miércoles, 14 de octubre de 2015

EN NOMBRE DEL HAMBRE Y LA CULTURA

APe / NOTA DE OPINIÓN 


Por IGNACIO PIZZO (*) 

(APe).- La escuela y el hospital no nos supieron enseñar ni curar. No nos dijeron que la desnutrición, malnutrición, bajo peso, riesgo nutricional, emaciación, baja talla, acortamiento, Kwayorkor, Marasmo o cualquier término para no decir hambre, toma forma política y dolosa. 


Fue el médico Josué de Castro quien con sus trabajos Geografía del Hambre (1947) para describir la situación en Brasil, su país natal y luego con Geopolítica del hambre (1951) para hacerlo extensivo a todo el mundo, puso sobre el tapete un tema tabú hasta ese entonces. Ese hecho le costó el exilio hasta su muerte en 1973. Su pronóstico de erradicar el hambre para el año 2000, no ha tenido más que sombrías burlas en los organismos internacionales como la OMS, formados con la mera excusa de hacer como que se hace, mientras los estamentos de poder se bañan con sangre de los pobres.

La teoría malthuseana, de 1798, pese a ser del primer grado de las ciencias sociales, fue y sigue siendo el best seller de quienes detentan poder. El eco de Tomás Malthus -quien sostenía que el hambre tenía la tarea de control de la natalidad seleccionando a los más fuertes- llegó a la Argentina a través de sus voceros. Como Jorge Capitanich, quien ante la muerte de un niño qom anunció: “por supuesto que nos duele una muerte que se da por una cuestión cultural”. Se solidarizan con él Urtubey, Maurice Closs o Insfran quienes ante muertes de niños cuyo problema de base era un paupérrimo estado nutricional -donde sedimentaron los miasmas de su infierno, que luego les provocaron su partida antes de su fecha de vencimiento- emitieron similares frases a su colega de Chaco.

¿Acaso pueden causar sorpresa frases como la de Capitanich mientras el oportunismo mediático actúa con la hipocresía del “como si” de la indignación? Los espasmos mediáticos son espasmos políticos. Y es en esos espasmos que se suben a escenarios electorales para mendigar votos anunciando el inexorable fin de la pobreza en sus potenciales mandatos.

En 2001, ante la muerte de 9 niños por hambre en Salta, Urtubey dijo que "la desnutrición infantil es un drama latente", y lo atribuyó a una "cuestión cultural" propia de los aborígenes, que se niegan a ser atendidos en hospitales y centros asistenciales.

Sin embargo la palabra “cultural”, ante las múltiples definiciones de la “Irreal” Academia Española, nos debería hacer pensar que las frases desafortunadas de los representantes del poder tienen rigor de verdad. La hegemonía cultural es una definición que encarna el hoy más que nunca contemporáneo y vigente Gramsci cuando describe que -aparte de la dominación a través de la coerción, vale decir de la fuerza represiva- la clase dominante se vale de la escuela, la religión y los medios de comunicación para ejercer el sometimiento, naturalizándolo. Impecable coherencia la de los enunciados de quienes nos gobiernan ya que son intelectuales orgánicos de su clase.

Entonces, no es que el sistema de salud o de educación “funcionen mal” y por eso los niños se mueren por causas evitables. Si se mueren por causas evitables, no son simples muertes, son asesinatos. Responden a un engranaje de dominación que diagrama un metabolismo de la muerte para poblaciones consideradas excedentes demográficos. En esas poblaciones hay niños y adolescentes con nombres, apellidos e historias que son cruelmente re-victimizadas a través de la condena mediática constante. Son “los portadores” del delito, del paco, de la deshumanización que acarrea la falta de un sustrato alimenticio conseguido por la tarea dignificadora del trabajo real y no de un plan de limosna que otorga quien ostenta obscenamente perfumes, carteras y alta sastrería.

Mortalidad infantil es otro de los términos al que echan mano los funcionarios, conocida técnicamente como la cantidad de muertes de menores de un año por cada mil nacidos vivos. En Argentina se ubica en alrededor del 11 por mil. No obstante, no se dice que es lo que verdaderamente es: tasa de crímenes por hambre, ya que es un indicador indirecto de desnutrición, porque su principal causa sigue siendo el bajo peso al nacer, la prematurez. Tal vez pestes de nuestro tiempo histórico, pero sí evitables. Son 11 niños por cada mil nacidos vivos. Son 11, donde hay niñas madres con anemia y desamor sistémico. 11 seres humanos que no llegaron a escribir su historia quedando apenas el espacio en blanco de la sangría.

Por eso mortalidad infantil en menores de un año, muertos en vida asediados por desechos de drogas y migajas de los basurales, adolescentes asesinadas como muestra de que género y clase van juntos, por eso Ni-Ni para desaparecer hasta la identidad de los jóvenes que no trabajan ni estudian. Y por eso los clásicos modos de represión como gatillos hoy más fáciles que nunca con las policías locales, servicios penitenciarios y las cárceles a cielo abierto de las que el viejo Morlachetti hablaba cuando hacía mención a las periferias urbanas. Todo es parte de la cultura hegemónica.

Por eso, aunque nos sigan llenando de eufemismos, el hambre es un crimen. 

(*) Médico de Casa del Niño de Avellaneda, Fundación Pelota de Trapo.

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