domingo, 18 de marzo de 2012

SOCIEDAD: MEMORIA

-por Claudia Rafael (APe)-

APe).- “No tenemos memoria ni tenemos duelo. Damos vueltas y más vueltas, como el purgatorio del Dante. La paz ya no es la de tenerla sino la de tener alguna certeza sobre lo cual construir otra memoria”. Nidia Aguilera tiene clavada en el pecho la incertidumbre. Exactamente hoy se cumplen siete años desde que su hija, Florencia Pennacchi fue devorada sin más como tantos en estas geografías con particular afición por engullirse a los más jóvenes. A las 11.55 de aquel 16 de marzo de 2005 llamó a Pedro y fue la última vez en que su hermano escuchó su voz. Nada importante hablaron. Como suele ocurrir en la cotidianeidad. Uno difícilmente diga grandes cosas cuando sabe que tal vez en un rato o por la noche o simplemente al otro día volverá hablar con esa persona a la que ama. Apenas una averiguación: ¿alguien preguntó por mí? No mucho más. Habían discutido la noche anterior por un nimio despertador y eso, a Pedro, todavía hoy le sigue pesando. Florencia Pennacchi tenía 24 años. Era bella. Sonreía. En particular la noche en que le tomaron esa última foto. Parecía que se devoraba la vida. Cuentan que estaba llena de colores y de alas. Tal vez, simplemente porque había llegado a la historia un día de la primavera. 
Florencia es tal vez uno de los íconos más potentes de la trata de personas. Junto a Marita Verón, a Fernanda Aguirre, a Sofía Herrera. Niñas, jóvenes, bellas, potentes de vida. Entrampadas en redes perfectamente aceitadas por complicidades que asienten, que cobijan victimarios, que buscan como rabdomantes de estos tiempos ciertas vulnerabilidades que las fragilizan hasta transformarlas en los bocados más deseados del sistema.
Exactamente siete años. De un 16 de marzo que aquel año fue miércoles.


Pedro

Tiene ternura en la voz. Y parece andar todo el tiempo por ese hilo tan tenue y resquebradizo de la fragilidad. Quizás sea esa entremezcla rara desde la que desnuda sus emociones lo que a la vez lo salva y lo redime de la oscuridad a la que se empeña en empujar el horror.
“Es acordarse de que ya no está, imaginársela, extrañarla pero con esa cosa de que si nunca lo podemos terminar de cerrar…no tenemos, en definitiva, la seguridad de lo que le pasó a mi hermana...es como una cosa que queda tildada. Entonces, te llenás de flashes, de recuerdos, de momentos…Qué se yo...Eramos tan distintos. Ella era la chica superextrovertida, con ese millón de amigos que salieron por ella, éramos hermanos, a las patadas pero queriéndonos”.

-A tantos años de su desaparición ¿qué creés que ocurrió con Florencia?
-Mi hermana, aunque lo desconocíamos, estaba consumiendo cocaína. Y era evidente que su tren de consumo se estaba desbarrancando. Pero eso fue algo que vimos después, al empezar a reconstruir todo. Ese mediodía en que desapareció había ido a la casa del dealer a comprar droga. Esa gente la estaba incentivando, cebando, motivando a eso.

-Y luego ya se hacen a la idea de que se transformó en una nueva víctima de la trata de personas...
-Es que la buscamos en morgues, en un montón de lugares. Y en esto hay un principio básico en el que nos paramos: no se fue por voluntad propia. No faltaba nada, estaban sus cosas como si hubiera ido a la calle por un rato. Y si la mataron, nos decíamos, su cuerpo en algún lado tiene que estar. Pero no está. Yo estoy buscando a Flopi. Pero Florencia, ya fue. No hay posibilidades de que una persona que haya pasado lo que pasó sea la misma persona que se fue ese miércoles de acá. Mi hermana…cesó de existir. La que recuperemos mañana va a ser una mujer muy distinta. Me la han quitado. Pero sigue siendo mi hermana.

Nidia

“Todos tenemos fechas. Todos tenemos un cumpleaños, un aniversario, el recuerdo de un fallecido y lo ponemos en un determinado lugar. Y ese día tiene una connotación mayor porque es ese día y no otro. Pero esto se vive todos los días. Es una pérdida no resuelta la nuestra”.

-¿Cómo esa constante cotidianeidad de ausencia?
-Tengo muchas fotos de Florencia. Muchos objetos. Toda su ropa está guardada. Prolijamente guardada. Están los libros. Y no puedo desprenderme de nada porque simbólicamente son de ella y la decisión le correspondía a ella. No los puedo tocar. Y los tengo conmigo. Es una manera de decir no sabemos qué pasó, no sabemos dónde está, no sabemos cómo está, pero no la podemos borrar. Es como si uno flotara en el purgatorio. Está en un paso intermedio y no lo puedo resolver. No se puede resolver algo sobre lo que no se tiene una certeza.

