MITOS Y LEYENDAS
Leyenda de Misiones
El buen Tabaré y su esposa clamaban al cielo por un hijo que nunca llegaba.
Cuentan los que saben que un amanecer, cuando Tabaré estaba pescando a orillas del ancho y fecundo río Paraná, escuchó un gemido lastimero, y al buscar ente las plantas halló a un niño hermoso como el sol, con la piel blanca como la luna y los ojos del color del cielo claro.
Era tan desconocida entre la gente de su tribu la hermosura de ese niño extraño que Tabaré conmovido hasta las lágrimas lo llevo a su hogar.
—Mira mujer, he hallado al hijo del sol y la luna, ha caído del cielo. Llamé a sus padres, no han venido, creo que han escuchado nuestros ruegos y generosos lo han dejado a nuestro cuidado— dijo apenas entrar.
Su mujer miró al niño y un estremecimiento de amor la inundó.
Ara Puiré creció cada día más hermoso, más fuerte, más hábil y también; al saberse hermoso: orgulloso.
Tan orgulloso que despreciaba a todos burlándose de sus pieles oscuras de sus negros cabellos, de sus narices chatas…
Con igual desprecio maltrataba animales, plantas, arrancaba los ojos de los pájaros, destruía con maldad los nidos, arrancaba la corteza de los árboles, al tiempo que insolente y soberbio exigía ser servido como un dios.
Era tan sorprendentemente hermoso que creyéndole, sino dios, hijo de ellos, nadie se atrevía a reprenderlo, y así su altanería crecía.
Pronto aprendió a pescar y cada día dejándose mecer en las aguas del río acechaba con su arco y sus flechas a bogas, tarariras y cuanto pez o animal se pusiesen en su camino.
Y así pesando estaba una tarde cuando a lo lejos escuchó el típico silbido de Tabaré llamándolo.
Fastidiado con la interrupción de su holgazanería Ara Puiré ignoró el llamado, deseando que el pobre viejo cayese por el barranco o se rompiese una pierna, con tal de que no pudiese seguir molestándole.
Llegó al fin Tabaré junto al muchacho y entre jadeos le dijo:
—Ven hijo, tu Ña, tu madre, te ha venido a buscar.
Ara Puiré saltó de alegría.
¿Sería la luna o quizás una estrella? Corrió a la casa imaginando a su bella madre esperándolo con los brazos abiertos, orgullosa al ver a su hermoso hijo ya casi hombre.
Delante de la puerta una mendiga vieja y andrajosa abre sus brazos y sonríe.
—¡Hijo querido! — exclama.
Ara Puiré la mira estupefacto. La ira se enciende en su interior.
—¡Tú no eres mi madre vieja inmunda! ¡Mi madre es la bella luna!
Sordo a los ruegos y las explicaciones de la pobre mujer que en su día padeció que le arrebataran a su hijo, y desde entonces andaba los caminos buscándolo. Indiferente a sus lágrimas y su sufrimiento, con fría perversidad levantó su arco, apunto una flecha y disparó a la anciana mientras la insultaba:
—¡Vieja inmunda, eres fea como un sapo y engañosa como una víbora!
Ríos de sangre saltaron de los ojos de la mujer mientras moría.
Tabaré y su esposa horrorizados gimieron tan fuerte que la tribu entera arrojó piedras expulsando al malvado.
Iracundo el dios del río al ver lo sucedido, alzó sus aguas bramando maldiciones.
Ará Puiré siguió hasta la orilla insultando a todos y todo, hasta enmudecer al verse en las aguas reflejado: su bello rostro ya no lo era, verde se tornó su blancura, ancha su boca, húmedo y escamoso su cuerpo ya sin brazos ni piernas y un croar horrible fue lo único que salió de su boca.
Así nació el que fue conocido desde entonces como el Ará Puiré, un horrible animal con cara de sapo y cuerpo de víbora que se arrastra sin descanso buscando a la madre que ya nunca encontrará por haberla despreciado.
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