MEMORIA / LOGIA DE BUENOS AIRES
por MARGARET H. HARRISON
Todo estudiante de la independencia de América del Sur recuerda la misteriosa logia político-masónica conocida como “La Logia Lautaro”, fundada en 1812 en Ciudad de Buenos Aires, la cual tenía como objetivo el establecimiento de una forma republicana de gobierno en la las Provincias Unidas.
Su origen inmediato se encuentra en Cádiz (España), entre 1808 y 1809. Se dice que Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, viajando de incógnito, fue a hablar por la independencia de la América Española con un grupo de nativos americanos quienes estaban apostados en Cádiz.
Durante esta visita él se supone que había encontrado una rama de una logia secreta establecida por él en Londres en 1801, de la cual Carlos María de Alvear, el patriota chileno José Miguel de la Carrera y Verdugo, e inclusive el gran Simón José Antonio de la Santísima Trinidad de Bolívar Ponte y Palacios Blanco, se dice que eran miembros.
Miranda había estado interesado en la masonería por muchos años, y en 1796 se afilió con el Rito Francés en el cual había sido introducido por su íntimo amigo Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, Marqués de La Fayette, más conocido como General Lafayette.
(N. de la R.: La Francmasonería se implanta en Francia sobre 1725 traída por los emigrantes británicos que huían de las persecuciones políticas y religiosas. En París, éstos son a menudo de origen noble y vienen, por lo general, de Londres. Traen con ellos el ritual que emplean los masones ingleses en esta época, se trata del ritual de la Primera Gran Logia masónica creada en 1717. Es, pues, la traducción en lengua francesa del ritual llamado de los "Modernos", aquel que practican los masones que junto con James Anderson crearon la Primera Gran Logia, el que se difundirá en Francia durante el siglo XVIII. Éste es, por otra parte, el único ritual conocido para los grados de la masonería simbólica en sus orígenes y que será llamado más tarde Rito francés.)
Cuando esta primera Logia Lautaro fue creada en Londres, fue formada como un cuerpo masónico independiente de la masonería regular establecida tanto en Francia como en Inglaterra. En ella, el orden por el momento estaba en una condición de confusión.
Además, en tanto y en cuanto la Logia Lautaro tenía la intención de avanzar en la independencia política, Miranda sintió que una serie de 33 decretos o normas u objetivos sólo servirían para retrasar la disponibilidad de los hombres que eligiera para trabajar en su propósito.
Las logias en Londres y Cádiz siguieron el plan general de la masonería francesa en el cual se incluían 5 decretos.
Esta “Sociedad Lautaro” en Cádiz actuó como una casa limpiadora para todos los americanos prominentes en esa ciudad, y cuando permanecían sin dudas a su lealtad y devoción activa a la causa patriota, eran invitados a afiliarse.
En el 1er. decreto al neófito se le pedía que brindara su vida y fortuna al servicio de la independencia americana.
En el 2do. decreto él hacía una profesión de su fe democrática, jurando reconocer como gobierno legítimo en el Nuevo Mundo sólo a uno escogido por la libre voluntad de las personas, y daba su promesa de luchar por el establecimiento de un sistema republicano tanto en España como en América.
En el 3er. decreto, al candidato se le daban unas tareas que involucraban la propagación de estos ideales.
En el 4to. decreto, se establecía como un trabajo del iniciado el influenciar a la administración colonial en favor de la causa y, ejerciendo extrema precaución, él debía alcanzar a oficiales públicos quienes podrían ayudar en una rebelión exitosa.
En el 5to. o último decreto, se discutían planes, militares para una revolución, también las instituciones las cuales debían establecerse en caso de ganar, y sus candidatos que se ocupen de ellas.
Estos hombres de 5 decretos, podían trabajar en cualquier grado, y los afiliados de un decreto no tenían conocimiento de los nombres de otros miembros de otras clases. De hecho, tan vital era la necesidad de este secretismo en el corazón de una España absolutista que se escribía lo mínimo e indispensable, y todos los nombres de los trabajadores y sus tareas eran aprendidos de memoria. Rara vez se encontraban más de 7 hermanos en una junta.
