jueves, 18 de diciembre de 2014

LA PIEL

APe / NOTA DE OPINIÓN 



Por MIGUEL A. SEMÁN 

 (APe).- La idea parece simple, clara: la piel es una. Sobre la piel nos quedan las señales de la vergüenza, las marcas invisibles de las caricias y las evidentes de los golpes. Sobre la piel dejan su huella los llantos y en ella nos desgasta el aire pasajero de los días. Por la piel nos encontramos y nos eludimos, nos tocamos, nos reconocemos y rechazamos. La piel somos nosotros, pero desnudos, y también los otros, los que no nos gustan. Los lastimados, los leprosos y los oscuros. Los que se cubren las cicatrices con harapos. Los que no se las cubren. Los que duermen en las veredas sobre colchones de cartón y bajo sábanas de diario.



La piel es única. Un mapa de niebla en el que todos fuimos recortados por artesanos hábiles o rústicos, en mañanas grises o tardes luminosas, en noches estrelladas o bajo cielos de tormenta. Siempre la misma piel aunque distinta. El mismo sol pese a las nubes. O, para decirlo mejor, gracias a las nubes, al sol y a los artesanos que nos estamparon sobre el cuerpo las bellas diferencias. Esos relieves destinados a la vista, al tacto, al olfato, al gusto y al oído. Esos sobresaltos que nosotros hemos convertido en abismos del alma.

La caricia, señora de la piel, sabe de ella mucho más que la palabra. Pero éste es territorio de palabras. Por eso me obligo a decir que uno acaricia y el universo se expande. La vida se agranda, hay más espacio para seguir viviendo. Uno se mete la mano en el bolsillo y el cielo se achica, los pasos se hacen cortos, las cuadras largas.

Dios, la intemperie de Dios, o lo que sea, no nos ha dado la piel para refugiarnos en ella, sino para traspasarla, para salir de paseo con las cicatrices que nos unen y nos diferencian. Con el color que despunta en la yema de los dedos, en los labios, en los pechos de la mujer que amamos. Creo que Dios ha de querer estas cosas. La piel sobre la piel, el alma sobre el alma.

Sin embargo, aquí estamos, mirándonos de ojos para adentro, con el cuerpo encogido y asustado. Pertrechados en nuestras propias sombras. Hablando de cuestiones de piel como si se tratara de conflictos limítrofes. Adoradores de la superficie humana como un bien descartable. Prisioneros de un mapa personal incomprensible sin la continuidad en el otro.

Aquí estamos. Y como todo debe concluir alguna vez aquí también termina este relato y empieza otra historia, imposible de andar sin ayuda de los dedos y los labios ajenos. Eso fue todo.

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