Macri, Dujovne y Caputo |
Por LUIS ALEJANDRO RIZZI - Abogado especializado en Derecho Comercio, con experiencia en la gestión del aerocomercio / U24
Recuerdo que en algunos de sus ensayos José Ortega decía que “Europa se quedó sin moral” y que el inmoralismo se convirtió en tal baratura que cualquiera se enorgullece de practicarlo. La inmoralidad muchas veces nos lleva a las llamadas “moralinas” que la Real Academia Española define como “moralidad inoportuna, superficial o falsa” son una suerte de preceptos sofísticos en los que generalmente escondemos y justificamos nuestras hipocresías.
La moral como tal no es, como suele creerse, un molde al que debemos acomodar o referir nuestras acciones, la moral es un orden positivo que se debe entender a partir de las inclinaciones naturales y racionales de la persona.
Ese orden, lo moral es un orden, apunta a lo que hace al bien humano y desde ese valor se deben ponderar nuestras acciones. Sintetizando la moral nos dice que es lo que debemos hacer bien, para promover el bien.
Es obvio que lo que llamaría “orden moral” es el sustento de la vida en sociedad ya que el fin de la política es la de promover el “bien común”. Pues bien, una de las banderas políticas del gobierno es la de restaurar un mínimo de orden moral que ha dado en llamar “transparencia”. Ahora bien la cuestión es el objetivo.
¿Se debe luchar contra la corrupción o se debe practicar la decencia y mostrar su transparencia? La alternativa de objetivos puede parecer un sofisma pero el objetivo loable del gobierno debe ser el de ser y parecer moral.
Ser moral va más allá de cumplimiento formal de una o más leyes se refiere a tener capacidad para obligarse y rechazar todo tipo de exenciones, aunquen resulten legales. Pero no todo cumplimiento de las obligaciones legales es resultado de una concepción moral de la persona ni de la política. Vayamos a un caso actual.
El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, según lo difundió el bisemanario Perfil, “evadió, blanqueo y es Ministro”. Ante un requerimiento periodístico del grupo de comunicación mencionado, él habría respondido: “No corresponde que me refiera a información protegida por el secreto fiscal y cuya filtración es el fruto de la actividad de una banda delictiva que está siendo investigada por la Justicia por vender información confidencial”.
Tal como advertirá el lector estamos en presencia de una respuesta absolutamente legal pero groseramente inmoral. Suponemos que si él blanqueó una suma de dinero, poco interesa el monto, es porque se trataba de dinero no declarado y cada vez más difícil de ocultar.
Si se trataba de dinero oculto, perjudicó al evadir el pago de los impuestos que podrían corresponder al resto de los contribuyentes que cumplieron debidamente con sus obligaciones y a los habitantes en general, pobres y ricos que carecen de buenos servicios públicos por falta de financiamiento.
Se estima que la economía informal, eufemismo de “economía negra” es del 30% a 35%. El Ministro de Hacienda habría formado parte de ese grupo. Es grave. La edición electrónica del diario Perfil nos muestra otro caso.
El titulo dice: “Mariano Federici: “No nos preocupan los fondos en el exterior si están declarados” y luego se comenta: “El responsable del organismo antilavado relativizó el hecho de que los funcionarios tengan activos fuera del país.
” Otro ejemplo, de respuesta muy legal y asimismo muy inmoral. Cuando una persona asume una función de gobierno tiene la obligación implícita de servir como “ejemplaridad” para todos los demás. La ejemplaridad es una de las condiciones de la “autoridad”.
Sus intereses y sus derechos personales se deben subordinar al orden moral que se desea restaurar o en su caso mantener. En este sentido, cuando la Constitución habla de idoneidad, no sólo se refiere a una cuestión profesional sino también ética.
El ministro Juan José Aranguren, cuya idoneidad profesional está fuera de discusión, también justificó su tenencia de ahorros en el exterior lo que no mercería reproche moral alguno si no fuera funcionario de la Nación. Pero sí lo es.
Vemos cómo el gobierno se banaliza y hace mérito como los casos señalados a guisa de ejemplos, de lo trivial y lo insustancial que es el mero cumplimiento formal de la ley.
En definitiva, tenemos un gobierno vulgar que apenas está en la superficie de las cosas. Tal como enseña el Evangelio, sólo se interesa en blanquear los sepulcros. Esa es su medida moral.
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