Tales asambleas eran mantenidas en total privacidad, y el lugar de la junta se cambiaba constantemente.
La logia en Cádiz era un cuerpo masónico independiente. Aunque había muchos hombres poderosos en la masonería británica que eran amigables, hubiese sido imposible para ellos afiliarse formalmente, ya que el gobierno británico se había aliado con el español en contra de Napoleón Bonaparte.
Una de las tareas de la cual se ocupaba la Logia Cádiz era el contrabando de libros franceses para americanos liberales, ya que sentían que la lectura de Voltaire (François-Marie Arouet), Montesquieu (Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu), Jean-Jacques Rousseau y otros enciclopedistas levantarían de su apatía a los criollos educados en sus hogares de su apatía.
Como se otorgaba un permiso para enviar libremente objetos sagrados y adornos eclesiásticos sin inspeccionar, muchos libros franceses se escabullían entre los barcos eclesiásticos y encontraban su camino hacia las ansiosas manos americanas, escapando al destino de ser quemados como alimento de las llamas.
San Martín se había unido a la Logia Cádiz durante sus días en el cuartel. Cuando llegó a Londres él llevaba cartas de un miembro compañero, Lord Macduff, un inglés quien había dado un distinguido servicio contra Napoleón en la península. A través de este, él fue introducido a la Logia Lautaro de Londres en la cual fue iniciado, junto con Martin Zapiola, Barón Holmberg y otros oficiales militares y navales.
Las reuniones de Creole eran constantemente mantenidas en la famosa casa de la calle Grafton, donde el viejo maestro, Miranda, había vivido en un exilio inquieto, y tarde o temprano todo sudamericano distinguido en Europa vino a tocar sus puertas. Aquí estaba el centro de información Europeo para noticias de la revolución; los visitantes criollos hablaban y vivían en esa atmósfera, y visionaban, no un estrecho levantamiento nacional, sino la revolución de todo el continente Americano.
En enero de 1812, un pequeño grupo de criollos se fue de Londres en el buque George Canning rumbo a Bs. As., llegando el 12 de Mayo, después de 50 días en el mar. Entre ellos estaban José Francisco de San Martín y Matorras, y Carlos Alvear.
El último, quien debía jugar una venturosa parte en la revolución, era un apuesto y vivaz aristócrata, cuya familia adinerada poseía una gran influencia en Bs. As. Y cuyo camino se cruzaría, desafortunadamente con el de San Martín.
Un viaje en barco de Europa a Sudamérica en 1812 era un esfuerzo para el más fuerte. La comida fresca duraba 10 días, después de la cual el menú consistía de sopa de porotos secos, panceta ahumada, pescado seco, y galletas.
Las condiciones sanitarias es mejor dejarlas a la imaginación. Los pasajeros ayudaban a los marineros o charlaban por largas horas con vino y cigarros. En el George Canning, la bonita y joven esposa de Alvear era la vida de la compañía, y los caballeros criollos la entretenían con canciones e historias.
Había un joven Barón alemán, Von Holmberg (N. de la R.: Eduardo Kaunitz de Holmberg, en verdad austríaco), de camino a unirse a la guerra de independencia, el curioso folclore de su país intrigaba a los pasajeros.
Estaban todos llenos de entusiasmo por la lucha por delante, y había muchos comentarios de la las Provincias Unidas.
El consenso era que ellos debían crear un gobierno central firme, combatir la tendencia de pérdida de federalismo que sólo significada desorden y líderes desobedientes en las provincias, reorganizar el ejército por completo, y establecer la Logia Lautaro para unificar todo el esquema de la independencia.
Cada hombre tenía sus propias ideas, y repetidamente interrumpían el uno al otro; el hombre del grupo que tenía la última palabra era José de San Martín.
Para entonces, él tenía 34 años de edad, alto y poderoso, con un inconfundible aire de militar. 20 años al aire libre había bronceado sus complexiones tan profundamente que a veces le llamaban “El Indio”.
