MEMORIA / "UNA NUEVA FALSIFICACIÓN DE LA HISTORIA"
por HORACIO E. POGGI
El documental “Illia, Ciudadano Presidente”, emitido el 28 de junio por la Televisión Pública, al cumplirse 50 años del derrocamiento del mandatario radical, es un intento fracasado que busca falsificar la historia reciente de los argentinos.
Con un formato ramplón, en el que se intercalan testimonios orales de adversarios, colaboradores y familiares directos de Don Arturo, el documental se propone ensalzar la honestidad del médico de Pergamino en el ejercicio del poder, colocando en la vereda de enfrente a la corrupción personificada, entre otros, por el diario Clarín y su fundador Roberto J. Noble, los traidores desarrollistas, el peronismo y su jefe exiliado, todos ellos enemigos de la democracia y de la Constitución, junto con los militares golpistas.
La tesis principal de la maniobra falsificadora, conducida por el periodista Luis Gasulla, manifiesta que Arturo Umberto Illia fue una víctima de la incomprensión nacional y el blanco predilecto de los corruptos.
Por eso, a pesar de los supuestos resultados positivos de su gestión de gobierno (disminución de la deuda externa y de la desocupación, sanción del salario mínimo vital y móvil, anulación de los contratos petroleros de Frondizi, reinserción internacional del país, respeto a las libertades civiles, etcétera) fue desalojado de la Casa Rosada en medio de la indiferencia social y de la aprobación del liderazgo mesiánico del general Onganía, aupado por una campaña de prensa fenomenal en la que descollaban Mariano Grondona y Jacobo Timerman, y por la desestabilización del sindicalismo peronista con Augusto Timoteo Vandor a la cabeza.
Las notas anteriores expresan formalidades de un gobierno que adoleció de un vicio de origen soslayado en el documental: Illia accedió al poder con el 25% de los votos porque el Peronismo estaba proscripto y era a todas luces la mayoría electoral de la época.
Por tanto, se trataba de una democracia de baja intensidad -o restringida- que merece más estudio que reivindicación, ya que es un insulto a la teoría política y a la vigencia plena de la Constitución aceptar como “normal” la proscripción de las mayorías o de las minorías.
En este sentido, el gobierno de Illia fue legal por un acuerdo del establishment antiperonista pero absolutamente ilegítimo. Como se observa, su gobierno –mal que les pese a los amigos radicales- estaba en abierta confrontación con los postulados de la democracia representativa.
Nos llama la atención que ninguno de los apologistas de Illia que dan su testimonio en el documental se haya referido a la proscripción del Peronismo y en cambio se dedicara a recargar las tintas sobre los aciertos de un gobierno surgido de un acto eleccionario restrictivo.
Cuando las mayorías populares son excluidas las reglas de juego de la democracia representativa se resienten y los que ocupan el gobierno no pueden pretender que se naturalice la legalidad ilegítima, o que la oposición proscripta acepte una institucionalidad quebrantada.
El Peronismo proscripto apostó a la recuperación de la democracia representativa desde el golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955 y utilizó los recursos de acción política que tenía a su alcance para participar libremente en la vida democrática del país. La apertura electoral de 1958 le negó competir, igual que en 1963.
Asimismo, recordemos que en 1964 el gobierno radical de Illia obstruyó el retorno a la Patria del General Perón. El canciller Zavala Ortíz hizo detener en Brasil el avión del líder exiliado. En el documental, en ningún momento se hace referencia a estos hechos que ayudan a comprender la actitud del Peronismo en aquella época sin descontextualizar sus procedimientos de lucha y resistencia.
Quienes desisten de esta mirada que complementa la historia global de la época –y en el documental queda establecido-, confinan los argumentos centrales a la descalificación del Peronismo y de los peronistas. Una canallada que a esta altura del siglo 21 resta y no suma.
Sin abundar en detalles, el radicalismo sufrió persecución en el primer peronismo pero jamás fue proscripto. Luego se tomó revancha propiciando y sosteniendo a la Revolución Libertadora que encarceló, torturó y fusiló a mansalva (a los peronistas, claro).
Por su parte, el Peronismo proscripto realizó una oposición contundente a Frondizi, a su sucesor Guido, a Illia, a Onganía, a Levingston, a Lanusse…
El regreso definitivo de Perón en 1973 se produjo en un marco de profundas coincidencias políticas y de unidad nacional. Los principales líderes políticos dejaron atrás las divisiones suicidas y se abocaron a la construcción de una democracia representativa plena, sin proscriptos de ninguna índole.
¿Cómo olvidarnos del encuentro en el restaurante Nino y del abrazo fraternal de Perón y Balbín?
Por eso, recordar el golpe de Estado del 28 de junio de 1966 con categorías superadas, congelando la historia, ignorando los hechos precedentes y ulteriores que les dan racionalidad a los acontecimientos políticos de una determinada época, constituye una mala praxis en el modo de narrar el pasado.
Porque lo coyuntural nunca es permanente y la táctica de una etapa no puede confundirse con la estrategia de largo alcance, para hacer del pasado un instrumento propagandístico al servicio de una posición facciosa en el presente.
Si durante la anterior administración resultó un desacierto el uso del presupuesto estatal para imponer un relato que dividía a los argentinos entre héroes y villanos, semejante método propagandístico vuelve a reiterarse desde la Televisión Pública con el documental “Illia, Ciudadano Presidente”.
Vale tener en cuenta que la falsificación histórica no solo profundiza la mentada “grieta”, sino que multiplica la mentira.
Y la mentira propalada por el Estado es un síntoma de corrupción que daña la convivencia republicana y destruye la Cultura del Encuentro que enseña el Papa Francisco.
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