APE / OPINIÓN
Por María Mercedes Abugauch, especial para APe (*)
“La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos.
¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?”.
“Mil Grullas” de Elsa Bornneman, en No somos irrompibles (12 cuentos de chicos enamorados),
Alfaguara, Plan Nacional de Lectura 2011.
(APe).- Cinthia fue víctima de uno de los muchos tiroteos que se suceden cotidianamente en los barrios más castigados de nuestra ciudad. Otra vez tenemos que lamentar que se interrumpa una infancia por una bala que deja en evidencia las múltiples violencias a las cuales estamos sometidos y las responsabilidades de los gobiernos que vacían la salud pública, de un estado negligente que no envía ambulancias a estos barrios, de la violencia institucional y la corrupción policial y de quienes les da lo mismo la vida o la muerte de los sectores populares porque reproducen un sistema para el que somos números de consumidores y códigos de barras.
Masticando la bronca para convertirla en sed de lucha y justicia.
Convocad@s por la indignación y la bronca de perder una niña más, pero también por la necesidad de ponerle de una vez por todas contenido a esa frase tan dicha de “la unión hace la fuerza”, es que nos reunimos organizaciones, instituciones y familias del barrio de la villa 21 – 24. Comedores, la iglesia de Caacupé, los maestros y maestras de las escuelas del barrio, PAEByT, espacios de educación no formal (Fundación Temas, Red de Apoyo a la Escolaridad, Casa del Niño y del Adolescente), también los Centros de Salud y organizaciones sociales y políticas (La Garganta Poderosa, la Corriente Villera Independiente, El Club el Dari – Frente Popular Darío Santillán, Comisión de Derechos Humanos, Casa Cultural La Andariega – Corriente Popular Juana Azurduy), todos los que habitamos el barrio día a día, nos juntamos para darle encarnadura a una consigna que, lamentablemente, tenemos que seguir gritando: Ni una bala más, ni un pibe ni una piba menos.
Estar en el barrio es difícil, sentir la muerte lo es aún más. Para nosotros, adultos, es un dolor muy fuerte que mal que nos pese podemos racionalizar, explicar, enfrentar o dejar pasar. Es una elección habilitada por el hecho de poner en palabras. Sin embargo, con quienes han tenido que vivir la pérdida de sus pares ya demasiadas veces (los Kevin en Zavaleta, Ulises en el corazón del barrio y ahora Cinthia en Tierra Amarilla, entre otros), es decir los niños y niñas, corremos el enorme riesgo de que los hechos se conviertan en una astilla muy pequeña, que se mimetiza con el cuerpo, indetectable, indecible.
Algo que por no poder ponerse en palabras adquiere esa peligrosísima forma de “lo natural”, lo que sucede irremediablemente por una razón que excede nuestras capacidades de acción, de intervención, de cambio. Por esta razón desde las escuelas y otros espacios se estuvo abordando a partir de generar momentos de intercambio donde los pibes y pibas puedan tomar la voz, usar la palabra. A través de la literatura también, como una fuente que nos alimenta de palabras que luego podemos resignificar y hacer nuestras. Como nos acerca Elsa Bornemann, llegar a las mil grullas es parte de una creencia japonesa que asegura que haciendo mil de esas aves por origami (nombre del sistema de doblado de papel) se logra alcanzar la larga vida y la felicidad.
Sabemos que Cinthia no es Naomi, que el contexto es distinto, pero sí creemos que las mil grullas son una intervención válida que nos permite decir, visibilizar un problema, denunciar y enunciar posibles respuestas. Porque de alguna manera queremos empezar a crear con nuestros pibes y pibas ese barrio que soñamos.
La Caravana comienza a andar.
Con estas improntas y de estos momentos de encuentro surge la Caravana por La Niñez. El domingo 15 de Marzo, día en que Cinthia Ayala hubiera cumplido 9 años, nos reunimos a las 11 de la mañana en el corazón del barrio: la feria de Luna e Iriarte. Entre toldos, verduras y frutas, chipa, muebles y bachata, comenzamos a agruparnos: los maestros y maestras con sus guardapolvos, trabajadores y trabajadoras de las distintas instituciones con volantes, militantes de organizaciones sociales con esténcils y carteles, los curas y monjas de la capilla con el carrito del megáfono y las familias de las escuelas y los comedores, niños y niñas que reparten volantes donde se pide justicia por Cinthia y también una infancia digna.
Al ratito llegó la familia de Cinthia: primas, hermanas, tías, acompañando a Martina, su mamá. Con muchísimo dolor, pero con la fuerza que contagia la organización, el colectivo, Martina nos comparte unas palabras de agradecimiento.
La Caravana comienza a andar, pero para que su huella trascienda lo efímero de su marcha, va dejando marcas a su paso. Las grullas que están naciendo en la escuela de Cinthia, también estarán volando por el barrio, eternizando el paso de los que aquel día le regalaron para su cumpleaños el poder estar presente a través del recuerdo, de la palabra y la promesa de que su partida es parte de una lucha que no se soltará hasta que los pibes y pibas vivan con dignidad. Frente a su escuela, un mural muestra el barrio que soñamos para ella y para todos los pibes y pibas que allí siguen pisando las calles, los pasillos.
También una gran grulla que lleva en su lomo una niña que representa esa eternidad en la que tendremos a Cinthia, orientando nuestro proyecto de barrio, nuestra idea de felicidad, nuestro horizonte de lucha.
(*) Maestra de la Escuela 11 D.E. 5to y militante de la Casa Cultural La Andariega (Villa 21-24, Barracas) – Corriente Popular Juana Azurduy
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