Su nariz era aguileña, su boca pequeña y bien formada, sus ojos oscuros, inusuales de tamaño e intensidad en la profundidad. Sus modales eran discretos y simples, pero mantenía a las personas a distancia y guardaba sus pensamientos para sí mismo.
El Dr. Bartolomé Mitre Martínez, el historiador argentino, lo llama un sabio y gran observador de la naturaleza humana. Pocos pudieron penetrar la reserva que oculta una unidad de propósito de hierro. Su voluntad había hecho una silenciosa dedicación de su vida a la causa de la independencia del continente. Para él, nada más importaba. Ningún cruzado jamás se embarcó a alguna búsqueda por el santo grial con tal inquebrantable propósito. No había distracción en el mundo, ambición política, sufrimiento físico o mental, ni afección humana que lo pudiera correr de su camino.
Su visión no sólo era de una las Provincias Unidas independiente, sino de una América independiente, construyendo su civilización libre de los codiciosos europeos.
Llegar a Buenos Aires era un trabajo complicado en esos días. Los caminos externos del puerto estaban a 9 millas de la ciudad (N. de la R.: 14,48 Km.).
Allí las naves debían fondear y los pasajeros remar a la playa. Incluso los botes pequeños no se podían acercar más de 50 yardas (N. de la R.: 45,7 mts.) a la costa, entonces los pasajeros debían cambiar una vez más y pararse sobre carretas de madera de ruedas grandes, tiradas por 2 caballos, uno de esos montados por un indio.
Después, a una velocidad vertiginosa, las carrozas eran llevadas a través del agua a las pedregosas calles.
La Ciudad de Buenos Aires de 1812, la cual iba a jugar una gran parte de la historia de la independencia, era una nada pretenciosa ciudad democrática, sin el encanto romántico o el sistema de casta feudal de Lima o Rio de Janeiro.
Para ese momento sólo tenía 65.000 habitantes. Las calles eran derechas y amplias para una ciudad española, sin pavimentar en el medio y con caminos peatonales en cada lado, la mayoría de las casas eran estructuras de un solo piso, las más pobres de barro, otras de ladrillo y cemento. No había vidrio ordinario y las ventanas estaban fuertemente rayadas. Muchas de las estructuras públicas y religiosas estaban hechas de unas hermosas piedras blancas encontradas en una planicie afuera de la ciudad, y cuando soplaba el desolador viento, llamado “pampero”, la ciudad blanqueaba más profundamente su blancura brillante.
Casi todas las casas tenían un jardín y balcones; y había pocos esclavos negros, y eran tratados con amabilidad, generalmente contratados como cuidadores de las granjas o de rebaños de ganado. Comparado con otras partes del país, había poco sentimiento de clases en las Provincias Unidas. No había surgido todavía de su simplicidad colonial arcádica.
Una carta del oficial Gazette anunciaba la llegada del grupo el cual había venido a ofrecer sus servicios a la causa de la libertad. Las noticias crearon una gran agitación y una sospecha considerable. Ciudadanos de lengua afilada comentaban que los recién llegados podían ser espías y afirmaron que los vigilarían. El único conocido en la ciudad era Carlos Alvear ya que San Martín había sido hasta entonces un coronel en el ejército español, y las sospechas se concentraban en él. Se rumoreaba que él jugaba todavía para el gobierno español.
Los recién llegados se presentaron a sí mismos en el fuerte, la vieja residencia de los virreyes, donde San Martín presentó ante las autoridades su historial de servicio militar, que lo caracterizaba como “soltero, de una noble familia, hijo de capitán”.
El triunvirato de Juan Martín de Pueyrredón y O'Dogan, Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia y Rodríguez de Rivadavia, y Feliciano Antonio Chiclana, que gobernaba Bs. As., después de una cuidadosa deliberación, le confirmó el puesto de lugarteniente coronel de caballería“por sus méritos, logros y conocimiento militar” y más tarde lo nombraron jefe del escuadrón de caballería, el cual tomó la tarea de reorganizar.
