FOTO BLAS MARTINEZ
En la aldea mbya de Chafariz, cerca de El Soberbio, no tienen escuela ni aula satélite, pero 45 chicos y jóvenes asisten al establecimiento educativo 905, que está a poco más de dos kilómetros, en una zona de serranías donde las plantaciones de tabaco se mezclan con retazos de selva que resisten el implacable avance de las motosierras.
Llegar a clase es una aventura de riesgo. Todos los días, sin importar la temperatura, a orillas del arroyo Chafariz repiten la rutina de quitarse la ropa y el calzado, colocar todo sobre la cabeza junto a las mochilas, para así trasponer el torrentoso cauce de más de 26 metros de ancho y un metro de profundidad.
Las ganas de aprender le ganan hasta ahora a la desidia y al olvido del Gobierno de Misiones. Desde hace más de un lustro, las autoridades provinciales hacen caso omiso al pedido de construcción de un puente que mejoraría las condiciones de vida de las 26 familias mbya que residen en el lugar desde hace más de 40 años.
En la Escuela 905, la maestra Melly Paniagua se levanta un poco más temprano para encender el calefón y tener abundante agua caliente para cuando los chicos lleguen.
Trabajos extra curriculares: ayudarlos a secarse, a recuperar el calor corporal para poder así dedicarse a aprender. Una ducha tibia y el desayuno con pan casero le permite a los estudiantes mbya recobrar el aliento antes de empezar la jornada escolar.
“A veces llegan tiritando de frío, pero cuando el arroyo está crecido por las lluvias le pedimos que no vengan, que no se arriesguen porque la corriente es muy fuerte y los puede arrastrar”, explica la maestra, que vive de lunes a viernes en una casa contigua a la escuelita de madera que sólo cuenta con tres aulas y un comedor donde la oración -en castellano y guaraní- antecede a cada comida.
Con naturalidad, los chicos explican que los más grandes -entre ellos los tres maestros auxiliares mbya- se encargan de cuidar a los más pequeños durante el vadeo porque el agua les llega al cuello y corren peligro de ser arrastrados por la corriente, que siempre puede ser traicionera.
Francisco, un maestro auxiliar de 22 años, Nelson (8), el más inquieto de los alumnos de cuarto grado, y Nicanor (13), cuentan que todos los días se levantan a las 6.00 y media hora más tarde se juntan a orillas del arroyo Chafariz para cruzar e iniciar a nado, a pura brazada, el camino hacia la escuela.
“Nos sacamos la ropa para no mojarnos, o llevamos otra muda para poder cambiarnos. A los más chicos les agarramos de la mano y siempre buscamos pasar por el mismo lugar, que ya conocemos y sabemos que es más playo”, explican los mbya, conocedores de la zona como pocos. Nelson es el más intrépido, el que menos respeta las reglas.
Apenas llega al arroyo, se saca rápidamente las zapatillas y la remera para luego lanzarse de cabeza al agua. Con veloces brazadas llega al otro margen del cauce mientras sus amigos -mucho más precavidos- se encargan de cruzar su mochilla y prendas abandonadas en la orilla.
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“Nosotros necesitamos la luz y el puente porque muchas veces tenemos que cruzar a las personas enfermas en brazos para que la atiendan los médicos que vienen de El Soberbio”.
Los doce estudiantes mbya que cursan la secundaria cuentan con las notebook entregadas por el Estado, pero el uso queda restringido casi exclusivamente al aula, ya que en sus casas no tienen forma de recargar las baterías.
Como si fuera poco, ahora también deben comprar los paquetes de datos de telefonía celular porque el Ministerio de Educación olvidó reconectar el servicio de internet en la escuelita donde el director Diego Carballo y cuatro maestras luchan cada día para que el conocimiento también llegue a esta nueva generación de mbyas.
Un trabajo silencioso que casi nunca es noticia y que ahora, esta historia de nadar, no sólo contra la corriente, sino contra un escenario de adversidad eternizada, queda al descubierto. La de Chafariz es una comunidad ejemplar.
Pese al abandono de la Dirección de Asuntos Guaraníes, el cacique Méndez cuenta orgulloso que todos los chicos de su aldea asisten a la escuela y que con el puente lograrían bajar el ausentismo, cuyos índices quizás sean más elevados porque en el caso de estos estudiantes es la naturaleza (el agua brava que a veces les impide cruzar) la que decide cuándo se estudia y cuándo no. (www.clarin.com)
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