domingo, 4 de septiembre de 2011

GLOBAL


MILES DE INDIGNADOS EN LAS CALLES

Gran convulsión social en Israel

Los jóvenes israelíes que desde hace 52 días están en las calles en marchas y tiendas de campaña pidiendo mayor conciencia social del Gobierno aceptaron la iniciativa nacida en las redes sociales llamada 'Marcha del millón'. No han alcanzado esa cifra pero sí una que es suficientemente importante como para que el 1er. ministro, Benjamin Netanyahu, se dé cuenta de que la llama de la protesta social sigue sin apagarse.


Kikar Medina (Plaza del Estado) de Tel Aviv pasará a la historia. Quizás en pocos días vuelva a ser conocida como el bastión de las marcas más lujosas y caras del momento. Pero la noche del 03/09/2011 ha catapultado esta plaza a un puesto preferente de la historia de Israel al ser el motor de la mayor manifestación que ha visto y seguramente verá. 

"Ahora no se llama Plaza del Estado, sino Plaza del Pueblo", dice uno de los líderes de la lucha social que empezó hace siete semanas en la cuenta de Facebook de una joven indignada con el elevado precio del alquiler de la vivienda.

Nada mejor que esta plaza -donde comprar unos zapatos 'requiere' una hipoteca- para que la lucha social lanzara su grito más numeroso y masivo. Un llamamiento para exigir 'justicia social' y un plan inmediato de reformas que ponga fin al espectacular incremento de la vida en Israel.

"Desde hoy la sociedad israelí se divide en dos: los que siguen resignándose y diciendo que 'la vida es así' y los que salen a las calles para provocar y exigir un verdadero cambio social y económico", exclamó Itzik Shmuli, carismático líder estudiantil ante 300.000 manifestantes en Tel Aviv. 

En total, más de 400.000 personas han salido a las calles -406.000 según el canal 2 y 460.000 según el el canal 10- en una veintena de ciudades en lo que parece, con el fin del verano, el acorde final de este tipo de manifestaciones.

El Gobierno de Benjamín Netanyahu espera que los probables brotes de violencia de parte de los palestinos, una vez que la ONU vote sobre el reconocimiento de Palestina como Estado, y las crecientes tensiones en Oriente Próximo diluyan poco a poco las protestas. 

En esta ocasión ha intentado suprimir los servicios de tren y ómnibus para asfixiar la concentración de Tel Aviv, la más importante, pero el Tribunal Supremo ha ordenado que no sólo se mantuvieran los horarios habituales, sino que se incrementaran para atender "las necesidades del público".

En Jerusalén, unas 10.000 personas han marchado hacia la residencia del primer ministro. En Tel Aviv, la plaza de la Medina y sus alrededores han acogido a más de 100.000 personas, o hasta 150.000, según las estimaciones. En el resto de los núcleos urbanos la convocatoria ha obtenido resultados desiguales.

La gran protesta social, que podría verse agravada por una masiva dimisión de médicos en la sanidad pública para oponerse a las jornadas excesivas y al descenso en la calidad del tratamiento hospitalario, siguió sin obtener un respaldo significativo por parte de la minoría árabe israelí, la más perjudicada por las desigualdades, y evitó una vez más referirse a cuestiones "políticas" como la ocupación de Cisjordania o el bloqueo de Gaza.

La indignación popular en Israel es conocida popularmente como "protesta por la vivienda". La primera acampada en la avenida Rothschild de Tel Aviv y la primera gran manifestación, el pasado 23 de julio, se centraron sobre todo en la carestía inmobiliaria. 

Los precios de las casas y de los alquileres han aumentado, en promedio, un 34% en los últimos cinco años. Pero antes ya habían surgido muestras de descontento profundo, y no se referían a la vivienda. 

En junio, las redes sociales sirvieron para movilizar a decenas de miles de personas en una campaña de boicoteo al requesón, uno de los productos básicos en la alimentación israelí. 

El precio del requesón había aumentado entre el 45% y el 75% en un año, encareciendo de forma sustancial una cesta de la compra que en términos globales había subido el 3,7% desde enero.

El Gobierno se mostró irónico durante los primeros días de la protesta del requesón. 

Luego, cuando comprobó la indignación general, empujó a los fabricantes, ya espantados por la caída de las ventas, a reducir de forma drástica los precios.

Israel mantuvo una orientación económica socialista desde su fundación, en 1948, hasta 1984, cuando el sistema entró en quiebra. La masiva ayuda militar estadounidense desde 1974, las escalas salariales, décadas de proteccionismo y una incipiente política de liberalizaciones por parte del partido conservador Likud, que había desbancado al laborismo en 1977, se combinaron para generar una inflación cercana al 500% anual. Fue necesario imponer un plan de estabilización, seguido de un programa de liberalizaciones que acabó con las cooperativas agrarias, los kibutzim, y con gran parte del poder sindical.

A partir de ahí, la concentración de los recursos en mano de unas pocas familias y la mezcla de liberalismo interno y proteccionismo frente al exterior fueron las características de la economía.

La solidez de la moneda, el relativamente escaso espacio para la construcción (la gente no quiere vivir en el desierto que compone gran parte del territorio, sino en las ciudades), el deficiente transporte público (el tren tarda unas tres horas en recorrer los 70 kilómetros entre Tel Aviv y Jerusalén), los altísimos precios de los coches (los impuestos sobre el automóvil son del 100%, los más altos del mundo junto a los de Dinamarca y Noruega), los monopolios en electricidad, cemento y otros productos estratégicos y el elevadísimo gasto militar (6,3% del Producto Interior Bruto, sólo superado por Arabia Saudí), han contribuido a hacer de Tel Aviv una de las 15 ciudades más caras del planeta, y la que tiene más multimillonarios per cápita. Jerusalén es más cara que Madrid. Y, sin embargo, el salario mínimo es de 22 shekels por hora, menos de € 5.

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