jueves, 22 de septiembre de 2011

NOTA DE OPINIÓN

FIORITO: LA TIERRA DE MICA Y EL DIOS
 -por Claudia Rafael-

(APe).- La fotografía está intacta. La calle de tierra esconde pedregullos y cobija los pasos zigzagueantes de los pibes. Las vías del ferrocarril General Belgrano, ése que une el puente Alsina con Marinos del Crucero Belgrano, parten la barriada en dos. Como un tajo que desangra pobrezas hondas de un lado y tímidos bienestares al límite del derrumbe, del otro.

Se lo mira desde lejos. Es la radiografía exacta del futuro que firmó su QEPD y dijo adiós para siempre. Así lo siente Sergio, que solloza al teléfono y confiesa que “no quiero ir nunca más al entierro de un pibe. Ya no”.

Mica tenía 13 años que explotaron en mil pedazos el sábado en el corazón de la barriada que parió al dios pagano de la número 5. A menos de 100 metros de su casita endeble de tiempos viejos, tan lejanos a este presente de Dubai donde toda Fiorito viviría entre oropeles y amatistas en apenas un pañuelito de tierra.
 

Pero Mica ya no. La bala llegó antes para detenerla. Una bala que no era para ella. Que estaba destinada a otro pibe que quizás sólo quería dejar ese mundo hosco, tan oscuro y atroz al que quien sabe cómo había entrado por la puerta, la ventana o una grieta desnuda. Pero ya se sabe. Es un laberinto perfectamente diseñado para encarcelar y devorar que no tiene salida.
 

“Ahí nomás está el shopping de drogas. Paco y pasta base. Pero lo que más se vende es el paco”. Ese mismo veneno que hace apenas dos meses quemó en unos pocos chasquidos de dedo el cerebro de otro de los purretes de la barriada. “Ya tenía muerte cerebral. Fue en tan poco tiempo…Ya basta. Ya basta de enterrar pibes. Acá el ascenso social es lograr tener un lugar dentro del camión que lleva a cartonear a Capital.  Y los pibes…los pibes tienen un futuro tan corto que se nos van muriendo. Alberto Morlachetti siempre dice que se nos mueren acabaditos al nacer. Pero acá es más. Mucho más”.
 

Extrañas son las ironías de la historia. Nadie quiso hacerle caso a aquella “Virgen de Nuestra Señora de la Abundancia” que los primeros inmigrantes italianos que llegaron al lugar asentaron como un símbolo de lo que vendría. No sabían. No podían saber de la tierra arrasada que hace sentir por momentos que la primavera es la estación talada.

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“El 28 de septiembre se va a cumplir un año desde la ocupación de las tierras ahí, donde pasaba el arroyo Unamuno”. No son demasiadas las casas. Quisieron ser 46 en esa hendidura de la tierra cicatrizada pero las fábricas siguen arrojando residuos tóxicos y los líquidos entran sin permisos ni disculpas a las casuchas de palo, cartón y chapa oxidada.  Algunos entonces siguen esperando para asentarse.
 

Del otro lado, a unos metros apenas, los paqueros se enseñorean en ese sitio feroz y devorador. “Habrá 40 ó 50 puestos en 40 cuadras. Y los pibes se nos van muriendo porque el paco quema rápido, terminan en la cárcel o desaparecen. Se van lejos. Pero sus hermanitos crecen. Y de a poco van ocupando sus lugares. Empiezan a consumir, terminan trabajando para ellos –porque hoy acá vender paco es un trabajo- y en cuatro o cinco años más también mueren, terminan en la cárcel o desaparecen. Es un círculo que no se detiene”.
 

Mica aquella noche volvía a su casa. Eran poco menos de las nueve cuando quiso abrir el portón, en Antonio Filardi 2614. Callecita de tierra que se topa y choca de lleno con Azamor, aquella otra donde el Diego dio sus primeros pasos y berreos 51 años atrás.