Su regimiento de caballería fue conocido como los “Granaderos a Caballo”, y escribieron su nombre en la historia del continente. Con este seleccionado cuerpo de hombres, él hizo famosa a la caballería las Provincias Unidas, y sirvieron con distinción en cada batalla de la revolución desde 1812 hasta 1827.
Era una emoción para la joven Buenos Aires tener a este famoso soldado de España, quien había peleado contra los mejores hombres de Napoleón. Era un amable capataz pero despiadado, en su mente él sabía cuánto quedaba por hacer, el intenso entrenamiento y organización que se necesitaba. Si tardaban demasiado, las guerras Napoleónicas terminarían dejando a España libre para mandar a todo su entrenado ejército al servicio del Nuevo Mundo.
A pesar de que la guerra de independencia había empezado, no había un plan definitivo de operaciones, ni un eficiente director de campaña. Los Granaderos recibían instrucciones prácticas en tácticas militares, y en las técnicas de guerra. San Martín mismo escogía a los soldados y los oficiales y constantemente probaba los nervios de los jóvenes estudiantes con frecuentes emboscadas y sorpresas nocturnas.
Los largos sables usados por los cuirassiers (N. de la R.: coraceros, jinetes armados con sable y protegidos por corazas y casco de hierro que formaban un cuerpo de caballería pesada) de Napoleón fueron introducidos para “que puedan cortarles las cabezas a sus góticos enemigos de la forma que uno serviría un pedazo de sandía”.Godos o Goths, eran los apodos de San Martín para sus enemigos monárquicos que eran usados comúnmente en el ejército patriótico, tanto como la palabra Bolche era usada en la 1ra. G uerra Mundial.
Al igual que Federico II el Grande, él escogía a sus hombres altos. Sus granaderos a caballo se volvieron rápidamente el orgullo de la ciudad. Se acuartelaban en el Retiro, el viejo mercado de esclavos, conocido por entonces como Campo de Marte. El río cercano y sus orillas se llamaban Alameda, la única buena avenida para tomar sus “buenos aires” de la ciudad. Las señoritas de las familias de la aristocracia, chaperonadas por sus madres, paseaban por las tardes esperando darles un vistazo al apuesto comandante y sus granaderos.
Eran la conversación de la ciudad, y eran en los feriados cuando ofrecían exhibiciones de su equitación y esgrima. Los oficiales tenían un estricto código de comportamiento los cuales ellos mismos aplicaban en un sistema de auto-gobierno, manteniendo juntas de consejo todos los domingos las cuales presidía San Martín. Cualquier transgresión, toda conducta desatinada podía provocar la expulsión del regimiento, y una de las ofensas más imperdonables era rechazar un duelo de un igual.
El historiador chileno Benjamín Vicuña MacKenna dijo que San Martín trajo al servicio de la revolución 2 elementos poderosos:
** estrategia militar, antes desconocida, importada por ese entonces de Europa, y
** los secretos de la Logia Lautaro, la cual el fundó, con la ayuda de Alvear y José Matías Zapiola, poco después de llegar a Buenos Aires en 1812.
El objetivo de esta nueva Logia en la ciudad era el de darle forma y dirigir el curso futuro de la revolución. Una logia masónica había sido fundada en 1801, pero se había dispersado por la muerte de su líder.
El grupo liberal en Buenos Aires convocaba a una convención constituyente; y mientras las masas demandaban sin descanso más poder, se dispersaba su ayuda sin la dirección de un pequeño, y experimentado grupo.
La caída del virrey había destruido el espíritu de autoridad, y las personas excitadas se reunían en el Cabildo Abierto donde se producían interminables debates a partir de preguntas a los gobernantes pero mientras éstas se discutían, la guerra languidecía sin esperanza de ganarla.
La nueva Logia Lautaro instaló su cuartel en una vieja casa situada en lo que ahora es la calle Balcarce. Bajo la guía del “triángulo” San Martín, Alvear y Zapiola, sus miembros crecían rápidamente.
