jueves, 4 de diciembre de 2014

Y A MÍ, ¿QUÉ ME PARECE?

APe / NOTA DE OPINIÓN


Por ALFREDO GRANDE 

(APe).- El psicoanálisis es un patrimonio cultural de la humanidad, al menos de la humanidad que vive en Buenos Aires. Nuestra Reina del Plata también es la reina de los divanes, mítico emblema de la teoría creada por el genio de Sigmund Freud, también conocido como el Gauchito Gil del inconciente.



Mi primer libro de la Agencia Pelota de Trapo tiene un título que da cuenta de que otro psicoanálisis no sólo es posible, sino que es absolutamente necesario. “Crónicas de Trapo desde el Psicoanálisis Implicado”. El psicoanálisis no da cuenta de todo el devenir político y social… Pero al ser una teoría del sujeto, es obvio que en todo está el sujeto.

Si en todo estás vos, es otra historia, y no demasiado digna de ser contada. El cristal con que se mira y que le permite al poeta decir que en “este mundo traidor nada es verdad ni es mentira”. Tiene razón, pero es una razón encubridora.

Como escribí recientemente, el problema no es la mentira como negación de la verdad. Si la verdad nos hace libres, la mentira no nos hace esclavos. La esclavitud ideológica, cultural, política, que no sé si es la peor de todas pero es malísima, es efecto de la falsedad. La mentira tiene patas cortas, pero la falsedad camina con zancos. Esos zancos fueron bautizados por Freud como las “masas artificiales”.

Organizaciones permanentes, jerárquicas, donde todos son con el Uno. O la Una. Donde nada se discute, todo se acata, los pies siempre dentro del plato, aunque te los pisen sin misericordia, o te corten los dedos para seguir dentro del plato del poder. Freud describió como emblemáticas a la Iglesia y al Ejército.

Y sigue la lista: la escuela sarmientina, el trabajo asalariado, la democracia representativa, la universidad catequizada, la familia patriarcal y la no patriarcal. Siguen las firmas. Aclaro que no siempre oscurece. La familia no puede no ser patriarcal, más allá del género del patriarca.

Cuando las masas artificiales quedan encriptadas en nuestra subjetividad, menta, cabeza o balero, como se decía en los viejos tiempos, Freud la bautizó “superyó”. En una definición apta para todo público, especialmente el más reaccionario, es la mezcla nada ingenua de cura y de cana que todos tenemos dentro.

El primer superyó es el obstétrico, por eso cuando se empezó a hablar del parto sin violencia ningún colega, estimado o no, reconoció que el otro parto era con violencia. La masa artificial de todas las masas artificiales es lo que denomino “cultura represora”. Y lo que a mí me parece es que el psicoanálisis es un analizador del fundante represor de la cultura. Por eso es atacado no por sus muchos defectos, sino por sus importantes virtudes.

La cultura represora nunca perdonará ni al psicoanálisis ni al marxismo que le hayan sacado el disfraz del “bien común” a la democracia burguesa, que algunos llaman representativa. Lo de representativa es una falsedad. Porque no es mentira, pero tampoco es verdad. Representa los intereses de las clases dominantes, pero no representa, incluso desconoce y reprime y extermina, los intereses de las clases dominadas.

Tanto reprochar al comunismo la idea de la “dictadura del proletariado” y tanto elogiar la “dictadura de la democracia”. Por eso digo que la falsedad tiene patas largas. Desde los combativos 70, la profecía de Marie Langer está por cumplirse: “esta vez no renunciaremos ni al marxismo ni al psicoanálisis”.

Por supuesto: no pocos y pocas han renunciado al uno y al otro. Esa renuncia tiene nombre aunque no creo que tenga apellido: neutralidad. O sea: más allá del bien pero más acá del mal. Por eso decir lo que a mí me parece, pero no solamente de la denominada enfermedad mental, sino muy especialmente de la enfermedad social, es decir, de una cultura que nos enferma cuanto más nos dice que estamos sanos y felices, para mí es tan necesario.

Lo que a mí me parece como psicoanalista, como militante político y social, y con un dejo de pudor, producto de mis residuos superyoicos, como artista, es que necesitamos pensar y sostener la continuación de la terapia por otros medios.

Más allá del bien y del mal del consultorio. Por eso la escucha y la intervención de un psicoanalista que haya realizado el análisis de su propia implicación (de clase, género, sexual, política, ideológica, familiar) es un arma formidable para el combate contra todas las formas de la cultura represora.

Por eso es importante decir desde donde uno habla. Y decidirse a aclarar, porque en una cultura no represora nunca oscurece. Eso es lo que a mí me parece.

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