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Ni siquiera supo. Tal vez fue apenas un silbido. Un zummm contundente y veloz, imperceptible y tenue. No era para ella, dicen. Cómo iba a ser para ella que llegaba apenas, que atinó sólo a apoyar los dedos de su mano sobre el picaporte, cómo iba a ser para ella que llegó quizás, tarareando una canción. Pensando en nada o pensando en todo. Pero el zummm de la bala de la 9 milímetros le cortó las alas. Le cortó las piernas, diría el Diego. Le taló los días. Le llenó de plomo el corazón y los pulmones que estallaron a la muerte en pocas horas. Un auto. El hospital “Evita” a 50 cuadras. Vos que podés santa evita. Vos que podés, salvámela. Vos que no nos podés dejar huérfanos una vez más. Con el corazón rajado y hecho pedazos.
 

Pero con Mica ya no había ni santa evita ni dios pagano ni de los otros que pudiera arrebatarla a los embrujos de la muerte.


Hay rabia. “Estamos teniendo dos entierros por semana. La mitad, de pibes. Los matan, se matan, se queman el cerebro, se destruyen…”
 

Los patrulleros llegaron de repente el domingo. Se bajaron los peritos. Los otros chicos, con la indignación en la frente, con la memoria de Mica apenas destruida, arrojaron piedras. “Todos saben bien que sin la cana nada de todo esto podría funcionar como funciona”. Voló el piedrazo. Miedo. Adrenalina. Rabia. Hartazgo. Destrucción. Voló el piedrazo contra el patrullero. Símbolo de tanta muerte. Símbolo de complicidades hondas. “Llamaron más gente, tiros, balas de goma, desbande. Un pibe con balas de goma en la cara. Una mujer en la rodilla”. Pero Mica no vuelve. Mica cayó como caen tantos otros pibes en todas las geografías que olvidaron el futuro a la vuelta de una esquina.

***

La calle de tierra es testigo. Por la esquina  pasa el asfalto. El entubado es una promesa de bombos y platillos. Libera a Lomas de Zamora. Sigue olvidando su resaca acuosa en Fiorito, del lado pobre de las vías. Las primeras casitas son de material. Después todo se desperdiga en el olvido. La callecita terrosa se desdibuja en el asentamiento. Ahí donde un puntero –cuentan en el barrio- quiso vender los lotes a 3000 pesos. En tierra de honduras contaminadas. De simientes presas por los líquidos de la fábrica. De aguas rosadas y azufre en las venas.
 

La esquina es el piberío amontonado con una coca, una cerveza o algo más con lo que volar de ahí. Lejos, muy lejos. A Dubai tal vez. A un futuro al que alguien hace tiempo le dijo que no viniera.
 

Mica tenía 13. Los había festejado una semana antes. Y todos en el barrio saben que las Mica son muchas. Que a los pibes se los deglute en un solo movimiento el monstruo del sistema. Que los expulsa. Los empuja a los abismos. Que les pone un arma encima. Que los violenta. Que los hace presa fácil de los crueles. Que los pone en un lugar determinado a cierta hora cuando una bala nueve milímetros les destroza los días.
Que los enferma de frío o de hambre. Que los obliga a la calle, entre cartones y miserias. Que les destruye toda noción de mañana. Que les pone una dosis de paco como el oasis en medio del barro más profundo.
 

Fiorito es la tierra del Diego y de Mica y de miles de pibes como Diego y Mica. Que como él, nacieron a la vida en el Hospital Evita de Lanús o dejan de respirar en el Hospital Evita de Lanús, como Mica. Son ramilletes de niños. Uno está en Dubai. Solo. Lejos. Las Mica son enjambre. Caen como enjambres. Llenan las estadísticas. Mañana o pasado o un día de estos habrá otras Micas. Como hubo ayer y hace un par de meses. Entre furias y dolores se escupen sus muertes. Abren a dentellazos de crueldad el futuro que no se nombra y dejan a la infancia tendida. Sin destino. Como ángeles chuecos que deambulan por las sombras. 

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