LA TERQUEDAD DE LAS PANZAS
“Menos mano de obra se necesita cada vez. El sistema no ha previsto esta pequeña molestia: lo que sobra es gente. Y la gente se reproduce. Se hace el amor con entusiasmo y sin precauciones. Cada vez queda más gente a la vera del camino (…): el sistema vomita hombres. Las misiones norteamericanas esterilizan masivamente mujeres y siembran píldoras, diafragmas, espirales, preservativos y almanaques marcados, pero cosechan niños; porfiadamente, los niños latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio bajo el sol en estas tierras espléndidas que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan”. (Eduardo Galeano – Las Venas Abiertas de América Latina, 1971)
Por Silvana Melo
(APe).- Según dónde le haya tocado nacer, en la suerte o en la penuria, un niño es una chispa de mañana o una tarjeta magnética para cobrar un subsidio. Según nazca en el arrabal o en el ombligo de este mundo, el niño será ritual de bienvenida o fastidio de otro más para los dominadores que miran cómo crece y sigue creciendo el ancho pie de la pirámide. Es el instinto de vida aluvional de los olvidados. Como una herramienta precisa y concreta para resistir el destierro.
Para las napas dominantes, un niño que berrea a gritos su postergación pasada y futura, recién aparecido al mundo, es para su madre un pasaporte a la prebenda. El embarazo no deseado de una nena de 12, de 13, de 14, tan niña todavía como el que abrazará, tan abandonados estarán los dos, es para los ideólogos del desprecio una estrategia de ingresos extra.
La asignación por embarazo y la asignación por hijo –que no es universal, no nos cansaremos de remarcar, pero es-, distante de ser la panacea ni el fin de la indigencia, es un alivio. Sin llegar al hueso, calma el dolor. No alcanza. Está pensada para una familia ya inexistente en un país que perdió el rumbo humanizador del trabajo y la utopía colectiva del abrazo y la dignidad. Y eso la convierte en una quimera para tantas madres con sus hijos bajo las alas y la asignación en manos de un marido ausente. No está estructurada alrededor de programas profundos, rigurosos, que atiendan la tragedia de la vulnerabilidad extrema, de los abismos más profundos. Es insuficiente pero está. Desahoga.
Aunque para los teóricos de la humillación, como el presidente del Comité Nacional de la UCR, Ernesto Sanz, la suma de niños que arrastrará una madre prendidos de su cintura serán dinero que se irá “por la canaleta del juego y la droga”.
O Miguel Del Sel, cómico bizarro a puntitos de ser consagrado gobernador Pro de Santa Fe, escandalizado con liviandad extrema de que “una piba ignorante, que vive en la miseria, en los ranchitos de adobe del norte de Santa Fe, se embarace para cobrar una platita todos los meses”. Tan fácil, tan lineal, tan estratégica es para Del Sel la sublime capacidad de crear, la llama de divinidad de una mujer, el don de encender la vida, que se reduce lastimosamente a niño=subsidio.
Sin más fuente que un comentario fugaz del director de un Hospital, aseguró que los embarazos en las niñas “se triplicaron o cuadruplicaron”; “el dato que tengo es que hay más pibitas embarazadas porque algo ha provocado que se embaracen: quizá para tener plata a los tres meses”.
Cuánta locura diosente hay que llevar adentro para crear niños en malos tiempos. Tiempos cuando sobra la gente y se la encierra sutilmente, a la que sobra, en rincones preconcebidos. En arrabales de donde no se salga, de donde no se vuelva. Tiempos cuando los niños se matan y se mueren en un darwinismo que deja pasar por el cedazo sólo al que soporta. Al que tiene con qué. El resto va quedando en el camino, mirando cómo el tren pasa y se va. Como para siempre.
Pero olvidan, los delseles dominantes, que parir es poner a rodar una semilla de transformación. Una chispa en el ramaje seco de un mundo injusto. Un viento que avivará y pondrá norte al incendio. Los niños que nacen en los arrabales, de panzas tercas, están señalados para la rebelión ante el orden establecido. El orden que, a la vez, los establece afuera. Golpeando las puertas del mundo de los otros.
Por eso tal vez los debilitan. Con hambre, sin casa, con venenos que les devoran el cerebro. Pero algunos sobreviven. Apremiantes. Y se replican en otros niños. En más panzas pertinaces para la vida, para la tribulación, para la resistencia.
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