APe / NOTA DE OPINIÓN
Por CLAUDIA RAFAEL
(APe).- Culpables. Cuatro de cinco policías fueron condenados por herir de muerte a la condición humana, aquel 5 de septiembre de 2010 en que hicieron de la vida un espacio baldío para los sueños. Después de sentencias impunes que reconocían que había habido crimen pero no autor, un nuevo juicio torció el rumbo de la historia judicial y reconoció que un manojo de policías estragaron, en el nombre del Padre Estado, el cuerpo de Julián Antillanca hasta desangrar: Martín Solís, Jorge Abraham y Laura Córdoba fueron condenados por homicidio agravado; Carlos Sandoval, el comisario, por encubrimiento agravado.
El 30 de julio se va a conocer la extensión de las penas.
Todos ellos regaron de sangre joven la Patagonia, una vez más. Y Julián, desde la no vida, se alzó como un gigante desnudador de la institucionalidad violenta. La que se cargó la vida de los hermanos Aballay, apenas un rato antes que la suya. La que se devoró, poco después, la historia entera de Bruno Rodríguez.
Trelew aspiró el olor agridulce de la sangre joven y le siguió los pasos. Como le enseñaron décadas antes cuando los fantasmas de la muerte se devoraron utopías más osadas.
Con los cabellos renegridos y la gestualidad audaz, César Antillanca, el papá de Julián, se suele definir como un obrero, pintor letrista, que alguna vez fue feliz.
En entrevista con APe, reconoció ayer amargamente que “somos una sociedad filicida”. Y como una verdad revelada durante los caminos aciagos de la lucha, aprendió que no sólo le mataron a su muchacho. Supo que la humanidad entera recibió una puñalada feroz desde el brazo armado del Estado.
“Creo que habría que revisar a toda la sociedad y ver cuál es el rol de la vecina que barre, del vecino que riega la calle, del vecino que mira y calla porque realmente está viendo lo que sucede. Yo sé que este fallo resuelve el caso Antillanca. Pero hace falta que la sociedad revise todas sus instituciones. Inclusive el colectivo popular, porque creo que hemos llegado a este punto gracias a la legitimación de la violencia del Estado por parte del vecino. Hoy quedó muy claro el grado de criminalidad que hay en las instituciones”, respondió a esta Agencia, poco después de que el Tribunal integrado por los jueces Adrián Barrios, Darío Arguiano y Marcelo Nieto Di Biase diera a conocer el fallo condenatorio.
“Debemos refundar la condición humana. Volver a la vida. Hacer un acuerdo de lucha porque si no, nos vamos a adormecer otra vez. Y todo tiene que ser un proceso autocrítico de gran profundidad. Porque creo que hay un carácter asesino por el que somos una sociedad filicida. Una sociedad que mata a su futuro. En un proceso que se repite históricamente. Y hay una enorme ceguera ante todo esto. No puede no verse socialmente esto que ocurre”, contó a APe.
Íntimamente brindó con su muchacho: “Julián se fue en el punto más alto de la vida emocional. El tenía acuerdos profundos con sus amigos. Tenía ganas de bailar, de viajar, soñaba sin límites. Y esa imagen es la que me aparece ahora, en este mismo momento, una y otra vez”.
EL ALEGATO
“Estos son los despojos. Le arrancaron la vida, los sueños…”, decía César Antillanca frente a los jueces en un alegato visceral. “No pudo venir hoy, y desde hace casi cinco años (dentro de tres meses) que no puede venir acá, que no puede jugar, que no puede reír, que no puede llorar…y yo acuso, señores del tribunal, con total autoridad y con total honestidad sobre todo. Con total seriedad, acuso a estos señores de haber sido los matadores de sueños, de lágrimas, de risas, y de haberle quitado la vida a mucha gente”.
Y continuó: “…Acuso con total autoridad de haber traído la violencia y la desgracia a la humanidad (…) Señores, yo estoy montado en una nave que está llena de amor; en una nave que solamente tiene amor y dignidad: el amor a la vida, y el amor a la libertad… y la dignidad de trabajo (…) Yo estoy en una nave, señores, que busca justicia. Que no tiene odio ni resentimientos; que no tiene ira, que no tiene venganza, porque eso carcome, y amo la vida y la libertad. (…) Entiendan señores que esta nave, es un barco que solamente tiene dos vientos: el viento de la madre de las ciencias, la paciencia. Y además, el viento de la constancia, que trae sus frutos, resultado del trabajo. Constancia y paciencia”.
LOS HUNDIDOS Y LOS SALVADOS
Hay una vergüenza del mundo. Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo, escribió John Donne. Y Primo Levi, en “Los hundidos y los salvados”, retoma a Donne y argumenta que “sin embargo, hay quien ante la culpa ajena o la propia se vuelve de espaldas para no verla y no sentirse afectado: es lo que han hecho la mayoría de los alemanes durante los doce años hitlerianos, con la ilusión de que no ver fuese igual que no saber y que no saber les aliviase su cuota de complicidad y connivencia”.
Pero “a nosotros –siguió Primo Levi y podría garantizar César Antillanca- la pantalla de la deseada ignorancia nos fue negada: no pudimos dejar de ver. El mar de dolor, pasado y presente, nos circundaba y su nivel ha ido subiendo de año en año hasta casi ahogarnos”.
A nosotros, diría el papá de Julián, el obrero pintor letrista que alguna vez fue feliz, no nos estuvo permitido no ver.
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