miércoles, 26 de noviembre de 2014

HISTORIA DE UNA BLUSA

APE / NOTA DE OPINIÓN


Por Miguel A. Semán 

 (APe).- Prisionera de su propia belleza. Las zapatillas gastadas, el mismo pantalón, la misma blusa de otoño a primavera. Venía andando desde muy chica.

Encerrada en una casa en el fin del mundo conoció el infierno y se lo bancó de pie. Había sido abusada por su padre antes de aprender las letras.



Me regaló su historia y se lo agradecí, pero no supe qué hacer con ella. Por eso la escribo como si fuera un cuento. Cada tarde un cielo diferente. Un día claro y siete tenebrosos.

Escapó del infierno conocido de la mano de un demonio vestido de policía. Tuvo dos hijos. Alquilaron un departamento despojado de todo.

Ella y los chicos apechugaron el hambre y el frío. El policía robaba, consumía y vendía droga pero a la casa no llegaba un peso.

Una noche le sugirió que se prostituyera para parar la olla. Ella dijo que no y salió a trabajar a mano limpia.

Repartía volantes, limpiaba casas y lavaba ropa ajena mientras el demonio cuidaba de sus hijos. Uno de esos días tenebrosos descubrió que el demonio los había iniciado en la guerra despareja de los cuerpos.

De un solo tajo les había amputado la infancia. Lo denunció, pero los demonios gozan de inmunidades y los tribunales que escupen sobre el río hicieron lo suyo.

A ella la mandaron a un psiquiatra y el psiquiatra le hizo creer que la realidad era alucinación. Que el mundo era redondo y en la esfera perfecta de Tolomeo la única descolocada se llamaba Lucía.

Volvió a su casa y pidió perdones. Ya no era la misma, dijo. Le habían acomodado las partes al todo y todo era una mierda insoportable.

Volvió a lavar, planchar y trajinar la calle en busca de unos pocos pesos limpios, hasta que al fin, a fuerza de golpes y llanto recuperó las verdades o las dudas: El universo no giraba alrededor del hombre.

La tierra ni siquiera era redonda. Dios no es macho, tampoco hembra, sino todos nosotros, hechos y deshechos a su imagen y desemejanza.

Había padres injustos y crueles. Las leyes a veces se conjugan mal. Muchos psiquiatras trabajan de albañiles que emparejan rebordes para dormir tranquilos.

Las esperanzas rotas pueden resucitarse. Volvió a los tribunales. Les habló a los fiscales con pruebas en la mano. La miraron mal. La ningunearon.

Lucía se enojó, le metieron esposas y la llevaron a la comisaría. Lo secreto se convirtió en escándalo. El diablo manejaba los teléfonos y apareció una especie de concejal de turno. Le dijo que se callara y se olvidara de todo.

No hizo caso y la encerraron en el psiquiátrico más cercano. Quisieron vestirla con la piel de la locura. Un médico se negó a calzarle el disfraz y la devolvieron a la calle.

Lastimada y rota. Buscó a sus hijos y volvió a la casa del fin del mundo que al menos era un infierno conocido. Pero ahora sabía que a nadie le debía perdones.

Otra vez los tribunales y la cámara Gessell. El dictamen de un psicólogo con el cerebro quemado: si los niños ríen no han sido abusados.

Ella llenó papeles, puso firmas. Apeló, sola con su alma, al tribunal de las alturas. El expediente viajó de un fuero a otro y volvió. Siguió peleando. Partieron citaciones al vacío.

Aunque el demonio se paseaba por las calles, nadie sabía dónde ni cuándo entregarle una cédula.

Audiencias fracasadas. Empleados molestos. Y ella siempre con su ropa, las mismas zapatillas. La misma blusa de otoño a primavera. De vez en cuando la veo.

En su belleza, cada vez más transparente, se transluce el esqueleto del miedo y el coraje. Tal vez sólo se trata de eso, del miedo que nos empuja a ser valientes.

Me dice que traba la puerta de la casilla con una tabla para que no la maten y se lleven a sus hijos. No sé por qué me contó y me cuenta tantas veces su historia. Tal vez para que yo la repita. La escriba sin su nombre ni el mío.

Para que la fije como un cartel en los postes de luz y en las paredes de las casas abandonadas. Para que reparta de mano en mano, como un volante, esta publicidad de la vergüenza.

Eso intento hacer con estas palabras inconclusas. La historia no tiene final.

La guerra continúa y ella sigue siendo bella y frágil, como todas las bellezas de este mundo.

Tal vez alguien entienda la historia de esta blusa.

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