SOCIEDAD / OPINIÓN
Por MARTÍN GONZÁLEZ / TN
“Algo raro pasa”, me dijo un colega cuando nos enteramos de que el contacto con la prensa dejaba de ser en las escaleras del Edificio Libertad, y pasaba al interior. Hoy, “con el diario de mañana” como se dice, tengo que darle la razón.
La primera conferencia de prensa bajo techo del Capitán Enrique Balbi trajo la peor noticia. Fue en ese momento en que escuchamos por primera vez la palabra explosión relacionada con la búsqueda del submarino ARA San Juan.
Ya no hubo sitio para ruidos ni para eufemismos. Explosión.
Soy cronista hace 14 años. No recuerdo otra conferencia, atestada de medios como esa, en la que el aire quedara por un segundo detenido y el silencio nos cubriera a todos.
Daba la impresión de que todo pasaba muy lentamente, que nadie se atrevía a cortar con su respiración los silencios que iba intercalando Balbi entre las pocas palabras que leyó y que podía pronunciar.
También leyó por primera vez. Fue el punto cero, el inicio de algo que se parecía a una ola de desesperanza. En ese momento, en ese preciso instante, la mejor parte de nosotros quedó negada. Aun cuando no hay una confirmación de qué fue lo que pasó con el submarino, fue entonces que se nos borró de la mente la idea de balizas que se activan, llamadas urgentes y botes salvavidas divisados desde el vuelo rasante de un avión.
“No hay manera de tomar distancia de esta angustia”, me dice una colega y me confirma un nuevo fallo en la disociación instrumental.
¿De qué se trata esto? Del intento de no permitir una carga emocional a lo que nos toca contar, de evitar que el golpe nos llegue mientras trabajamos. A veces no se puede. A veces es tan duro lo que está pasando que no hay forma de volverse impermeable.
En esta conferencia de prensa fue imposible. En el mismo momento en que transmitimos las palabras de Balbi, en Mar del Plata estalla el único dolor que será imperecedero. El de los familiares, el de los amigos, el de los compañeros de armas de aquellos que iban en el submarino que no aparece y que, ahora, queda inevitablemente adherido a la palabra explosión. Para ellos no existe la disociación.
El golpe, de una violencia devastadora, les llega sin filtro. No hay manera de ponerse en su piel. Alejados de todos los expertos, de toda la información cierta y falsa que circula, de todas las especulaciones y las hipótesis, la tristeza en ellos cubre la dimensión más íntima del drama humano.
Acá la conferencia de prensa continúa tras el estupor inicial.
Llevo una semana viniendo todos los días al Edificio Libertad, y trato de adivinar si el cambio de formato, con la aparición del atril, el micrófono y las banderas, responde a generar una distancia con los cronistas frente a lo que estaban a punto de comunicarles (la idea de una explosión), o si es una mera coincidencia.
Desde hace varios días, algunos reclamaban algo más de prolijidad en la comunicación. Yo no estoy de acuerdo. Siempre creo que la conferencia de prensa gana en orden, pero pierde en contenido. Es casi imposible repreguntar algo cuando hay que cederle el micrófono a un colega en la mitad de la respuesta.
Además, el entrevistado puede recurrir a la famosa “última pregunta” y desaparecer dejando temas sin tocar.
Nunca voy a saber a que se debió el cambio. Pienso también en el Capitán Balbi. De pronto todos los contactos que fui manteniendo con él vienen a mi mente.
Veo brillar, dorado contra su camisa blanca, el pequeño submarino que lleva abrochado en el pecho bajo el cartelito con su nombre. La primera vez que lo entrevisté, le pregunté por esa insignia. Allí me contó que es Capitán de Navío, submarinista, que navegó en el ARA San Juan, y que conoce muy bien a la mitad de la tripulación que iba en el submarino.
Caigo en la cuenta de que ese hombre parado frente a nosotros, que responde ahora la quinta pregunta está haciendo un esfuerzo enorme. Disociación instrumental me decía esta colega que pensaba en nosotros, pero no en Balbi.
Todo ese peso, toda esa desazón y decaimiento que estamos experimentando ahora nosotros en esta conferencia, y muchos otros en un taxi, en la cocina de una casa, en una oficina, en un restaurante cayeron hace un rato apenas sobre los hombros de ese hombre correcto y paciente que sigue hablando, aunque de alguna manera es parte de todo esto que ahora tiene el aroma penetrante de la tragedia.
El doble rol del comunicador, ese de tener que llevar el mensaje y dejar lo que se siente en algún otro lado. Disociación instrumental, la capacidad de seguir hablando a pesar del golpe.
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