SHOW / HUMORISTA
(U24) - "Estoy lisiado. Me funciona una sola pierna porque a la otra la llevo colgando, perdió masa muscular, quedó más corta, no soldó la cabeza del fémur. En fin, una serie de cosas", contaba 'Tuqui' al aire de A24 en junio de 2017.
"Nunca quise sacar una pensión porque tenía la esperanza de conseguir trabajo. Pasaron 5 años, cambió el gobierno y sigo sin conseguir el trabajo, así que necesito sobrevivir", suplicó, mientras explicaba las peripecias en Anses y otras oficinas estatales para conseguir subsidios que lo ayuden a solventar gastos diarios.
Pinto falleció a los 64 años y la noticia se conoció por Juan Di Natale, quien escribió en Twitter: “Estoy desolado por la partida del querido Tuqui, un compañero incomparable, profesor de lo incorrecto, socio imprevisible, todo eso y más para mí allá por fines de la década de los 90’. Cómo nos reímos, Tucán. Te voy a extrañar mucho”.
En un breve repaso que hizo el portal Exitoína por la carrera del humorista, recordó:
Pinto, que estudió abogacía hasta conocer la música de Sumo y Luca Prodan, fue parte de varios programas durante la “época dorada” de la Rock & Pop, como Se nos viene la noche, con Di Natale, Subí que te llevo, junto con Bobby Flores y Tarde negra, con Elizabeth “La Negra” Vernaci y Humberto Tortonese.
En televisión, fue parte de programas de entretenimiento como Café fashion y Justo a tiempo, con Julián Weich, donde era parte del juego en el que se debía adivinar quién era el famoso que los visitaba en el estudio.
Mario Pergolini, otro ex compañero radial y empresario de medios, le dedicó un sentido saludo a través de la cuenta de Vorterix en Twitter: “Chau Tuqui, todos los recuerdos que tengo de vos me asombran, me hacen reír, y muchos me hacen doler la cabeza....Tuqui, me enseñaste todo lo que no debería haber aprendido...y fue un viaje distinto, sin dudas”.
La periodista María Julia Oliván recordó su última charla con él sobre una nota de humor respecto de "cómo es vivir después de un ACV":
Hace poco, hablé con Tuqui. Quería hacer una columna de humor negro sobre cómo es vivir después de un ACV. “No te angusties por mí negra, yo sólo quiero dejar algo útil para los que todavía le tienen miedo a la muerte. Yo elegí como vivir y también como morir”.
Tucan era un caballero que se había olvidado de todos los q le cerraron las puertas cuando estaba en las malas. Solo hablaba bien de las personas q pasaron por su vida. Siempre quería ayudar: una de sus internaciones me pidió escribir sobre el reclamo de los enfermeros x un aumento
Me enorgullese q Border haya sido el último espacio q tuvo Tuqui para ser él sin censura. Fuiste un grande, un sol de persona y un lúcido total. Chau Tucán me da bronca q la última internación no te llevaste el celu y me quedé con ganas de hablarte.Ya nos veremos x ahi
Desolado por la noticia de la partida del querido Tuqui, compañero incomparable, profesor de lo incorrecto, socio imprevisible, todo eso y más para mí allá en los ‘90. Cómo nos reímos Tucán, te voy a extrañar mucho bandido.
— Juan Di Natale (@soyjuandinatale) 27 de mayo de 2019
Hace poco, hablé con Tuqui. Quería hacer una columna de humor negro sobre cómo es vivir despues de un ACV. “No te angusties por mi negra, yo sólo quiero dejar algo útil para los que todavía le tienen miedo a la muerte. Yo elegí como vivir y tambien como morir” (sigue) pic.twitter.com/rfYBnCrVUM
— María Julia Oliván (@mjolivan) 27 de mayo de 2019
El pasado sábado 25 de mayo de 2018, Tuqui publicó una columna de humor sobre la muerte en el portal BorderPeriodismo.com:
Desde que empezaron mis problemitas de salud hay algunos lectores habituales que me incitan a dar información sobre el tema de modo que no resulte dramático o deprimente. Y la verdad es que resultará deprimente de acuerdo a las opiniones de cada quién, y no a la naturaleza de lo que se relata. La muerte, el hipotético juicio final y todo lo que a otros puede perturbarles la conciencia a mí me despierta risa, curiosidad o ganas de vivir con todo cuanto menos tiempo me quede.
La enfermedad es socia de la vejez, y aunque la muerte camina detrás de todos se apura cuando nos persigue a los viejos. Así que más vale cumplo con el pedido ahora, que todavía puedo.
La ética, aún en su versión más resquebrajada y desteñida, nos impulsa (no a todos, lo sé) a intentar parecernos lo más posible a una buena persona, y, si se puede, una gran persona. Eso no requiere mayor sacrificio: lo único que necesitás para convertirte en una gran persona es morirte y que la necrológica la escriba un amigo. Sería el equivalente ateo de la vida eterna: no importa lo infame que haya sido tu existencia, un simple acto te redimirá para siempre, aunque en este caso no habría que arrepentirse sino morirse, lo cual parece bastante más definitivo.
