APE / OPINIÓN
POR CARLOS DEL FRADE
(APe).- En una semana donde las aguas demostraron que el progreso es también propiedad privada de aquellos que lo pueden comprar, donde el frío y la humedad estuvieron presentes en la vida cotidiana de las grandes mayorías de las principales provincias argentinas, dos hechos vividos en los tribunales provinciales de la ciudad de Rosario, volvieron a marcar las distancias entre las calles y los palacios en los que se refugian estas instituciones.
El martes 11 de agosto, durante varias horas, Alberto Perassi, papá de Paula, desaparecida el 18 de septiembre de 2011, en la histórica ciudad de San Lorenzo, debió soportar los alegatos de los procesados, la mayoría de ellos procesados, por aquel secuestro y potencial asesinato de una embarazada.
Nadie discute la legitimidad de ese hecho ni tampoco las garantías constitucionales, pero la postal de Alberto recubierto con un chaleco antibalas y soportando invenciones sobre la vida de la familia, parecía un nuevo dolor, una fenomenal provocación contra un hombre que no se cansa de repetir que lo único que desea es encontrar “aunque sea un huesito de su hija para hablarles a sus nietos con la verdad acerca de su madre”.
Había que ver las caras, especialmente del principal imputado, el empresario Gabriel Strumia, con una permanente mueca de sonrisa en su rostro, mientras los ojos de Alberto, los de su compañera de toda la vida y su otra hija estaban inundados como consecuencia del dolor y la impunidad.
Cuatro años se cumplirán antes de la próxima primavera de la desaparición de Paula Perassi en uno de los hechos más significativos dentro de la demencial saga de violencia de género y femicidios que sacude la Argentina del presente.
Y el viernes 14 de agosto, frente al edificio del palacio de justicia rosarina, distintas organizaciones sociales, familiares de víctimas de otros asesinatos, se reunieron alrededor de la figura de Mercedes Delgado, la mujer que amasaba panes para darles de comer a la pibada de San Cayetano, en el oeste rosarino, el 8 de enero de 2013.
A 31 meses de aquella balacera protagonizada por algunos de aquellos que cuando eran chicos comieron gracias a la generosidad y militancia cristiana de Mercedes, uno de sus hijos, el incansable Juan Delgado, armó una simbólica olla donde intentaba apurar el “guiso de la justicia”.
La muchachada de “El Caleidoscopio”, una organización social con una nítida inserción en ese fragmento del mapa rosarino, emitió un documento en el que hablaba de la necesidad de renovar el fuego de la Mecha.
“Renovamos este fuego porque creemos que la ternura de Meche debe seguir siendo fuente de nuestra inspiración y fortaleza, creemos que esa ternura es la capacidad de enaltecer eso que nos constituye como seres humanos, esa esencia, esa sustancia que nos da la fuerza para construir colectivamente, y esa capacidad de amar, de creer en otro mundo, de soñar con otra realidad, donde lo que se ofrezca no sea la miseria de la violencia, y lo que resuene no sea el estruendo de las balas, sino el latir fuerte de nuestros renegados corazones.
Esta fraternidad con la vida y con la alegría es la disposición al trabajo comunitario, a creer que la gente oprimida es capaz de salir de su opresión y es capaz de gestionar sobre su vida y su propia felicidad planteada en una base de condiciones materiales y afectivas dignas y reales, que la enaltezcan como persona. En cada mujer que se niegue a seguir siendo violentada o esclavizada creemos que se encuentra encendido el fuego de la Mecha. Así como en los y las trabajadoras en huelga o tomando una fábrica, en los pueblos originarios haciendo una carpa de resistencia frente al corazón del poder político, o de los padres y madres que buscan a sus hijos incansablemente, del campesinado que se niega al despojo de sus tierras o de los y las periodistas que encuentran el acoso o incluso la muerte por denunciar la verdad… ahí también está la Mecha encendida”, apuntaban los militantes de “El Caleidoscopio”
-Por eso hoy, frente a la instancia del poder judicial que a veces nos ha mostrado su cara más deshumana decimos que este fuego se va a mantener y va a continuar, porque sostenerlo es sostenernos a nosotros y nosotras mismas como personas, como seres que somos capaces de sentir la rabia de nuestros caídos y nuestras caídas como propia.
Sellemos con torta frita esta alianza con lo más profundo que tenemos como seres humanos: la capacidad de amar. Mecha, gracias por enseñarnos el significado del amor fraterno. Compañeras, compañeros, no dejemos de luchar…- terminaron diciendo.
Cuando el megáfono de mano se abrió generoso a otras voces, la hermana de Any Rivero, una casi niña asesinada en Capitán Bermúdez en noviembre de 2014, pidió que no se olviden de las chicas y los chicos asesinados por las balas narcos.
“Porque a Any la mataron cinco narcotraficantes…”, repitió su hermana.
Allí en la calle, por afuera del palacio de justicia de los tribunales provinciales rosarinos, las voces sufrientes del pueblo presionan para que haya algo de reparación ante tanto dolor.
Ellos saben que cuanta mayor sea la presencia de la calle, menos indiferencia y complicidad habrá en el palacio.
Mientras tanto, en 32 años de democracia, los palacios siguen existiendo.
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