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Lucas Alario convirtió un gran gol sobre el final del partido, que le dio la victoria a River 1 a 0 contra Independiente. Jugaron en el Monumental, por la quinta fecha.
CLAUDIO MAURI - LA NACIÓN
Era como una final para no quedar desenganchado del torneo, y se sabe que si se trata de una definición, con Lucas Alario River siempre puede contar.
Desde que llegó, el ex delantero se anota en las citas importantes. Su gol a seis minutos del final tuvo el valor de una sentencia: para River todavía hay campeonato, aunque todavía mire de lejos a Rosario Central, e Independiente sigue sumando boletos para ser la decepción más inesperada del certamen.
Un clásico de muy flojo nivel le sirvió a River para relanzarse, mientras el Rojo se hundió un poco más. Verse tan abajo en un torneo que penaliza duramente la pérdida de puntos generó en ambos un estado de ansiedad, de precipitación.
Correr más rápido puede ser una receta que sirva en el atletismo para recuperar terreno, pero en el fútbol es insuficiente si ese despliegue frenético no va acompañado por criterio futbolístico, precisión, inteligencia para ver la jugada.
River e Independiente compartieron el peor de los apuros: el que lleva a perder rápidamente la pelota, a chocar, a la obnubilación. Corrieron como si estuvieran escapando de alguien, de algún peligro que amenazara sus existencias. Querían despegarse de los puestos rezagados que ocupan, pero lo único que hacían era dar vueltas alrededor de sus problemas, sin encontrar la salida.
Fueron dos equipos muy vitales, con poca cabeza. Mucha entrega, escasa racionalidad. Independiente se desfiguró como pocos habrían imaginado. Terminó 2015 bien armado, con una imagen convincente, e incursionó en el mercado con contrataciones importantes, especialmente en ofensiva.
Pero en la actualidad todo está difuminado, es menos equipo que lo que insinuaba. Pellegrino, que parecía tener todo bajo control, extravió la brújula. Les retiró la confianza a jugadores que integraban la base titular, como Méndez, Benítez -a quien el técnico había rescatado y potenciado desde su llegada- y Vera.
A los refuerzos -Rigoni, Denis, Leandro Fernández- les cuesta acomodarse, no encuentran un funcionamiento que los ayude a integrarse. Lo único que Independiente mantiene inalterable respecto del semestre anterior es justo lo que más quería erradicar: los continuos problemas musculares que le quitan continuidad a Cebolla Rodriguez, cuya jerarquía fue tan evidente como esporádica por las lesiones.
El partido no dio para mucho, ni siquiera para prolongar la polémica sobre la presencia de Pisculichi, habilitado al mediodía por un Tribunal de Disciplina cuestionado como parcial por Independiente. Una actuación estelar de Pisculichi como en Venezuela habría dado que hablar, pero ni eso.
Recostado sobre la derecha desde el comienzo, Pisculichi se hizo notar poco y a los 18 minutos salió por una molestia física (el parte médico habla de una contractura en el isquiotibial derecho). Un cambio obligado que a Gallardo lo sacó por un instante del partido y lo transportó al superclásico del domingo ante Boca.
¿Se quedará sin un Nº 10 clásico, con un D'Alessandro convaleciente y Pisculichi tocado físicamente? Se dio un tipo de encuentro que fue una delicia para Camilo Mayada: a correr no le gana nadie.
El uruguayo se gana el favor de los hinchas con sus continuos sprints. Es de una generosidad admirable. Es el más rápido para llegar al área, donde se le baja la persiana a la hora de la definición.
Pero sería muy injusto achacarle esta carencia cuando muchos otros jugadores supuestamente mucho más lúcidos estuvieron anoche desaparecidos. Pero Mayada siempre fue y Gallardo se la había jugado con tres delanteros al incluir a Alonso.
Un centro de Mayada encontró la definición de Alario, tras un despeje corto del Ruso Rodríguez. Era un partido cerrado, flojo y chato, que se enfilaba al 0-0 y condenaba a los dos. Una final en la que perdían ambos, hasta que Alario se la hizo ganar a River.
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