Salgamos un poco de lo que discutimos cotidianamente para echar un poco de luz sobre lo que espera a los más jóvenes, y cómo afecta a los más viejos. En primer término, al madurar y envejecer, nuestra salud, inevitablemente, habrá de deteriorarse. Al respecto no hay que ser irracional: cuanto más intensamente se haya vivido la vida, más probabilidades hay de que tu organismo se vaya pareciendo a un lote en el CEAMSE.
Pero en este terreno nada es matemático.
Desde hace unos meses voy y vengo del hospital (público). Originalmente, por un dolor abdominal que terminó siendo producto de una piedra en la vesícula. A partir de entonces, y ante la posibilidad de una intervención quirúrgica, me hicieron análisis de sangre, de orina, radiografías, electrocardiogramas, ecografías, tomografías, endoscopía alta (la del tubito en la boca), endoscopía baja (la del otro tubito que, en verdad, es el mismo, ¡horror!), etc.
Así fue que me sorprendí al constatar que no tengo nada inesperado en los pulmones ni en el hígado.
Después de haber fumado más de 700.000 cigarrillos, después de 7.000 litros de vodka, de vivir no ya utilizando juiciosamente las glándulas sino frotándolas contra una piedra, los órganos más maltratados son los que mejor han respondido.
Pero, créase o no, además de la piedrita karmática tengo gastritis, pólipos, divertículos, falla renal, baja de azúcar, principio de EPOC, una próstata cuyo tamaño comenzará pronto a asemejarla a un Fiat 600, una hernia hiatal y una anemia que todavía, seis o siete meses después, no se sabe aún qué origen tiene.
Es decir, la diferencia entre ustedes y yo es que puedo morirme en cualquier momento de cualquiera de estas cosas, mientras que ustedes pueden morir en cualquier momento y ni se imaginan de qué. No sé qué es peor. Así que elijamos ver el lado bueno aun en lo desagradable (que, a mi juicio, no es el momento de morirse, sino el cómo y después de haber hecho qué.
La idea de que la parca fue entrevista en la zona por otros ancianos cómplices tampoco es ajena a quienes finalmente sentimos el paso del tiempo. Entre los que conozco, el temor a la muerte preocupa en mayor porcentaje a los creyentes que a los que aceptamos el fin del período normal de existencia con comprensión y relajada herejía. Si tu fe no te sirve para vivir alegremente y morir feliz, ¿por qué no creés en otra cosa?
Si toda la vida fuiste un pusilánime intrascendente, incapaz de correr un riesgo o tomar una decisión trascendental, ¿qué te hace pensar que tu absurda e incomprobable vida eterna no será exasperantemente aburrida?
Hace poco decía Osvaldo Bazán que uno empieza a usar lentes a la edad en que empieza a olvidar en dónde los dejó. Y no es el único síntoma de deterioro que nos afectará con el tiempo. Los problemas con la memoria van siendo cada vez más temidos, y se agravan con el progreso: un adolescente sale de su casa con la llave y el celular; los ancianos salimos con la llave, el celular más los lentes de ver de cerca (a nadie se le ocurrió agregar a los teléfonos un dispositivo para proyectar textos sobre una pared, los viejos no importamos…), los lentes de ver de lejos (para no tomar por error un colectivo a Siracusa), el Corega y en algunos casos la dentadura en un bolsillo, ya que la prótesis dura más si no se usa.
Para una persona que empieza a olvidar el nombre de su propio perro parece demasiado.
A partir de cierto momento en la vida uno no puede ponerse las medias sin sentarse. Alguna vez escuché que ése es el primer síntoma del viejazo. Lejos de torturarse por las inevitables consecuencias del paso del tiempo, conviene aprovechar las pequeñas tretas que la propia edad nos enseña, y que implican complicadas relaciones entre hechos al parecer inconexos.
Por ejemplo, al momento de sentarte: cuanto más demores en depositar el traste en la silla, menos te pedirán que colabores en una mudanza.
Ejecutando los trucos y gestos adecuados te preguntarán a cada momento si querés algo, te alcanzarán las cosas, cargarán tus paquetes y hasta te harán los mandados. Para sobrellevar con cierto beneplácito los contratiempos de la tercera edad, recordar que cualquiera de las edades anteriores pudo ser la última: haber tenido aunque sea la oportunidad de joder al prójimo durante décadas debe ser motivo de felicidad. Y, sobre todo, vivir cada día lo más intensamente que se pueda.
Si dejás pasar la oportunidad, no te quejes después cuando tengas miedo: Inevitablemente, todos bailaremos con la dama de negro la última pieza. Lo bueno es que seguramente terminarás acostándote con ella. Al menos, ese es mi plan.
Tuqui
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