-¿Qué imágenes atesora de Florencia?
-Cuando era muy chiquitita uno le decía “no” y ella contestaba “no digan cosas feas”. La palabra “no” era para ella una cosa fea. Y eso la reflejaba muy bien. Tenía determinaciones rotundas. No era de las que dialogan para ver si llegábamos a un consenso. Era bien imperativa. Y también era terriblemente generosa. Todos los que eran “pobres, menores y ausentes” terminaban siempre en casa...
Nidia es neuróloga y vive en Neuquén. La llamaron por teléfono una tarde de marzo de 2005. Ni siquiera hoy tiene conciencia precisa de cómo reconstruir ese momento. Se recuerda a sí misma caminando por las calles neuquinas, sabe que se detuvo en un cajero automático y también que llegó a la oficina de Aerolíneas Argentinas. Habían transcurrido dos días sin que su hijo Pedro o los amigos de Florencia se atrevieran a decirle nada. “Habían armado toda una red para buscarla y tenían miedo de avisarme. Cuando tuvieron conciencia de que era mucho más que un chiste, me llamaron”.
A las 12 de la noche sonó el teléfono y era su hermana que llamaba desde La Pampa para decirle “feliz cumpleaños”. Simplemente atinó a decir: “No Chila, hoy no hay cumpleaños”. Lo de Florencia “no era un accidente. Era una desaparición. Y tristemente en este país, de eso sabemos mucho. Por eso, poco después de la desaparición, pedí una entrevista con Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora para preguntarles qué se hace cuando un hijo desaparece...”

-En algún rinconcito ¿sigue creyendo que Florencia va a aparecer?
-Lo que a mí me alimenta es la necesidad de saber qué pasó. La paz ya no es la de tenerla sino la de tener alguna certeza sobre lo cual construir otra memoria. Ahora no tenemos memoria ni tenemos duelo. Es como el purgatorio del Dante. Damos vueltas y vueltas.

-¿Cómo se tramita el dolor? ¿Cómo se sobrevive ante la desaparición de una hija?
-En mi caso, me reconozco mejor médica a partir del dolor. Tengo más tolerancia y más piedad. El cerebro transforma una situación para bien o para mal. Está la persona que implosiona y muere. Porque ese no lugar que es la desaparición imposibilita el duelo y la elaboración de la memoria.

Fragmentos

Son historias mínimas aquéllas a las que asirse. No son grandes relatos sino trivialidades de cada día. “Ella sonreía mucho. Le encantaba estar colgada al teléfono charlando. Mirábamos películas y les sacábamos el cuero juntos. Era molesta con la limpieza de la casa. Me acuerdo también de las vacaciones en el sur profundo...”, cuenta Pedro, apenas un año y algunos meses mayor. Fragmentos diseminados de ese rompecabezas vincular. “La recuerdo cocinando. Y también diciéndome que me había salido bien un pollo al ajillo...me quedó tan pegado a la memoria que no lo hice nunca más. O también te puedo contar que esta semana me senté a jugar un jueguito que estaba de moda, el Hungry Bird y lo tuve que dejar. Ella jamás lo jugó pero me la imaginaba diciéndome “qué bichos malditos” y me pegó feo. Son cosas simples...Yo no puedo decirte que Florencia era la mejor hermana del mundo, que era un sol porque está bien, lo era también, era querible pero son otras las cosas a las que me aferro. Porque hay dos cosas básicas que siento: rencor y angustia. Primero uno se enoja mucho y después, quedan todas las imágenes de Florencia que habían quedado guardadas en un cajón en la cabeza de uno que salen a flote y ahí deviene la angustia”.

Ausencia
De pronto sobran los barcos, los andenes y de pronto este rumbo ya no tiene sentido como si nadie fuera hacia ninguna parte o alguien hubiera muerto a mitad de camino, cantaría Armando Tejada Gómez. Florencia es toda ausencia. Como lo son Luciano, Marita, Fernanda, Sofía, Julio. Como tantos arrebatados a la vida desde las instituciones, desde el Estado, desde las redes de muerte y oscuridad que conniven plácidamente con los poderes más férreos. Que tejen pacientemente la telaraña que atrapa y desaparece. Como esa telaraña que fue abrasando hasta quemar a una Florencia que ya no es pero que sigue deambulando a oscuras en un mundo de otros que espeja el saqueo de la vida.

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