GLOBAL / RENUNCIA DE TODOS LOS OBISPOS
(U24) - La visita del Papa a Chile fue tormentosa, quizás hasta un fracaso, por culpa de la desinformación de Francisco sobre la pederastia en ese país. Ahora que se conoce la verdad, en el Vaticano se tomaron decisiones.
Andrea Tornielli lo escribió así en la web Vatican Insider, del diario italiano La Stampa:
Todavía no se han anunciado decisiones, pero podrían llegar dentro de poco. Se deduce de la nueva carta que este 17 de mayo de 2018 por la tarde, al final del encuentro en la “auletta” del Aula Pablo VI, el Papa Francisco entregó a cada uno de los 34 obispos chilenos presentes.
Todos ellos fueron convocados a Roma con una carta anterior del Pontífice, profundamente dolido por el resultado de la investigación sobre los abusos en Chile y profundamente conmovido tras los encuentros con las víctimas.
Pero, además de la carta, surge un documento durísimo de diez páginas que el Pontífice les entregó a los obispos. Un documento que habría debido ser reservado pero que llegó a las manos del canal de televisión chilena TV13 (N. de la R.: siempre vinculado a la estructura católica en Chile), que publicó los pasajes más significativos.
Francisco, en este texto, basado en las conclusiones de la investigación que llevó a cabo monseñor Charles Jude Scicluna, dice que no es suficiente remover a algunas personas de sus puestos (cosa que se hará, de cualquier manera), porque «el problema es el sistema».
Comencemos con la carta pública: «Les quiero agradecer –escribe Bergoglio– que hayan acogido la invitación para que, juntos, hiciéramos un discernimiento franco frente a los graves hechos que han dañado la comunión eclesial y debilitado el trabajo de la Iglesia de Chile en los últimos años».
«A la luz de estos acontecimientos dolorosos respecto a los abusos -de menores, de poder y de conciencia-, hemos profundizado en la gravedad de los mismos, así como en las trágicas consecuencias que han tenido particularmente para las víctimas. A algunas de ellas –afirma el Pontífice en la nueva carta– yo mismo les he pedido perdón de corazón, al cual ustedes se han unido en una sola voluntad y con el firme propósito de reparar los daños causados».
«Les agradezco la plena disponibilidad que cada uno ha manifestado para adherir y colaborar en todos aquellos cambios y resoluciones que tendremos que implementar en el corto, mediano y largo plazo, necesarias para restablecer la justicia y la comunión eclesial».
En los encuentros, pues, se discutió mucho y concretamente sobre lo que hay que hacer ahora y que será anunciado próximamente. Una primera decisión podría ser la de aceptar la renuncia de los cuatro obispos más cercanos al abusador serial Fernando Karadima.
«Después de estos días de oración y reflexión –concluye Francisco–los envío a seguir construyendo una Iglesia profética, que sabe poner en el centro lo importante: el servicio a su Señor en el hambriento, en el preso, en el migrante, en el abusado».
Además, pues de esta carta pública, Francisco le entregó a los obispos también un documento reservado de diez páginas. Lo dio a conocer el canal de televisión chileno Tv13. El texto, durísimo, se basa en las conclusiones de la investigación que el arzobispo maltés, Charles Scicluna, llevó a cabo: se habla de «hechos delictivos» y también sobre la necesidad de ir más allá de la remoción de algunas personas.
Se habla también sobre la manera con la que fueron encubiertos los abusos sexuales, los abusos de poder y de consciencia.
El Papa escribe que algunos religiosos, expulsados de sus respectivas órdenes por los abusos cometidos, fueron acogidos en otras diócesis y recibieron encargos que los llevaron a estar en contacto con niños y chicos.
Francisco critica la manera en la que fueron conducidas las investigaciones sobre los abusos: las denuncias recibidas «en no pocos casos han sido calificados muy superficialmente como inverosímiles lo que eran graves indicios de un efectivo delito», como sucedió al principio del caso Karadima.
Algunas investigaciones ni siquiera se llevaron a cabo y se verificaron negligencias en la protección de los niños por parte de los obispos y de los superiores religiosos.
También hubo, subraya el documento, presiones contra los que debían encargarse de los procesos, además de la «destrucción de documentos comprometedores por parte de encargados de archivos eclesiásticos, evidenciando así una absoluta falta de respeto por el procedimiento canónico y, más aún, unas prácticas reprobables que deberán ser evitadas en el futuro».
Se verificaron problemas en los seminarios: obispos y superiores religiosos encomendaron la guía de los seminarios a sacerdotes sospechosos de homosexualidad. La Iglesia chilena, continúa el Papa en el documento, ha perdido su centro y se ha replegado en sí misma. No se ha dedicado la suficiente atención a las víctimas y las actitudes de mesianismo, elitismo y clericalismo «son todos sinónimos de perversión en el ser eclesial».
Ha habido una actitud en la Iglesia chilena con la que sus responsables se sentían “superiores” a los demás. Y no está de más recordar que precisamente al dirigirse a los religiosos del país, en enero de este año, el Papa Bergoglio les refrescó la memoria sentenciando: «no somos súper héroes».
Francisco le pide a los obispos que reconozcan sus errores y que no se sientan, pues, superiores a los demás. Y se dice alarmado por la actitud que algunos de ellos han mantenido tras el escándalo, refiriéndose explícitamente al caso Barros: el problema, escribe en el documento, no se resuelve solamente reduciéndolo «a remoción de personas: esto –y lo digo claramente- hay que hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más allá.
Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen». Es necesario que los obispos no caigan en la tentación de quererse salvar a sí mismos y su reputación: «el problema es el sistema».
Entonces, Francisco ha logrado comprender y explica cuán profunda es la crisis, esa crisis que a algunos importantes prelados chilenos les cuesta admitir. Preanuncia remociones, pero aclara con dureza que «no alcanzan», porque el mal que aflige a la Iglesia de Chile está más arraigado y es mucho más profundo: es «el sistema».
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