A causa de las cualidades de liderazgo de los fundadores, la clase más elegante de la juventud era atraída a la logia, el entusiasmo por la guerra revivió y pronto llegó a un punto de hervor.
Mientras que en Cádiz, los iniciados juraban dar su vida y fortuna a la independencia americana, comportándose a sí mismos tanto como ciudadanos y masones, con justicia y honor, los miembros se conocían entre ellos como “los hermanos”.
La consigna de la Logia era el lema "Unión, Fuerza, Virtud"; en los comunicados entre los miembros había una referencia con el signo O-o. Había 2 cámaras en la Logia. La Lautaro, conocida como la azul, entregaba los primeros 3 secretos de la masonería; en la cámara superior o rosa, se les concedía a los miembros avanzados el 4to. y 5to. decreto. Esta cámara superior era llamada por San Martín como “La Gran Logia de Buenos Aires”, y era ésta la que dirigía la revolución, no la parte llamada Lautaro, la cual no tenía ni voz ni voto en las deliberaciones del cuerpo avanzado, aunque estaban cercanamente unidas.
Sólo cuando los miembros, debido a su marcada habilidad, eran integrados al capítulo rosa, se les informaba de las políticas de la Gran Logia.
A pesar de haberse expresado muchas críticas de la Logia Lautaro, y existen muchas historias de sus intrigas políticas, ésta consiguió darle forma y organización a la revolución, la cual, cuando San Martín volvió a las Provincias Unidas, estaba en un estado crítico.
Fue a causa de la determinación de sus miembros que establecer la alianza de las Provincias Unidas y Chile, que la independencia americana fue iniciada y mantenida. La logia de Buenos Aires estaba en comunicación con liberales españoles, y tenía a 3 agentes secretos argentinos posicionados en Cádiz, donde los activistas de la logia contribuyeron decisivamente para prevenir que el gobierno español enviara su proyectada fuerza expedicionaria para reconquistar el Virreinato del Río de la Plata.
Una ayuda importante para una organización más efectiva de la guerra fue el establecimiento por la logia de Buenos Aires de logias secretas en Mendoza y en Santiago de Chile, donde Bernardo O'Higgins Riquelme fue el responsable. A través de la colaboración de los "hermanos" de Buenos Aires con los de Mendoza, San Martín fue capaz de financiar el Ejército de los Andes y enviar al ejército de Liberación al Perú.
Los patriotas José Mariano de la Cruz de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, Francisco de Paula Quirós, y Fernández López Aldana habían formado la logia masónica para representar al pueblo receptivo de la idea de independencia.
Esta logia llegó a incluir a afiliados inclusive de la burocracia estatal y mantenían a los patriotas constantemente informados acerca de los planes del virrey. Además, cuando San Martín entró a Lima, fue la logia de Buenos Aires la que insistió que asumiera como Protector del Perú para preservar al país de la anarquía. Esto lo expuso a una interminable acusación de sus enemigos como un traidor de la democracia, y la decisión pareció poco sabia a la luz de los futuros eventos.
San Martín siempre trató de vivir según los ideales de la Logia Lautaro, como también otro muy prominente miembro, Juan Pueyrredón, Director Supremo Director de las Provincias Unidas. Por otro lado, Carlos Alvear era un descarado en su uso de la sociedad como un peldaño para su propio avance.
Después de 25 años de que San Martín entrara a Lima; siendo un exiliado en París, el general británico William Miller, le escribió pidiendo información de la Logia y su participación en la guerra de la independencia. San Martín respondió: “Yo no considero correcto discutir el último detalle concerniente a la Logia de Buenos Aires; estos son asuntos estrictamente privados y, a pesar de que ejercieron y siguen ejerciendo una gran influencia en los eventos de la revolución en esa parte de América, no podrán ser revelados sin una fuga de mi parte de los compromisos más sagrados”. Así hablo el devoto hijo de la Argentina masónica.
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