jueves, 14 de julio de 2016

LADRIDOS MILAGROSOS

SOCIEDAD / UNA HISTORIA DE VIDA 




AÑATUYA - La noche del 10 octubre de 2015 será tristemente recordada por muchos añatuyenses, que vieron cómo un incendio destruyó el Hogar Santa Catalina, del complejo Santa Rosa. 


En la insttución vivían 22 chicos que recibían comida, ropa y apoyo escolar. Pero cuando las llamas fueron apagadas, quedaron las historias de solidaridad y esperanza, que permeten ilustrar como aún en las situaciones más difíciles la mano de Dios está presente.

La hermana Rosita Belaber, junto a una carta en la que agradecía a la Fundación Gottau y donantes por todo lo que se está haciendo para reconstruir el hogar, narró la historia de Beethoven, el perro guardíán del complejo.

Bethoven después de las 22:00 hs, es el encargado de custodiar todo el complejo Santa Rosa. Si alguien se acerca al lugar para intentar ingresar “sin previo aviso”, el perro ladra hasta alertar a algún cuidador. Aunque por lo general quien intenta ingresar desiste de la idea.

La noche del 10 de octubre a las 23:45 horas se produjo un incendio en uno de los dormitorios del hogar de niños. Los 22 niños ya dormían, pero cuando la hermana se acercó a uno de los dormitorios contempló lo que describe como una “verdadera pesadilla”.

Se había desencadenado un incendio, el techo ardía, el humo era algo impresionante. Rosita logró despertar a todos los varones y comenzó a sacarlos. En ese mismo momento, se había cortado la luz, y rogaba profundamente a María Santísima para que los protegiera.

En esos instantes Bethoven, ladró y golpeó con insistencia en la puerta del hogar de ancianos que se encontraba a unos metros de donde se producía el incendio.

El enfermero de guardia, Roberto, al percibir el dolor y la angustia de Bethoven, abrió la puerta y contempló como el hogar de niños se consumía en llamas.

La historia finalizó con la triste destrucción total del hogar, pero la felicidad de tener que lamentar sólo daños materiales. Rosita Belaber recuerda cómo, en los momentos más angustiantes, creyó perder las fuerzas, pero su fe, alentaba a su compañero al decirle: “¡aún quedan niñas!, vamos Roberto”. Entre los tres salvaron a todos.

Un párrafo aparte merece la conducta de Bethoven. Más allá de ser siempre un perro guardián, ese día era amigo y compañero de todos los que ingresaban al complejo, porque según la propias palabras de la hermana Rosita “él sabía que nadie venía a hacer daño sino a ayudarnos”.

Quizás la mejor forma que encontró Dios de hacerse presente aquella noche fue mediante los “ladridos milagrosos” de Bethoven.

Fuente: www.fundaciongottau.org.ar

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