículos de limpieza personal como afeitadoras, brochas y navajas. Pero el que más impresiona es el que apila cabello humano, muchas veces vendido para la fabricación de telas que en ocasiones los nazis llevaban en sus abrigos.
En este lugar murieron más de 1,1 millones de personas. Foto: LA NACION / Víctor Ingrassia |
El tour se traslada ahora al otro campo de exterminio de mayor tamaño, Auschwitz II o Birkenau, ubicado a tres kilómetros del primero, donde en su entrada principal se destacan las vías que llevan al último tren estacionado dentro del complejo, donde los prisioneros eran bajados y seleccionados según sus aptitudes, para trabajar, para realizarles experimentos o para ser exterminados.
Este campo de concentración, construido en 1941 no se levantó como todos los demás (para que se realizaran trabajos forzados), sino como un lugar propio de exterminio. Con una extensión de 175 hectáreas dividido en varias secciones delimitadas con alambres de púas y rejas electrificadas.
Para ello fue equipado con cinco cámaras de gas y hornos crematorios, cada uno de ellos con capacidad para 2500 prisioneros. Las cámaras de gas allí instaladas son el único lugar donde no se permite tomar fotografías, y las latas, algunas con el contenido de gas Zyklon B se apilan a un costado, detrás de un vidrio.
Cuando todos los prisioneros habían muerto se los revisaba para que no tuvieran ningún objeto de valor, como dientes de oro, aros o anillos, y eran llevados a los hornos crematorios.
Prisioneros jóvenes y niños, tras las rejas, en 1943. Foto: Archivo |
En una de las paredes de la sala se lee una frase del comandante de la SS que dirigía Auschwitz, Rudolf Höss, cuando fue detenido e interrogado: "Se llevaba a la gente a las cámaras de gas. Entraban de a 200, todos apretados. Normalmente se tardaba de 3 a 15 minutos en aniquilar a toda la gente, es decir, en que no quedasen signos de vida. En 24 horas se podía incinerar a 2000 personas en los cinco hornos".
La cita termina con una frase que no contiene ningún tipo de remordimiento por sus actos: "Que fuera necesario o no ese exterminio en masa de los judíos, a mí no me correspondía ponerlo en tela de juicio, quedaba fuera de mis atribuciones".
Al principio, no ingresaban mujeres al campo, pero en 1942 comenzaron a trasladarlas allí, donde algunas eran sometidas a crueles experimentos médicos, como mutilaciones y esterilizaciones, o directamente eran asesinadas.
El crematorio nazi, lugar donde pasaban miles de cuerpos por día. Foto: LA NACION / Víctor Ingrassia |
La visita termina en una gran fosa, donde eran enterradas las cenizas provenientes de las cámaras crematorias.
El silencio del papa Francisco durante su visita a Auschwitz, es el que se apoderó de nosotros durante los 70 kilómetros de regreso a Cracovia. (www.lanacion.com.ar)
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