SOCIEDAD / POLÍTICA
Nación - ¿Cuál fue la razón principal del descabezamiento de la Secretaría de Inteligencia que llevó a cabo la presidente de la República, Cristina Kirchner? Sin ninguna duda, el pánico en el que entró el gobierno por el avance de las causas judiciales por corrupción. Todo el resto de los argumentos, sin necesariamente ser falsos, conforma excusas para desviar la atención de la cuestión principal.
Así, por ejemplo, la eventual desinformación o mala información que recibió la presidente, por parte del hasta hace unas horas subsecretario de Inteligencia, Francisco “Paco” Larcher, referida a la “no postulación” de Sergio Massa como candidato a diputado nacional hace más de un año, no es más que una “tapadera” para intentar no hablar de corrupción.
Sí, es cierto, el gobierno no silencia totalmente el “problema judicial” pero lo presenta como el relato de la conspiración de jueces, fondos buitres, medios de comunicación y ahora espías que pretenden el fracaso del gobierno “nac and pop”.
La inmensa fortuna acumulada por la pareja presidencial, la situación de los testaferros como Lázaro Báez y Cristóbal López, las andanzas de Amado Boudou –en particular el caso Ciccone, donde actuó por instrucción de Néstor Kirchner-, los manejos de Hebe de Bonafini y Sergio Schoklender, las valijas con dólares de Venezuela, la financiación política desde el narcotráfico de efedrina, los sobreprecios y las adjudicaciones irregulares en la obra pública, no son inventos de la “conspiración”.
Son delitos que el poder esconde, tapa y embarra, y que ahora en el ocaso del gobierno K salen a la luz.
De allí que será posible ensayar mil explicaciones acerca de las motivaciones de los funcionarios de la Secretaría de Inteligencia para sus procederes.
Pero, si hablan con jueces, si acercan información, si realizan escuchas telefónicas –aún diferenciado aquellas que son ordenadas judicialmente de las que no lo son-, lo hacen en derredor del fantástico enriquecimiento de las cabezas del gobierno nacional.
Por supuesto que no se trata de regalar inocencias.
Clásico del peronismo, llevado hasta el extremo por el kirchnerismo: la apropiación del Estado y su sometimiento a los intereses grupales o personales de los gobernantes.
Sobran muestras. Desde la efigie en hierro de Eva Perón en la fachada de un edificio público, obra pagada con dinero público, claro, hasta el uso de la flota de aviones presidenciales para trasladar personas –y valijas- o diarios.
Desde la acción social, toda teñida con merchandising de La Cámpora o Kolina –que pagamos todos- hasta los carteles que dicen, en la Secretaría de Comercio “esta casa es peronista”, aunque la solventemos también los que no lo somos.
Y entonces, para no sobreabundar con miles de ejemplos, no es de extrañar que la presidente imagine al aparato de inteligencia del Estado como una mera dependencia personal que debe servir, exclusivamente, a sus intereses y fines.
Por tanto, hace falta colocar allí a quienes estén dispuestos a proteger a la presidente de las investigaciones judiciales aunque sus sueldos y sus gastos no los pague la presidente sino el conjunto de los argentinos.
Que Oscar Parrilli no parece ser el indicado para secretario de Inteligencia. Que Juan Martín Mena, el subsecretario, está allí solo para impedir el avance de las investigaciones judiciales. Todo ello indica que el verdadero poder en materia de Inteligencia está en otro lado. Fuente: Visión Federal Noticias
Y ese otro lado es el general César Milani, el represor amigo de Hebe de Bonafini.
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