miércoles, 29 de abril de 2015

SOCIALISMO SANTAFECINO Y EL HOMBRE QUE ROMPIÓ EL JARRÓN

AGENCIA / OPINIÓN 


Por RAÚL ACOSTA 

ROSARIO (La Capital). Todos hablamos de capital simbólico. En buena hora. Hablamos de lo que no se ve. Ubiquemos. Hay capital económico, capital social y capital cultural. El capital simbólico aparece sólo es si es reconocido. Esa es la diferencia.



El capital se construye, excepto los herederos, obvio. Los herederos gastan. El capital se agranda o achica. Necesitamos de los demás para construir el capital simbólico. Según hábitos, en rigor modos, usos y costumbres, decidimos, enjuiciamos y, a veces, perdonamos.

Nuevas formas del viejo refrán: “El cristal con el cual se mira”. El hábito construye. El profesor Bordieu los distinguía, no fue el único. El primero es obvio. Capital económico. Es fácil definirlo. El poder que otorga el capital económico no necesita tantas explicaciones. Hay un capital social que podríamos encontrarlo en asociaciones.

La CGT es, en sustancia, un capital social. Las asociaciones, las redes que la sociedad teje conforman un enrevesado capital social. Hay un capital cultural que es la suma de lo que viene heredándose como instrucción y conocimiento que se convierte en nuestro capital y al que inevitablemente agregamos lo que hicimos y le restamos lo que arruinamos.

El capital cultural no tiene respuestas rápidas, pero sí definitivas (rolling stone). Somos el canto rodado por siglos. Piedra que anda. Hay un resto donde está lo que reconocemos como propio y de lo que no podremos desprendernos, algo que, como diría Chico Buarque, “no tiene tamaño ni nunca lo tendrá”. Que vale en tanto lo reconocemos.

Ese capital, simbólico, define sociedades, civilizaciones. Es en el fondo, el que define la sobrevida de una historia, de un retazo de historia. Cuando avanzan sobre la vida de José de San Martín, lo denuncian como drogón, cornudo y mujeriego y le quitan su simbolismo (libertó Argentina, Chile y Perú), sustraen el capital simbólico del Padre de la Patria que por tal escamoteo dejará de ser padre y dejará de simbolizar la patria, el renunciamiento, la vocación de servir, etcétera.

Cuando cayó el peronismo, el 16 de setiembre de 1955, la destrucción del capital simbólico que representaba Evita fue minuciosa. De modo paralelo, una reconstrucción la volvía diferente: revolucionaria, incorruptible, abnegada, dispuesta al sacrificio de la propia vida. Una santa, una estampita. El capital simbólico de Evita se desarticuló y reconstruyó. Aún hoy que la memoria acopla y desacopla símbolos de un modo vertiginoso, su persistencia asombra.

Vaya una reflexión lateral: ¿está en la memoria el capital simbólico en la misma circunvalación y el mismo sitio que la memoria de las calles y de los rostros? El capital simbólico: ¿en qué momento de individual pasa a colectivo y se vuelve intocable?

Si es una construcción humana, social, superior, ¿cuándo se construye y cuándo se pierde? ¿Por qué no se forma como supone el héroe sino como sus admiradores lo ven? ¿Si el capital simbólico es como lo ven los demás y sólo cuando somos “los demás” tiene coherencia, si se instala en la memoria, de qué hablamos en la actualidad? ¿El capital simbólico lo roban, lo perdemos o qué? ¿Se puede construir artificialmente un capital simbólico?

Todo publicista dirá que sí. Un ejemplo fenomenal de capital simbólico es el gol de Maradona a los ingleses. Ni todos sus entuertos e inconductas sociales puede cambiar el reinado, su reinado. No hay quien pueda. Ni Maradona. El Che Guevara y la revolución romántica. En vano su conducta revisada y enjuiciada. En vano el tiempo. Allí está su barba, su gorra, su eficacia como capital simbólico del romanticismo nihilista. Sigue. Asombra. Está.

Un jarrón chino, en mitad del salón central de una mansión es varias cosas. Un estilema de culturas superiores viciando en culturas inferiores. No estamos en mitad de la dinastía Ming. Un jarrón chino es un sapo de otro pozo en ese salón, en cualquier salón. Un ejemplo de ostentación económica. Cuesta mucha plata que se suma al tiempo secular de esa porcelana.

Una reconstrucción del poder que muestra lo perenne. Y de cómo lo perenne se troca y se compra. El capital simbólico del jarrón chino está en si mismo, claro y en lo que en ese jarrón queremos ver. Exactamente en eso. En lo que queremos ver. El jarrón representa. Una mala maniobra de un mal conductor de las escobas con que se limpia (el salón) y el jarrón chino se cae. Lamentaciones. Desconsuelo.

Todos sabemos, esto es un ejemplo muy claro, que se puede pegotear pedacito tras pedacito y que no será lo mismo. No es un puzle, es un jarrón. Sabremos que hay pegoteos. Era un jarrón chino de fina porcelana. Era.

El hombre que con esfuerzo resolvió el capital social, el cultural y puso el jarrón en la mitad del living mira y sabe todo. Lo que costó. Sabe lo más terrible: no hay modo que quede igual. No hay modo. Los herederos no tienen consuelo. Lo rompieron. No lo cuidaron.

El capital simbólico tiene sus leyes. Contra la tragedia no hay simbolismos porque la tragedia es el símbolo. Un capital simbólico universal. Deberían haberlo imaginado. Ahora lo saben. La más clara definición de tragedia es esa. Se sabe que va a suceder. No se puede evitar. Sucede.

En la ciudad de Rosario y en la provincia de Santa Fe. Sucedió. El capital simbólico y la gotita que todo lo pega. Milagro. Hum.

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