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CIUDAD DE BUENOS AIRES (Idesa). La primera infancia, entendida en sentido amplio, es decir, la gestación, el embarazo y los dos primeros años de vida, es el período más importante para el desarrollo de capacidades físicas e intelectuales de las personas.
El cuidado en esta etapa de la vida, denominada “ventana de los primeros mil días”, es trascendental porque ocurre el crecimiento de millones de células y conexiones cerebrales que motorizan el desarrollo de la inteligencia, la personalidad y las conductas del individuo en su adultez.
Si se presentan episodios de malnutrición, tanto de la madre como de su hijo, y/o falta de estimulación, el niño tendrá menos probabilidades de desarrollar plenamente su cerebro y su físico.
Esto pone límites a sus logros educativos y condiciona el futuro desempeño educativo, laboral y social de las personas.
Déficits de alimentación y de estimulación en la primera infancia generan daños irreversibles.
Una manera de aproximar el retardo en el desarrollo de los niños es mediante el indicador de baja talla para la edad.
Según datos del INdEC para la población y de la UNICEF publicados por la CEPAL para el desarrollo de los niños, se observa que:
- En Argentina hay 3,7 millones de niños menores de 5 años.
- El 8% de estos niños no alcanza una talla acorde a su edad.
- Esto significa que hay aproximadamente 300 mil niños menores de 5 años que no alcanzan la talla acorde a su edad.
Estos datos señalan que muchos niños en la Argentina sufren retraso en el desarrollo.
Aunque la CEPAL no publica datos desagregados por estratos socioeconómicos, otras evidencias sugieren que la gran mayoría de estos casos corresponden a niños pobres.
Se trata de un enorme pasivo social ya que es población a la que no se le da la oportunidad de lograr su pleno desarrollo físico y cerebral.
Lo más grave es que es irreversible, ya que pasados los 4 años de edad no hay política pública, por más eficiente e integral que sea, con capacidad para revertir las deficiencias originadas al inicio de la vida.
Muchos países han incorporado la atención de la primera infancia como política pública prioritaria.
Un caso cercano es Chile. Allí, se articula una batería de intervenciones entre todos los organismos vinculados al cuidado del embarazo y el niño.
En particular, el Ministerio de Desarrollo Social, el Ministerio de Salud, la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) –que brinda el acceso a las salas cunas a los hogares del 60% de menores recursos–, el Ministerio de Educación –para velar por la calidad de la estimulación– y el Ministerio de Trabajo –por las políticas de paternidad y maternidad– ejecutan sus acciones de manera coherente con el objetivo de proteger la maternidad y los primeros años de vida.
Con este esquema, en Chile la proporción de niños menores de 5 años con baja talla para la edad es de 2%, o sea, 4 veces más baja que en Argentina.
Si la Argentina lograra similar desempeño que Chile habría 225 mil niños menos con déficits de desarrollo.
Para ello es imprescindible reordenar la relación entre la Nación y las provincias. A nivel nacional, se deberían adoptar reglas de descentralización automática de recursos fiscales para que las provincias cuenten con financiamiento suficiente.
La Nación no debe ejecutar acciones directas sino promover buenas prácticas de gestión a nivel provincial y municipal y montar mecanismos de monitoreo y control.
A nivel provincial, el desafío es colocar como prioridad la nutrición y la estimulación temprana, fundamentalmente de los niños de hogares pobres.
Chile es un país con peor distribución del ingreso que la Argentina y un sector público mucho más pequeño.
Pero gracias a una mejor definición de prioridades y a un funcionamiento más profesional del Estado está logrando que menos chicos sufran déficits en su desarrollo físico y neurológico.
Se trata de una enorme ventaja que implica a futuro una mayor proporción de adultos con buenos empleos y, con ello, la reducción de tensiones sociales y prácticas clientelísticas que degradan el sistema democrático.
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