Foto: Clarín |
El diario Clarín visitó la casa del nene abusado a los 6 años, y habló con su madrina Aldana (quien lucha por obtener la adopción legal).
El nene va ahora a sexto grado y carga con el mismo peso todos los días: tiene vergüenza.
Aldana y su ahijado viven en Pablo Podestá.
El niño a su madrina le dice “má”. Los otros tres hijos de ella son para él sus hermanos.
Según la periodista que visitó a la familia, él es un chico sonriente que dejó de jugar a la pelota en el club en el que fue abusado pero que juega tan bien que lo buscan de otros clubes.
Aldana lo mantiene lejos de la televisión: “No quiero que reviva lo que le pasó. Pero el otro día me distraje un segundo y vio a su tía hablando en la tele. Me dijo: ‘¿Má..., todo esto es por mí? Me da mucha vergüenza”
La contención de su nuevo hogar lo ayudó a digerir su historia. El nene tiene un padre biológico que pasó 30 años preso y una madre que huyó después de que su pareja le diera una paliza feroz.
“Cuando él decía que tenía miedo de cruzárselo, le decíamos ‘tranquilo, está preso, no va a volver más’. Y él se calmaba. Y de repente nos venimos a enterar que hacía un año que estaba libre, viviendo a cuatro cuadras de casa, y nosotros no lo sabíamos”, relata la mamá.
En estos años, el nene dejó de hacerse pis en la cama, dejó de tener pesadillas y de a poco, volvió a comportarse como un chico. “Pero empezó a hacer otras cosas: llegaba del colegio, abría el portón, se escapaba y volvía a casa dos horas después. Cuando le preguntábamos por qué lo hacía decía ‘no sé’”, cuenta Aldana.
Y habla de un chico que, a veces, tolera su historia y otras, necesita escapar de ella. Y de una madre adoptiva, ella, a la que le pasa lo mismo: “Quisiera que él tenga una vida normal pero me da miedo. Yo no lo dejo que esté con ningún desconocido, no dejo que se le acerque nadie. Va de la escuela a casa. Y a las 9 de la noche, todo el mundo a la cama”.
Pero los días no son todos iguales, cuenta Aldana: “Hay días en que el nene recuerda que tiene “novia”, pregunta si ella puede venir a jugar al patio, mira dibujitos. Otros, en los que recuerda que nunca volvió a jugar a la pelota en un club: no puede entrar a un vestuario.
Y como un mecanismo que lo salve, “a veces dice que no se acuerda de nada. Pero otras, cuando yo le digo que tal vez tenga que volver a declarar, se empieza a frotar las manos, fuerte, cada vez más fuerte. Siempre hace eso cuando hablamos del tema”. http://tn.com.ar/
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